9. That hurts

37 1 0
                                    

En el equipo era de lo único que hablaban durante días. Todos se habían vuelto locos con la idea de que Lauren y Camila se desafiaran en baloncesto. Era tradición en todos los colegios no permitir nunca que se menospreciaran las proezas del playmaker, de hecho era casi obligatorio aclamarle como a un dios, y digamos que recibir un reto de una chica (no es que no pudiera estar a la altura, al contrario, era algo insólito) y además hija del entrenador del equipo, era un acontecimiento que no había que perderse.


Tras una mañana dedicada a la química orgánica, la literatura, la física y la historia, nuestros amigos se dirigieron entusiasmados, por fin tras una larga espera, al gimnasio. Hoy no había entrenamiento, así que el gimnasio estaría libre. Camila había estado distante del grupo durante los últimos días, todos se habían preguntado por qué, pero ella era vaga en la negación, siempre parecía demasiado ocupada charlando con alguien.


Las luces amarillas del gimnasio y el olor a plástico eran inconfundibles. Lauren tenía una sonrisa más brillante en la cara que de costumbre. Después de todo, siempre ha dicho que le encantan los retos, y le encanta jugar limpio y sin trampas, sin miedo a la derrota ni a la humillación. Ésas también formaban parte del juego, como siempre dice.


Los jugadores ya estaban vestidos con sus uniformes e inmediatamente empezaron a hacer algunos pases para calentar, las chicas se sentaron en las gradas más cercanas al campo, concentradas en hablar entre ellas sobre lo loco que sería este partido y cómo pensaban jugarlo. Lauren estaba especialmente callada, después de todo, ¿cuando no lo está? Perdió unos segundos, ya empezando a sudar, para atusarse todo el pelo negro de un tirón.


Déjenme decirles que Camila entró en el gimnasio con cuatro mulatas en su séquito, sus rasgos faciales gritando 'SOY CUBANA', y en cuanto la puerta metálica se cerró de golpe, haciendo que la atención de todos se posara en las cinco chicas, la escena pareció desarrollarse a cámara lenta.


Camila en el centro, vestida con el uniforme de la selección cubana de baloncesto, todo blanco con detalles rojos en las caderas, el pelo recogido en una coleta alta y un par de jordans rojos y blancos. El resto del equipo detrás de ella, dos a un lado y dos al otro, todas con uniformes de la selección cubana, tres de ellas con chicles en la boca, que masticaban ruidosamente, mirando desafiantes a los chicos, que ahora empalaban así en el centro del campo, con cara de bobos.


"Así que, Miami Roar. Ya os veo calentitos", insinúa Camila con una sonrisa socarrona. Ya no tenía ganas de jugar. Por supuesto la única que puede hablar, es Lauren, dada la cobardía y vergüenza de sus amigas. Lauren en realidad cuando dice que sus compañeras "se vuelven locas con un poco de coño" no exagera en absoluto.


"¡No creía que tuvieras equipo!", le responde asombrado el capitán. No es que pensara que jugar al baloncesto era sólo para chicos, es que Camila casi parecía una jugadora de baloncesto.


"¿Le sorprende, capitán?", Camila movió la coleta de un lado a otro con un movimiento brusco de la cabeza. Las chicas que estaban detrás de ella no parecían entender mucho inglés. Después de todo, en América Latina no se habla inglés, las que lo hacen son excepciones, y esto parecía ser algo que Lauren había notado.


"¿Trajiste a tus chicas especialmente de Cuba?".


La hija del entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora