CAPÍTULO 30

1 1 0
                                    




No quiero soltarlo. No puedo dejar que se vaya sin que me haya devuelto mi corazón que aún tiene entre sus manos. No podía despedirme. Intento decir algo mientras lo abrazo más fuerte de lo que nunca he hecho, pero las palabras se quedan en mi garganta y mi sollozo impide que hable.

- Me prometiste que no llorarías - replica con la voz entrecortada.

- No todas las promesas se cumplen, ¿sabes?

Él me aprieta más fuerte por cada segundo que pasa:

- Será mejor que me vaya.

Aún seguíamos abrazados por el miedo de soltar al otro y decirnos el adiós definitivo que tanto nos dolía a ambos.

- Sí - contesto sin soltarlo.

- Joder, Kylie, quiero y no puedo soltarte.

- Tienes que hacerlo en algún momento.

- A la cuenta de tres, ¿vale?

- Está bien.

- Uno...

- Dos...

- Tres...

Y seguimos abrazados. Esto es imposible.

- Probemos otra cosa mejor - susurra contra mi pelo.

- ¿Cómo que?

- Cerraremos los ojos y nos daremos la vuelta. No habrán despedidas, son demasiado jodidas.

- ¿Es válido darse la vuelta?

- No, pitufa tonta - contesta con una pequeña risa.

En ese momento nos separamos mientras nos miramos fijamente. Intento memorizar cada lunar y cada uno de sus hoyuelos antes de cerrar los ojos. Me doy la vuelta, escucho cómo él hace lo mismo.

Soy la primera en abrir los ojos para seguir andando hacia delante, avanzando. Pasando esos baches sola. Sigo andando cada vez más rápido sin darme la vuelta y no puedo evitar... sonreír.

Sonreí porque sabía que estaba haciendo lo correcto, que tener que dejarlo ir para que fuera feliz era lo mejor. Sonreí por los buenos recuerdos y por los malos. Sonreí por todo lo que pasamos juntos...

Sonreí por él.

Y, como si las ganas me pudieran, me doy la vuelta ¿Adivinad qué?

Sí, ahí está. Mirando hacia mi dirección con una sonrisa en la cara al igual que yo.

- Adiós, Gargamel - susurro para que me lea los labios mientras una lágrima traicionera escapa por mi mejilla. Él parece entenderme, ya que puedo ver desde lejos cómo sus labios pronuncian ese "Hasta siempre, pitufa".

Bueno, y así fue cómo cada uno seguimos por nuestro propio camino.

Pero era obvio que no podía irme así sin más.

- ¡Gargamel! - lo llamo entre la multitud, él gira nuevamente su mirada hacia mí aún sonriendo - ¡Procura no llegar tan tarde en nuestra próxima vida!

Me regala una sonrisa triste mientras asiente con la cabeza.

Y, sin decirlo, ambos lo sabíamos. El eco de nuestras risas se seguiría escuchando allí. Nosotros, lo que creamos, siempre existiría allí por siempre.

Allí en la luna.





..........





- Abuela.

- Dime - me contesta mientras sigue pintando sin mirarme.

- ¿Por qué nunca me contaste qué fue lo que el abuelo y tú pusisteis en aquel candado de París?

Solo aquellas noches (Bilogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora