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Cuando suena el timbre que indica el final de la pausa para comer, despide a sus amigues con la mano como hace siempre y se queda allí para la sexta hora, el Coro Femenino. En cuanto se cierra la puerta, después de que se vayan todes y antes de que el señor Guix o alguno de sus compañeros de clase puedan pasar por allí al volver de comer, va directa hasta el piano vertical.
Ya tiene en el bolsillo la llave plateada de la tarjeta de Alba, por si acaso, y cuando la introduce en el candado de la tapa del piano, entra perfectamente.
Eso, deduce Natalia, explica quién robó la llave del piano.

Abre la tapa con cuidado y mira en las entrañas del instrumento, con sus decenas de palancas y piezas misteriosas, y ahí, sujeta con un clip a una de las cuerdas, está la incómodamente familiar tarjeta rosa.
"Dejándote al arbitrio de las fieras". Eso dice el resto del verso.
Hace un año, en tercero. Literatura Avanzada. Natalia y Alba formaban pareja para un trabajo... de forma involuntaria, por supuesto. La señorita Mamen había dividido la clase por parejas y los había obligado a memorizar un diálogo de una de las obras de teatro que habían trabajado en la unidad dedicada a Shakespeare. Nunca olvidará a Chiara Oliver con aquellas medias tartamudeando mientras recitaba el rey Lear.
Natalia recuerda que acercó el pupitre al de Alba y se quedó de piedra cuando la falda de su compañera tuvo la osadía de cruzar la barrera invisible que había entre ellas y le rozó la rodilla. Recuerda que Alba sonrió de oreja a oreja a la profesora por encima de la lista impresa de escenas de ejemplo antes de volverse hacia Natalia y decirle: "Vamos a hacer Sueño de una noche de verano". Como si fuese la única con poder de decisión. Como si Natalia no hubiera crecido escuchando a sus madres Noche de Reyes  la una a la otras mientras tomaban el café del desayuno.

Recuerda que discutieron —Natalia quería hacer el encuentro de Olivia y Cesario, Alba quería la escena de Demetrio y Helena en el bosque—, así como la calidez de los dedos de Alba en el dorso de la mano cuando la tocó para señalar los versos que no le gustaban. Recuerda que le entraron ganas de tirarle el ejemplar de  Sueño de una noche de verano a la cara perfecta y educada, pero que, al final, llegaron a un acuerdo.

Quedaban en la biblioteca después de las clases y se leían versos mutuamente durante una hora. A Alba se le ponían las mejillas cada vez más sonrojadas por la rabia contenida al ver que Natalia recitaba sin mirar al papel. Natalia saboreaba una sonrisa que no salía en el guión. Saltaba a la vista cuál de las dos haría mejor el trabajo. Por una vez, daba igual que Alba se hubiera salido con la suya.
Recuerda que Alba se marchó airada, con la mochila dando bandazos sobre un único hombro, y luego volvió a entrar en el aula a la mañana siguiente con todas las palabras del fragmento aprendidas de memoria. Natalia estaba de pie delante de la clase cuando Alba recitó con su acento empalagoso "Te seguiré y, haciendo un cielo de un infierno, moriré a manos de quien amo tanto", y se quedó mirándola a la cara. Contempló las perlas que le adornaban los lóbulos y el mechón sujeto detrás de la oreja y el brillo de labios que captaba la luz de la ventana cuando movía la boca, y deseó con todas sus fuerzas que se confundiera en algún verso, un mísero verso. No lo hizo, y, además, al final les pusieron la misma nota a las dos por haber hecho juntas el trabajo.

Natalia mete el brazo en el piano, saca la tarjeta de entre las cuerdas y la abre.
En la primera cara de la tarjeta, Alba ha escrito otra cita de Sueño de una noche de verano. Natalia también se la sabe de memoria. Hermia y Helena.

¡Como si nuestras manos, nuestros costados, nuestras voces y nuestras almas hubiesen estado incorporadas! Asi crecimos juntas, semejantes dos cerezas mellizas que se diría que están separadas, pero que un lado común las une, dos lindas bayas modeladas sobre el mismo tallo.

Cuando la abre, encuentra una nota dirigida a ella:

Natalia:
Ser la hija del director por lo menos tiene una ventaja: la llave maestra facilita mucho las cosas. Aunque el señor Guix parece simpático, así que me sentí un poco mal.
Me alegro de que hayas encontrado esta nota. Me pasé la noche memorizando nuestra escena, pero yo quería representar esta. Es una imagen preciosa, una cereza doble. Nosotras somos así. Siempre parece que estés junto a mí, aunque nunca hayamos podido acercarnos mucho. Pero, bueno, no tengo que explicarte las metáforas, ¿verdad?

                                                           Besos, A

Entonces, ¿te unes de nuevo? —pregunta Leo cuando se encuentran detrás del gimnasio después de la séptima hora.
—Nunca me he marchado oficialmente, y esto no es Ocean's 8 —le dice Natalia—. Aunque si lo fuera, yo sería Cate Blanchett.
—No la he visto nunca —dice Leo mientras se mira las cutículas. Luego, en voz tan baja que Natalia no sabe si quiere que lo oiga, añade—: Yo soy Rihanna.

Theo todavía está releyendo la posdata que hay al final del pósit que Alba dejó pegado bajo la cita de Sueño de una noche de verano. Va dirigida a él.
"Hay un par de cosas más que quiero que sepas de mí —dice el mensaje—. He dejado una foto de nosotros dos en el último sitio en el que me besaste. Quizá te ayude".
—¿El último sitio en el que la besé? —repite incrédulo Theo.

Los tres mantienen una distancia prudencial entre sí, como si dejaran hueco para Jesús en un baile de bienvenida. Theo mira a Leo mientras este se mira los pies, luego Leo levanta la cabeza y Theo se dedica a estudiar las punteras de sus Nike Air Force. Natalia echa de menos la semana anterior, cuando nunca había notado los labios de Alba en los suyos y su mayor problema era encontrar un sujetador adhesivo para la fiesta de fin de curso.

—¿No te acuerdas del último lugar en el que la besaste? —pregunta Natalia.
—Claro que sí —responde Theo—. Fue en la casa de Álex Márquez, cuando nos hicimos las fotos para la graduación.
—Bueno, pues ya está —suelta Leo—; pregúntale si puedes ir a su casa y busca la foto.
—No es tan fácil —dice Theo. Se frota con la mano el pelo erizado de la nuca—. Alex es idiota.
—Sí —afirma Natalia—. No hay vuelta de hoja.
—Pensaba que erais amigos —dice Leo.
—Alex es uno de los tíos con los que salgo por ahí —le contesta Theo—. No es lo mismo.
—¿Qué nos estás diciendo? —pregunta Natalia.
—Lo que digo es que si le pregunto si puedo ir a su casa a buscar algo que Alba dejó allí, lo más probable es que me dé el coñazo de saber qué es, y si se entera de que mi novia me puso los cuernos con vosotros dos, os juro que me lo va a restregar por la cara.

Natalia tarda un segundo en asimilarlo. Puede que Alba los haya arrastrado a esa situación, pero no merece que el imbécil más recalcitrante del colegio sepa que besó a una chica. Aunque a Natalia le dé igual la reputación de Theo, sí que le importa ese detalle. O sea, en un sentido moral general.
—Vale —dice Natalia—. Entonces, ¿de qué otra forma podemos entrar en casa de Alex?
—Mañana por la noche da una fiesta —responde Theo—. Aprovecharé para buscar la foto.
—Necesitas ayuda —dice Leo—. Alex vive al otro lado del campo de golf. He visto su casa. Podría decirse que es un país en miniatura.
—Podríais... Bueno, uno de vosotros podría acompañarme. Los dos sería excesivo. No le mola que se presente gente a la que no ha invitado. Si queremos que la cosa no salga de aquí, solo podrá ir uno de los dos.
—Lo escribió en mi nota —dice Natalia a toda prisa—. Voy yo.

Un cap cortito, se viene la fiesta de Álex, ¿que creeis que pasará?

He decidido cambiar el modelo de personaje de Theo. Más o menos Theo tiene este aspecto ahora.

 Más o menos Theo tiene este aspecto ahora

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He besado a Alba Reche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora