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—Hola, Natalia —dice Leo—. ¿Quieres ver una cosa muy guay?
Llevan allí dos horas y media. Ciento cincuenta minutos tumbados en un conducto de aire polvoriento por encima de las oficinas de administración, escuchando a los Spin Doctors.
Natalia ha mandado un mensaje a sus madres para decirles que se quedará hasta tarde estudiando con Marta, pero habría hecho mejor en mandarles un mensaje de despedida para siempre, porque, desde luego, va a morir allí.

Han retrocedido lo suficiente por el sistema de conductos para encontrar una  intersección en la que pueden estar tumbados cabeza con cabeza en lugar de pies con cabeza, y ahora Natalia tiene que sufrir en silencio los destellos de la linterna del móvil de Leo.
—Leo, si vuelves a enseñarme esa rata muerta, te juro por Dios que te la hago tragar.
—Eso no —dice Leo—. Esto.
El chico se mete el pulgar y el índice dentro de la nariz y, por un horrible segundo, Natalia piensa que está a punto de ver algo creado por su cavidad sinusal, hasta que una pieza de plata brillante capta la luz del móvil. Leo acaba de darle la vuelta a un pircing con dos bolitas.

—¿Tienes un pircing de nariz secreto?
—Ya te he dicho que era muy guay. Y me lo hizo Chiara.
—¿Es que no tienes dinero o qué? Podrías pagar a un profesional para que no te pille una infección por estafilococos.
—Eso mataría toda la buena onda —dice Leo—. Y el que tiene pasta es mi padrastro, no yo.
—Vale, entonces, ¿es él quien te compra las guitarras chulas? —pregunta Natalia al recordar la colección de relucientes Strats de Leo—. Me crie rodeada de músicos. Sé lo que cuesta un trasto de esos.
—Mi madre me compra guitarras porque sabe que me gustan, y se siente mal por haberme obligado a mudarme al club de campo para que ella pudiera casarse con algún abogado bobo y dejarme tirado para irse de viaje a Cancún. Mi padre dice que en realidad "me compra con las guitarras", algo que también aborrezco, pero quiero a mi padre.
—Ah —dice Natalia. Desde ese ángulo, la luz del móvil capta los rizos que Leo se ha aclarado con decolorante y se lo imagina apiñado en el cuarto de baño con Chiara, Damion y un kit de decoloración, igual que cuando Natalia y sus amigues se reunieron junto al lavabo para ayudar a Oli a cortarse el pelo—. OK. Bueno, sí, el piercing es guay.
—Gracias.
—¿Por qué no te lo pones para ir a clase?
—Pero si lo llevo todos los días.
—Me refiero a la vista.
Leo se encoge de hombros y roza la plancha de metal al subirlos y bajarlos.

—Sí, no sé. Si vas a romper las normas, no le veo la gracia a dedicarte a incumplir el código de vestimenta. Un fruto fácil de conseguir. Llama demasiado la atención. Y ni siquiera incomoda tanto a nadie.
Natalia frunce el entrecejo.
—Vaya, me suena a subtweet. ¿Tengo que darme por aludida?
—Entonces, ¿por qué lo haces?
—Supongo que porque... Sé que la gente se va a quedar mirándome y que los profes van a encontrar algún motivo para castigarme de todos modos, así que por lo menos de esta manera controlo por qué.
—Me parece razonable.
—Además, mi aspecto es de lo más cool. Y el código de vestimenta es una chorrada.
Leo sonríe.
—Por lo menos en la última parte, te doy la razón.
—Y... —continúa Natalia—. O sea, seguro que también es porque no puedo saltarme normas más importantes porque, claro, entonces correría el riesgo de no ser la mejor de la promoción, y no puedo arriesgarme a eso.
—¿Y no te parece que ahora mismo te estás arriesgando? —pregunta Leo, y hace un gesto para indicar toda la situación surrealista en la que están.
—Es diferente —insiste Natalia—. Nadie se va a enterar jamás de que hemos hecho esto. Y lo estamos haciendo para encontrar a Alba antes de que acaben de poner las notas y convencerla para que vuelva. No me he descuernado durante cuatro años para luego no verle la cara cuando pierda.
—Dios mío. ¿De verdad es esa la única razón por la que estás haciendo todo esto? ¿Por quedar la primera y dar el discurso de clausura?
—Mejor que hacerlo para enrollarme con ella.
—Eso no... —Leo parpadea unas cuantas veces, como si hubiera conseguido incomodarlo—. Eso no es lo que veo en Alba.
—Ya, claro. Entonces, ¿qué ves?

He besado a Alba Reche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora