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—Calla —sisea Natalia. De cerca, Leo tiene los ojos avellana y los ha abierto muy alarmado—. Te van a oír los vecinos.
—El vecino soy yo —dice cuando Natalia lo suelta.

Se queda mirándolo e intenta encajar el personaje que representa Leo con el pijerío extremo del Club de Campo de False Beach.
—¿Vives aquí?
Leo la fulmina con la mirada
—¿Por qué lo preguntas? ¿No tengo pinta de poder permitirme vivir aqui?
—Yo más bien diría que eres de los que prefieren morir antes que vivir aqui —responde Natalia.

—Créeme, no estoy aqui por gusto —contesta Leo, todavía con el ceño fruncido, pero ahora de otra manera—. Eres... Natalia, ¿verdad? ¿Natalia Lacunza? ¿Qué hacías debajo del escritorio de Alba?
—Y tú, ¿qué hacías entrando por la ventana de Alba?
—Tu primero.

—Yo-yo..., eh... —tartamudea Natalia. La entrada de Leo ha apagado parte del fuego que sentía dentro, y ahora ya no está segura de cómo justificar su presencia. Se le empieza a calentar la cara; ojalá se acabase pronto el tormento—. Me han dicho que se escapó anoche.

—Yo he oído lo mismo —dice Leo. Habla con la misma clase de estudiada apatía con la que se desplaza, con los hombros caídos y sin mostrar sus emociones—. ¿Sabías..., sabes dónde está?

—No, solo... quería ver si de verdad se había largado.
—Y por eso te has colado en su casa —dice Leo como si tal cosa.
—¡Tenía llave!
—Ya, claro. Pero sigue siendo allanamiento de morada.
—Solo si cometo un delito.
—Bueno, pues llámalo invasión de la propiedad privada.
—Y cómo llamarías a lo de entrar por la ventana, ¿Eh?

Leo hace una pausa y baja la mirada hacia las punteras de las Vans.
—Es distinto. Alba me dijo que dejaba la ventana abierta.
—Eso no es una invitación a entrar, colega.
—Por favor, ya te lo he dicho, soy su vecino. La gente, ya sabes, siempre le pide a sus vecinos que echen un vistazo a sus cosas cuando no está. Es costumbre.

—¿Y eso es lo que estás haciendo?
—Quería asegurarme de que se encontraba bien.
Natalia pone cara de escéptica.
—No te he visto hablar con ella ni una sola vez en mi vida.
—Ni siquiera la conoces, ¿Verdad? —contrataca Leo—. ¿Y tú que haces aquí? ¿Por qué te importa si se ha marchado o no?

¿Por qué le importa? Porque tanto Alba como ella han dedicado todos los días de sus años de instituto al singular objetivo de ser la primera de la promoción y pronunciar el discurso de clausura; lo único que ha motivado a Natalia tanto como ese honor es saber que Alba Reche no podrá conseguirlo. Por que Alba Reche tiene todo lo demás.
Porque si Alba se ha fugado de verdad, equivale a una renuncia, y Natalia Lacunza no quiere ganar por defecto.
Porque, hace dos días, Alba vio que Natalia estaba sola en el ascensor del Edificio B antes de la quinta hora, le tiró del codo y la besó hasta que se le olvidó un semestre entero de francés. Y Natalia sigue sin saber por qué.

—¿Y tú por qué estás aquí? —le devuelve la pregunta a Leo.
—Porque yo... me preocupo por ella, ¿vale? Los imbéciles de sus amigos no, pero yo sí.
—Ya, te preocupas. —Natalia pone los ojos en blanco—. Y eso te da derecho a liderar la partida de búsqueda.
—No...
—Entonces, ¿qué te da derecho?
Se produce otra pausa. Leo cambia el peso de un pie a otro. Y entonces baja la mirada, levanta las oscuras cejas y dice:
—Eso.

Cuando Natalia sigue su mirada, encuentra un sobre apoyado con aire inofensivo en un organizador de cartas de color rosa. En la parte de delante, Alba ha escrito con su típica letra cursiva el nombre de Leo.
¿Qué? ¿El nombre de Leo?

Leo tiene los brazos más largo, pero Natalia reacciona más rápido. Coge el sobre y lo abre con un dedo. Saca una tarjeta de ese papel rosa con el monograma de Alba y lee su impecable letra en voz alta.

He besado a Alba Reche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora