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Se separan: Theo se encarga de la caseta de la piscina y del sótano amueblado, y le deja a Natalia las dos plantas principales.
Primero recorre la planta de abajo, va pasando por habitaciones de invitados y salas de juegos y habitaciones que parecen no tener más utilidad que añadir metros cuadrados a la ya astronómica cantidad de metros cuadrados. Se topa con lo que parece ser el refugio de un tío, una de esas guaridas de las que se ríen sus madres y ella cuando las ven en el canal de casas de lujo: un cuarto inmenso, vacío salvo por un televisor gigante y un montón de adornos horteras de la Universidad de Alabama.

En la planta de arriba encuentra el dormitorio de Álex, que es un estudio sobre lo peor de la adolescencia masculina. A Natalia le gustan los chicos y sus mandíbulas definidas y sus sonrisas maliciosas, pero la pila de ropa sucia y maloliente en un rincón hace que le entren ganas de renunciar a todo eso para siempre. Echa un poco del espray desodorante de la cómoda y le entran arcadas. El año que viene a estas alturas, Álex Márquez estará bebiendo cerveza con el resto de los tíos de la fraternidad Kappa Sigma antes de que su papá abogado los libre del talego por alguna novatada digna de un programa de sucesos. Qué asco. Es imposible que Alba pisara este cuarto.
Para ser sincera, no solo le cuesta imaginarse a Alba en el cuarto de Álex; le cuesta imaginarse a Alba haciendo todo lo que ha hecho.

La Alba con la que Natalia ha compartido clase durante cuatro años siempre le había parecido una chica tranquila y pasiva. La gente cuenta que Alba se pasa el fin de semana repartiendo comida a los pobres, dando clases de repaso a alumnos de quinto o haciendo de modelo de cejas en Japón, pero nunca se la ve hacer ninguna de esas cosas a menos que cuelgue una foto, retocada hasta quedar fabulosa, para sus veinticinco mil seguidores de Instagram. Se limita a flotar por ahí, sin un pelo fuera de su sitio, con la falda del uniforme, que misteriosamente parece más corta cuando la lleva ella pero que cumple a rajatabla la longitud permitida en las normas. Nunca se mancha las manos.

Natalia siente un cosquilleo en los dedos al recordar la cadenita de plata que guarda en el cajón del cuarto de baño. Siempre había sospechado que algo fallaba en los cálculos de Alba, pero nunca ha sido capaz de demostrarlo. Y teniendo en cuenta que ni siquiera puede imaginarse a Alba ahí, merodeando por la casa de otra persona con un puñado de pistas y un plan para largarse del pueblo... Nunca se ha sentido tan lejos de la respuesta.

Está a punto de ir a buscar a Theo para decirle que es una bola, cuando lo ve.
En el descansillo entre el primer piso y el segundo, escondido debajo de una pila de libros y una planta falsa, bajo una cabeza de ciervo disecada, hay un sobre rosa.
Lo coge al vuelo y lo abre sin pensarlo.

Lo primero que encuentra dentro es una foto polaroid de Alba y Theo sonriendo junto a la piscina, con el atardecer a su espalda. Alba lleva el vestido rosa de la fiesta de fin de curso y Theo parece levemente incómodo con el traje, pero sujeta con fuerza la mano de Alba. Natalia le da la vuelta a la foto para no tener que mirarlos mientras lee la tarjeta adjunta.

Theo:
Tengo que contarte algo sobre esta foto. Parezco contenta, ¿verdad? Lo que pensaba en este momento era: "Antes de la graduación lo habremos dejado".

Pd: Comprueba las fundas, Leo. Natalia debería saber dónde están. La clave está donde estoy yo.

En cuanto sale de la casa, Natalia pasa por detrás de la línea defensiva que dispara latas de cerveza y se dirige a la caseta de la piscina. La puerta lateral está entreabierta (Theo debe de estar dentro) y acerca la mano al pomo...
Intenta dar otro paso, pero no puede. El tacón de la bota se le ha hundido ¡otra vez! En esta ocasión, en el charquito de barro que se ha formado entre dos de las losas del camino que lleva a la puerta. Tira hacia arriba, pero el suelo tira aún más fuerte.

Tan lejos de la parte principal del jardín, el ruido de la fiesta queda lo bastante amortiguado para que oiga la voz de Theo desde dentro de la caseta de la piscina. Abre la boca dispuesta a abandonar su orgullo y pedirle que la ayude a salir del césped; pero, antes de que diga algo, habla otra voz:
—... vale —consigue entender Natalia—. No te preocupes.

No pasa mucho tiempo con gente susceptible de acudir a una fiesta de Álex, pero es fácil asignar una cara a esa voz. María Villar, estrella de softball y una de las damas de honor de la fiesta de bienvenida. Guapa, popular, compañera de clase de Natalia en Biología Avanzada. Su hermana mayor se hizo famosa por salir del armario dos años después de acabar el instituto y su padre es rico porque posee el concesionario de coches que está enfrente de Willowgrove.
—¿Te acuerdas en octavo? —pregunta la voz de Theo—. ¿Cuando tuvimos que cuidar aquella bolsa de harina para Ciencias Naturales?
—Sí —dice María—. Se me cayó al salir del coche de mi madre y nuestro bebé se desparramó por todo el camino la primera noche que me tocaba cuidarlo.
—¿Recuerdas que tu madre nos llevó a la tienda a buscar la misma marca de harina para cambiar el paquete, y la llevamos a clase, pero me cagué porque pensaba que todo el mundo se daría cuenta...?
—Y le confesaste a la señora Mónica lo que habíamos hecho. Sí, ¿cómo voy a olvidarme? Nos suspendieron. Es la única vez en mi vida que he sacado mala nota en un trabajo de ciencias. Me cabreé un montón.

—¿Alguna vez..., eh, alguna vez tienes esa sensación?
Mierda. Natalia dobla una pierna para apoyar la rodilla y empieza a soltarse los cordones de la bota, intentando liberarse antes de acabar oyendo sin querer más revelaciones sobre la vida interior de Theo Smith.
—¿Qué sensación? —oye decir a María—. ¿La de cabreo hacia ti?
—No, me refiero a, no sé... Como si te hubieran cambiado o algo así, pero sin perder el aspecto que se supone que deberías tener, continúas siendo harina, así que ¿por qué ibas a sentir que te pasa algo malo?
—Ah, en realidad... —dice María.
Con un último tirón, Natalia logra liberar el pie, pero el impulso la hace tambalearse hacia detante, cruzar la puerta y aterrizar en el suelo de cemento de la caseta de la piscina. Justo a los pies de María.

Se quedan los dos petrificados con el vaso de plástico rojo en la mano, y miran a Natalia, que está despatarrada en el suelo con un solo zapato puesto.
—Uf, a ver —dice Natalia—, alguien debería comprobar los estándares de seguridad de esta fiesta. Está al caer una denuncia.
—¿Te encuentras bien? —pregunta María mientras Theo extiende la mano para ayudar a Natalia a levantarse—. No deberías beber más si es la primera vez.
—Gracias por preocuparte, pero no bebo —responde Natalia.
Theo la levanta con la fuerza pura de sus bíceps, que casi la mandan otra vez por los aires, y entonces se siente a la vez abochornada y mareada por el trompazo—. Buscaba a Theo. Hola, Theo.
—Holaa —contesta él. Levanta las cejas de forma nada disimulada hacia ella—. ¿Has encontrado el baño?
—Sí, si, lo he encontrado.

María los mira, arquea una ceja y niega con la cabeza.
—¿Todavía queda pizza?
—Eh, creo que sí —responde Natalia.
—¿Acabamos de hablar luego? —le dice María a Theo.
—Eh —contests Theo—, tranquila, ya está.
María se encoge de hombros, sale por la puerta abierta y luego vuelve a asomar la cabeza dentro.
—Parece que Paul ha empezado con las margaritas del revés. Alguien se va a romper los dientes en cualquier momento y solo tendréis una oportunidad de contar esa historia.
—Eh, en realidad —empieza Natalia—, yo pensaba...
Pero María ya se ha marchado y Theo la sigue de inmediato.
—... irme a casa —termina aunque nadie la oiga.

Eso debería hacer. Puede mandarle a Theo una foto de la nota de Alba desde la comodidad de su dormitorio, donde nadie va a terminar la noche vomitando en la piscina y teniedo que sacar el aparato dental del filtro.
Llega al umbral y se inclina para recuperar la bota del césped.
Aunque... Quizá sea ahí donde debe estar. "Conoce a tu enemigo", etcétera, etcétera. Cuatro años mirando a Alba desde fuera no la han llevado a ninguna parte, pero esta podría ser su oportunidad de meterse en su piel por una noche y verla desde dentro.
—Alba Reche, mi auténtica pesadilla —suspira para sus adentros.
Se quita la otra bota, se cuadra de hombros y entra descalza en la fiesta.

¿A qué creéis que se refería Alba con lo que dice en la carta?

He besado a Alba Reche जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें