3. Dinner Elite

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El jueves por la tarde era el único día en el que, aparte del domingo, el equipo no entrenaba, así que el base se aseguró de volver a casa sobre las tres de la tarde, mientras el sol aún golpeaba incansable el asfalto entremezclado con las sombras de las altas palmeras de Miami, para pasar su tarde semanal con sus hermanitos. Aparcó su Guzzi con una sonrisa en la cara, disfrutando del inminente abrazo koala de sus pollitos. Gallinas, las llamaba, porque siendo la gallina su carne favorita, y gustándole mordisquear las mejillas de sus hermanitos, haciéndoles reír cada vez, le gustaba ponerles el apodo de gallinas.


"¡Ya estoy en casa!", se oye un alboroto en el piso de arriba, al ver a Taylor, de doce años, y a Chris, de ocho, bajar las escaleras a toda prisa. Las dos gallinas se aferran a su hermano mayor, saltando la pequeña a sus brazos y el pequeño a su pierna.


También en la familia, Laurin, fue llamado siempre y exclusivamente con pronombres masculinos.


Así que, como narrador, me sentiría muy culpable si, al continuar en la narración de esta historia, siguiera llamando femenino al joven de ojos oceánicos, así que no se sorprendan por mi repentino cambio de pronombres.


"¿Jugamos al baloncesto?", pregunta el pequeño sin perder más tiempo.


"¡No, no! Vamos a ver la MTV y a comentar los vídeos!", replica la niña.


"¡Laurin, juega primero conmigo y luego mira la tele con Taytay!", insiste el pequeño, que espera con impaciencia cada fatídico jueves para poder disfrutar de su hermano mayor, al que adora.


"¿Y si hacemos algo todos juntos?", con esta frase capta la atención de los dos hermanitos, que le miran impacientes. "¿Qué tal si horneamos unos dulces para papá, así en cuanto vuelva del trabajo podrá relajarse y disfrutar de nuestras golosinas?".


No es de extrañar que Laurin siempre consiga poner de acuerdo a todo el mundo. Parece tener un poder magnético sobre todos. Cocinar le tranquiliza, puede calmar cualquier nerviosismo que tenga. Siempre le ha gustado ensuciarse las manos, amasar con las manos desnudas y sentir las diferentes texturas de los alimentos, aunque odiaba que cuando lavaba los platos en el barreño lleno de agua y jabón, los trozos de comida tocaran sus dedos.


Pasar los jueves enteramente con sus hermanos es una rutina que no cambiaría por ningún otro compromiso. Normalmente, cuando llegaba la hora de cenar, tras el regreso de Mike, comían los cuatro juntos, Laurin y Mike perdidos en una charla sobre motores, y luego veían juntos una película. Pero ese jueves no. Cada tercer jueves de mes, el entrenador del MR, como es tradición, invitaba a su equipo a cenar todos juntos a su casa, con el objetivo de fortalecer la relación entre los jóvenes deportistas y el entrenador, al que de otro modo sólo verían como el entrenador gritón.


Laurin esperó pacientemente el regreso de su padre tras la tarde entre hermanos, saludándole con un cálido abrazo, ya listo y vestido para cenar en casa de su entrenador.


"Voy a cenar a casa del entrenador, volveré a medianoche", eran las palabras que pronunciaba cada tercer jueves de mes, antes de empuñar, despreocupado, las llaves de su moto y llegar a su destino.


La casa del entrenador Cabello es un chalé de lujo, con una cancha de baloncesto detrás. Su mujer trabaja en el mercado farmacéutico, lo que explica que tenga una casa tan lujosa con el sueldo de un simple profesor de instituto. Los jóvenes deportistas habían estado allí un montón de veces, en esa casa, y este es el quinto año que acuden una vez al mes. A estas alturas ya no había más misterios escondidos entre aquellas paredes, aparte de la mujer del señor Cabello, a la que nunca habían tenido el honor de conocer, por estar siempre de viaje de negocios.

La hija del entrenadorМесто, где живут истории. Откройте их для себя