22. Give me my heart back

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Eran las dos de la mañana, y Laurin se revolvía insomne entre la fina sábana de la cama, en la habitación con sus amigos que llevaban dormidos un buen rato. Aquella chica le torturaba la mente. ¿Ahora cómo podían llamarse? ¿Amigos que follan y se arriesgan a enamorarse? ¡Qué tontería! 


Laurin era tan inmaduro en las relaciones que ni siquiera sabía cómo definirse, sólo sabía que por primera vez se sentía bien y espontáneo con una chica y la quería en su vida pasara lo que pasara. Podían considerarse novios, entonces. ¿O no? Al fin y al cabo, hablar de amor era prematuro, uno no se da cuenta de que ama a alguien en unos meses, y quien piense eso probablemente esté mintiendo. Amar de verdad, en el sentido más profundo del término, significa conocer las mil facetas de la otra persona y amarlas todas. Esa era la definición de amor para Laurin. Él ya conocía muchas partes de Camila, pero desde luego no lo suficiente como para llamarlo amor. Pero iba por buen camino, ya que cada parte de ella que llegaba a conocer le gustaba de alguna manera. Entre ellos, entonces, había sentimiento mental, antes que sexual, y eso era importante para él.


El chico resopló en silencio y se levantó para ir al baño, llevaba horas aguantándose una meada kilométrica pero le fastidiaba levantarse para ir al baño, pero a estas alturas ya no aguantaba más y sentía que su vejiga explotaba. Entró en el baño haciendo el menor ruido posible, encendió la luz y cerró la puerta, levantó la tapa del váter para vaciarse, poniendo cara de alivio. Bajó el asiento y tiró de la cadena, yendo a lavarse las manos. Apagó la luz antes de abrir la puerta, y la sacudida entre la luz y la oscuridad, una vez de nuevo en el pasillo, no le permitió darse cuenta de que un brazo salía de una habitación y le agarraba, provocándole un infarto, y tiraba de él hacia el interior. Aún no se acostumbraba a la oscuridad, pero la palma que le colocaron sobre la boca para que no emitiera un sonido de sobresalto lo reconoció de inmediato. Estaba en la habitación de Camila, y ahora por fin podía distinguirla en la oscuridad, con el pelo suelto y lo que más que un pijama era una simple camiseta de hombre y un pantalón corto en la entrepierna. Descalza, parecía aún más bajita, lo que agradó especialmente al capitán.


"Se asusta usted fácilmente, capitán", susurró y se echó a reír.


"Jesús, lo sé... Ya sé que mi muerte, algún día, será por infarto", dice él que siempre había encontrado divertida esa debilidad suya. Ella sonrió y se acomodó un mechón de pelo detrás de las orejas.


"Entonces, Cabello, ¿sacas habitualmente hombres de los baños en mitad de la noche, o sólo lo haces como hobby?", dice divertido. Ella se pone de puntillas riendo y le rodea el cuello con ambos brazos, atrayéndolo hacia sí en un beso.


"Sólo te secuestro a ti, capitán. No me interesan los demás", dice entre beso y beso, con una voz seductora que hace que el chico enarque una ceja. Y no sólo eso, en realidad.


"No lo sabrías dada la retahíla de hombres que has tenido en el pasado...", la vuelve a pinchar.


"Los otros no eran tú.", se defiende ella.


"Mmmh, entonces debo considerarme afortunado.", dice él sonriendo y rodeando con sus brazos las pequeñas caderas de ella, acercando sus cuerpos. Camila podía sentir la erección del capitán presionando contra su vientre, sin prestarle atención.


"¡Más que afortunada!". "Algo me dice que eres del tipo celoso". trató de instigarla en otro frente. "¿No lo eres?" levanta una ceja, contrariada, recibiendo una mueca de negación por parte del chico. Ella se aparta boquiabierta, sin creer posible semejante afrenta, y va a tumbarse en la cama teatralmente.

La hija del entrenadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora