1. Una muerte inesperada

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Abro los ojos. Me había quedado dormido unos minutos. El tren PATH está a punto de llegar a la estación del World Trade Center. Miro el móvil. Estaba escuchando música, pero me venció el sueño, anoche no pegué ojo. Me pregunto cómo estará Robert, hace algún tiempo que no hablamos. Estoy a punto de graduarme y he tenido mucho lío estas últimas semanas, pero lo que está claro es que no se espera que vaya a hacerle una visita sorpresa. El tren se detiene: ya he llegado. Cojo mi maleta y me bajo. Salgo apresuradamente de la estación, quiero llegar a casa de mi tío cuanto antes. Hace un día espléndido, aunque bastante caluroso. Miro al cielo, está completamente despejado y teñido de un bonito azul veraniego. No sé por qué, pero tengo la sensación de que hoy va a ser un buen día. Sin más preámbulos, busco un taxi, a ver si con un poco de suerte no pillo mucho tráfico, aunque eso en Nueva York es mucho pedir, creo yo. Veo uno a lo lejos, le hago señas y viene hacia mí. Se acaba parando a escasos metros de donde estoy. Meto la maleta en el maletero, abro la puerta y me monto en el taxi. Tras cerrar la puerta, le indico la dirección al taxista y, justo en ese momento, me suena el móvil. Lo saco del bolsillo del pantalón y miro quién me está llamando... Vaya, vaya: es Joe.

—¿Qué pasa, Joe? No llevo ni un día en Nueva York y ya me echas de menos —digo en tono risueño.

—Qué más quisieras, tigre. —Se ríe—. Te llamo para decirte que esta misma tarde voy para allá...

—¡Cómo! —exclamo sorprendido.

—Verás, es que he estado pensando en que debería aprovechar que mi buen amigo Adrien está en Manhattan y así salir de fiesta para desconectar un poco de las clases y la dura vida de un estudiante de Princeton.

—¿Dura vida? No sé ni cómo vas a conseguir graduarte. Es un auténtico milagro que hayas aprobado los exámenes.

—Yo tampoco lo sé —dice entre risas—. Entonces ¿qué me dices? ¿Te apuntas a una noche loca en Manhattan? Quién sabe, a lo mejor conseguimos entrar en Marquee.

—¿En Marquee? Tú debes de estar alucinando. Ese club suele estar abarrotado y no dejan entrar a cualquiera, por no mencionar que no es precisamente barato.

—¿Y qué? Tengo un amigo que puede colarnos. Además, no te preocupes por el dinero: todo corre de mi cuenta.

—De la de tus padres ricos, querrás decir. Tú ni siquiera has tenido problemas para pagarte la carrera, yo he tenido la suerte de que me hayan concedido las becas, si no mi tío no hubiera podido pagarla ni en broma.

—¡Otra vez con lo de mis padres! —exclama Joe—. Vamos a ver, Adrien: es precisamente por eso que tenemos que celebrar que al fin vamos a terminar con los exámenes. Ya no tendrás que preocuparte más por las becas. ¡Nos lo merecemos!... ¿Qué me dices? ¿Cuento contigo? —pregunta él, con su tono insistente de siempre.

—Quizá me apunte. La verdad es que yo solo he venido este fin de semana para ver a mi tío —le respondo.

—Siempre igual, Adrien. Bueno, no me dejas otra opción... ¿Y qué pasaría si te dijera que Karla va a estar esta noche en ese club?

—¿Karla?

—Sí, la única Karla de nuestra clase. Esa misma que está tan buena y que te gusta tanto.

—¿Ella está aquí? ¿En Nueva York? —pregunto sorprendido.

—Efectivamente. Creo que vino hace unos días.

Vaya, parece que nos pusimos todos de acuerdo.

—¿Y cómo sabes que va a salir esta noche y que va a estar en ese club? —le pregunto.

Adrien Fleming y el Mundo EspiritualWhere stories live. Discover now