19. ¡Qué hermoso!

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En la primera salida real de Laurin por las calles de La Habana, nuestros turistas recorrieron las calles del centro, visitando los principales lugares de interés, como el parlamento y la plaza de la revolución. Había muchísima gente en las calles, y se notaba por la pobreza de los edificios. Nueva York también tiene mucha gente, pero entre todos los rascacielos y las luces y los monitores, lo último en lo que te fijas es en la gente de la calle, mientras que en Cuba las calles son igual de espaciosas y están llenas de gente, pero no hay edificios nuevos y poderosos, y las únicas luces que hay proceden del sol y de los semáforos. Camila caminaba segura y a paso ligero, en dirección a la calle del mercado, un lugar especialmente turístico donde había sitios donde tomar algo. 


El calor era insistente, Laurin casi se arrepentía de no haber escuchado a su amiga respecto a la ropa de su maleta. Por suerte, aquella tarde se había puesto un pantalón de chándal rojo con deportivas blancas y una camiseta con un estampado de The 1975. No podía faltar la cazadora vaquera con las mangas remangadas hasta medio brazo y su moño de samurái. No es muy aficionado a las gafas de sol, prefiere andar con los ojos entrecerrados y ver muy poco, ya que tiene los ojos muy claros, antes que ponerse unas gafas. Llevaban horas deambulando por las calles de Cuba, deteniéndose en algunos bares a tomar algo, donde Camila era bien recibida, pues conocía a los encargados de los establecimientos, y era en uno de ellos donde el grupo tomaba ahora un refrigerio.


"¡Jesucristo, hace un calor del demonio!", se queja Shawn dando otro sorbo a su bebida.


"Aun así, deberíamos estar acostumbrados, ¡somos de Miami!", le acompaña Dinah.


"Laurin, tienes la cara ardiendo", dice Normani fijándose en la tez rojiza de su amigo de la infancia. Camila se gira para mirarle y estalla en carcajadas.


"No, está bien... ¿Dónde has visto que un cubano se queme?", le toma el pelo.


"Oye, yo tengo la piel sensible. Además, soy más blanco que la leche, ¿qué esperabas?", se defiende el capitán llevándose el vaso de bebida helada a las mejillas, haciendo que Camila se ablande.


"Mila, ¿se puede saber adónde nos llevas?", Gregg hace un gesto de dolor tras 10 minutos llevándose las manos a la cara por el calor húmedo de La Habana.


"A una excursión donde los turistas no suelen ir nunca", contestó ella, levantándose y dirigiéndose a la caja, dando dos golpecitos con la palma de la mano en el mostrador para indicar al camarero, un hombre de unos 40 años que era su amigo, que volviera al mostrador desde el fondo sonriendo cariñosamente a la chica y abriera la caja para pagar la cuenta de las bebidas.


Todos se levantaron saludando al hombre y, al salir del bar, Camila les hizo señas para que la siguieran hacia un grupo de tipos apoyados en coches sin capota, mimetizados perfectamente con la etnia de la ciudad.


"¿Amigos tuyos también?" preguntó Dinah divertida, recibiendo una sonrisa tranquila de su amiga.


"No, no los conozco..." levanta una mano, llamando su atención, y los cuatro de repente muestran interés por lo que la cubana quería preguntarles, o quizás sólo estaban interesados en ella.


"¡Chichos! ¿Cuánto cuesta un paseo?".


La hija del entrenadorTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon