16 El comienzo de la guerra

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Snape gritó de dolor y rabia, y arremetió contra Bellatrix, dispuesto a matarla. Ella retrocedió, sorprendida ante su furia asesina, pero le respondió, gustosa por poder tener una excusa para acabar con él.

Los dos mortífagos se enfrentaron a muerte, ante la atenta mirada de sus compañeros, y se atacaron con los peores maleficios que sabían invocar.

El odio intenso acumulado a lo largo de los años se descargaba ahora, pero Snape tenía un aliciente: había visto morir a Astrid, había sentido cómo la comunicación mágica de sus anillos se rompía, y no iba a parar hasta que Bellatrix pagase por ello.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que los Aurores comenzaban a llegar, ni de que los mortífagos retrocedían cada vez más, acosados por la resistencia del hospital. Ellos siguieron atacándose, esquivándose, intentando destrozarse mutuamente hasta matar al otro.

Bellatrix tuvo su oportunidad cuando Snape resbaló con un charco de sangre y agua. Le hizo perder la varita al tirarle al suelo y le apuntó con la suya, regocijándose de su eminente victoria. Debería haberle matado en ese momento, pero su orgullo fue mayor.

–Así que te casaste con una muggle. Nos traicionaste a todos. Pero al final, tú mismo has quedado al descubierto, luchando por ella. Qué patético –le miró con desprecio, sonriendo con desdén–. Dime ¿qué has ganado con esto?

–Tú nunca lo entenderías.

–¡Idiota! Lo único que has conseguido es volverte débil y descuidarte por culpa de tus estúpidos sentimientos. Pero ahora, tu querida mujercita está muerta ¿qué piensas hacer?

–Matarte –declaró Snape, con fría calma. Bellatrix se rio de forma estridente y se dispuso a acabar con su tarea.

Avada... –un fuerte fogonazo la hizo callar. Bellatrix miró incrédula a Snape, y luego se fijó en su propio pecho. Un hilo de sangre salía de un agujero perfecto, que atravesaba su ropa.

Bellatrix cayó de rodillas y se desplomó, y Snape bajó la mano, en la cual el anillo de bodas seguía brillando.

Él mismo le había enseñado a Astrid a usar la joya como arma en caso de emergencias, y siempre había acumulado magia de más por si acaso. Y sin embargo, nada de eso había impedido que su esposa fuese asesinada, pensó con dolor, mientras se levantaba.

–Siempre hay que llevar otras armas –declaró, mirando a la mortífaga ¿Cuántas veces había escuchado a Astrid repetir aquello?

Temblando, temiendo lo que iba a ver, se giró, buscando a su mujer. Pero no la encontró.

Sobresaltado, la buscó por el pasillo, dispuesto a torturar al que se la hubiese llevado, pero vio que un grupo de médicos la metían en una habitación, tumbada en una camilla. Corrió tras ellos y se coló en la habitación, donde los médicos desnudaban a Astrid de cintura para arriba para poder conectarle unos cables.

Meg y Mike estaban allí, preparando un desfibrilador, mientras otro médico encendía los monitores. Al instante, todos oyeron un pitido continuo, y no les hizo falta mirar para saber que la línea del pulso estaba plana. Aun así, los fieles compañeros de Astrid quisieron intentar la reanimación.

–¿Quién es usted? –preguntó la enfermera, al reparar en la presencia de Snape.

–Soy su marido –respondió él, sin pensar en lo que decía.

Estaba como ido, y no apartaba los ojos de Astrid. Meg y Mike le miraron incrédulos, reparando en su túnica manchada de sangre, la máscara de mortífago mal colocada, y la mano temblorosa que sostenía la varita con tanta fuerza que se estaba quedando blanca. Ambos cruzaron una fugaz mirada de desconcierto, pero no tenían tiempo para cuestionar aquello. Astrid era lo más importante ahora.

La familia Snape (Severus x OC)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt