5 En el bosque

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La semana pasó de forma acelerada, y no fue para mejor.

Snape siguió entrenando a Harry y a Draco, sin que ellos hiciesen ningún tipo de progreso, y cada día se enfurecía más, exigiéndoles cosas que no podían hacer y portándose de forma casi cruel con ellos.

Su actitud cambiaba si estaban sus hijos delante, ya que aunque seguía siendo igual de serio y frío, también era amable con ellos. Pero la única persona a la que parecía tratar como a una igual era a Astrid. Quizá fuera porque ella tenía más carácter del que parecía, y muchas veces se bastaba de una mirada para controlar el mal genio de su marido.

La mujer, en cambio, siempre era amable con ellos, y parecía preocuparse genuinamente por su bienestar. Harry había recibido más de un buen consejo por su parte mientras le ayudaba a curarse las heridas, y había descubierto que la mujer tenía un gran sentido del humor y no dudaba en decir lo que pensaba.

Había sido ella la que le había entregado un viejo libro de maldiciones con un guiño de complicidad. Harry lo había leído por las noches, comprendiendo por fin algunos de los hechizos que utilizaba su profesor.

Draco, sin embargo, la evitaba como si portase una enfermedad horrible. No había vuelto a insultarla, pero hacía como si ella no existiera. Astrid también fingía ignorarle, pero Harry la había visto dejar pociones curativas en la habitación de Malfoy cuando él no miraba.

Siete días después de la llegada de Harry y Draco a la casa, Snape volvió a enfadarse con ellos.

Los chicos habían vuelto a pelearse, ya que se les había pasado la impresión inicial, y mientras estaban en sus lecciones con Snape, intentaban perjudicarse el uno al otro en lugar de colaborar para vencer al profesor.

Snape se cansó de oír sus estúpidos insultos y de ver cómo intentaban atacarse entre ellos, así que les lanzó una maldición que les dejó tirados en el suelo, sin respiración.

–Podéis volver a vuestras casas –gruñó con desdén, pasando a su lado, sin mirarles–, porque no estoy dispuesto a seguir perdiendo el tiempo con vosotros, a pesar de lo que diga Dumbledore.

Dicho esto, se alejó, dejando a los chicos aún en el suelo, con cara de no entender nada.

Snape entró en la casa, hecho una furia, y se encontró con Astrid, quien ese día no tenía que trabajar. Intentó disimular su mal humor frente a la mujer, pero ella lo notó.

–¿Qué ha pasado ahora? –preguntó alzando las cejas.

–No voy a seguir entrenándoles –gruñó Snape–. Les doy por perdidos.

–¿Cómo? Después de todo lo que Albus ha insistido...

–No les da la gana hacerlo –Snape se paseó por la habitación, furioso–. Esos idiotas están más pendientes de sus rivalidades que de lo que tienen que hacer.

–Son adolescentes, es normal en ellos ser así –insistió Astrid, con la voz calmada.

–Están en peligro de muerte. Lo mínimo que podrían hacer es intentar aprender a defender su vida.

–Dales tiempo, apenas tienen experiencia en duelos reales –Astrid hablaba en tono conciliador, aunque entendía muy bien la frustración de su marido. Snape se dejó caer en un sillón, emitiendo un gruñido ahogado.

–Estúpidos niñatos –maldijo–. Son demasiado cabezotas. Si quisieran podrían derrotarme con facilidad, pero no comprenden... no quieren comprender que deben unirse y trabajar juntos para eso. No piensan, sólo les importa pelearse, como si fuesen unos críos idiotas.

Astrid esbozó una débil sonrisa, escuchándole en silencio, sabiendo que al día siguiente Snape volvería a intentar que Harry y Draco trabajasen en equipo, aunque fuese a base de maldiciones.

La familia Snape (Severus x OC)Where stories live. Discover now