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Días desde la desaparición de Alba: 8
Días hasta la graduación: 35

—Perdona —dice la mami de Natalia, y cruza los brazos sobre el pecho. Se apoya en el lateral de la furgoneta, donde puede leerse en negro el logo de su empresa de soldadura—. ¿A qué fiesta dices que fuiste anoche?

Así van siempre las cosas con las madres de Natalia. Hablan de todo, absolutamente de todo, así que cualquier secreto parece una montaña. Natalia aguantó hasta el domingo por la mañana, luego se rindió mientras iban al aeropuerto de Birmingham.
—Una en casa de Álex Márquez.
—¿De qué me sueña ese nombre?
—Es un idiota de proporciones nucleares. Seguro que alguna vez me he quejado de él.
—¿Y eso fue cuando me dijiste que estabas con Marta?
—No —escurre el bulto Natalia—. Dije que había quedado con alguien. Y era cierto, porque fui a la fiesta con alguien. Bueno, técnicamente me lo encontré allí, pero fuimos juntos.
—Jovencita, estás estirando mucho el concepto de "verdad". ¿Quieres contarme por qué fuiste a una fiesta en casa de ese capullo atómico?
—Idiota nuclear.
—Claro.

Como sabía que acabaría por largarlo todo, ya tenía una historia montada. Todo el rollo de intentar tumbar a su rival académica es demasiado complicado de explicar y, por otro lado, si afirma que quiere hacer las paces con la élite de Willowgrove como gesto de buena voluntad de fin de curso, lo más probable es que su mami la lleve corriendo a urgencias por daños cerebrales.
—Estoy en un trabajo de grupo con un jugador de fútbol de mi clase de Religión —dice— y tenía que decirle que dejara de escaquearse e hiciera su parte.
—Ay, sí —Su mami hace una mueca—. La clase de Religión obligatoria.

Sacar a colación la clase de Religión siempre funciona. A su mami le hace tan poca gracia como a ella estar atrapada en False Beach, lo cual es la razón principal de que Natalia no pueda enfadarse con ella por arrastrarlas allí. Quejarse de Willowgrove ha sido una manera de estrechar los lazos entre las dos desde hace unos años.
—Sí —dice Natalia—. El entrenador Gotzon saca tiempo de su apretado horario preparando al equipo de béisbol para informar a seis clases de estudiantes de cuarto de que el sexo antes del matrimonio es un pecado y los homosexuales son una abominación. Es genial.

Da la impresión de que su mami va a decir algo, pero entonces se abren las puertas automáticas y aparece su mamá con el mismo aspecto de siempre: lleva un mono ancho de lino y arrastra una maleta llena de vestidos de ópera. Al cabo de un segunto tiene a Natalia en los brazos, la levanta en volandas y entierra los dedos en el pelo corto de su hija.
—Ay, niñita mía —le dice al oído a Natalia. Esta nota un nudo en la garganta. Tose junto al hombro de su mamá—. Te he echado mucho de menos.
—¿Tienes más canas? —pregunta Natalia con la cara entre su pelo.
—Es probable.
Suelta a Natalia y luego se dirige a su mujer, la coge por la cintura y le da un beso largo con la boca abierta, como si estuvieran en la proa del puñetero Titanic.
—Vale, vale —dice Natalia—. Seguimos en Alabama. Vamos.

De camino a casa, vuelve a contarles la historia de la fiesta de Álex. Sí, le echan la bronca por mentir, pero el grado de castigo se reduce a tener que aguantar un discurso de media hora de su mamá acerca de la importancia de la comunicación fluida entre los miembros de una comunidad que se autogestiona, aunque sea tan pequeña como una familia de tres personas. Natalia comprueba si Alba ha colgado algo nuevo en Instagram y dice "ajá" cuando toca. No hay nada nuevo, solo la misma parrilla de cuidadísimas fotos falsamente espontáneas en tonos cálidos.

Cuando termina de mirar la cuenta de Instagram de Alba, vuelve al chat de grupo con Theo y Leo, donde han estado comentando la posdata de la última nota de Alba. Natalia está segura de que la palabra "fundas" hace referencia a la colección de vinilos de Leo y quiere registrar su habitación, pero esta mañana él ha mandado un mensaje de voz, en el que sonaba preocupado, para decir que es perfectamente capaz de buscar él solito y que ninguno de ellos tiene permitido volver a entrar jamás en su cuarto
¿¿¿???, responde Natalia. A estas alturas los otros dos ya saben lo que eso significa: que quiere un informe sobre los avances de la investigación. Leo responde con un emoji en el que enseña el dedo índice.

En casa, comen el maldito turducken mientras su mamá describe el hotel de Portugal y sus preciosos balcones y las tartaletas de crema del servicio de habitaciones. Después de cenar, hay tarta de queso casera con guindas encima, lo cual hace que Natalia piense en Sueño de una noche de verano y en Alba, y entonces se muere de ganas de sacar el móvil y volver a mirar Instagram.

Deja el plato en el fregadero y se dirige al dormitorio.
—Oye, oye, ¿adónde vas? —pregunta su mamá mientras se recoloca un rizo largo de pelo canoso dentro de la trenza. Su mami gruñe al pasar por delante de ella en el pasillo, cargada con un montón de mantas del dormitorio principal—. Hemos alquilado Tienes un email.
—Sí —dice su mami en cuanto lo deja todo en el sofá—. ¿No quieres ver con nosotras cómo Tom Hanks manda al garete a una adorable librería indie?
Echaba mucho de menos a su mamá, desde luego que sí.
Pero... Alba.
Uujjj
—Tengo un trabajo larguísimo para el lunes —contesta.
Su mamá hace un mohín.
—¿Acaso te crie para ser responsable? Se supone que te había criado para ser anarquista.
Natalia se encoge de hombros.
—Nadie es perfecto.
Al llegar a su cuarto, enciende la luz y se desploma en la cama.
Si estuviera en su habitación de siempre, sabría qué hacer con Alba. Allí le resultaba más fácil pensar.
Le encantaba su piso en Los Ángeles. Estaba casi en el límite de la ciudad: un piso de tres habitaciones en la cuarta planta, cuya distribución aún recuerda. El único cuarto de baño, el armario del pasillo en el que le gustaba enconderse a Fígaro, el sillón orejero de color rosa en la sala de estar. A la izquierda del fregadero de la cocina había un aparador antiguo que sus madres habían rapiñado en una liquidación de patrimonio y habían pintado de verde menta. Su cuarto tenía una puerta acristalada corredera que daba a un balcón diminuto con vistas al perfil de la ciudad. Cuando cumplió diez años, sus madres por fin le dejaron tener llave del balcón: nunca se había sentido tan guay y tan adulta como cuando se pasaba el verano leyendo libros sobre una toalla se playa en su balcón privado.

La casa que tienen en False Beach no es mucho más grande que el piso, pero, en cierto modo, le parece gigante. Echa de menos oír las rutinas diarias de sus vecinos a través se las paredes e ir a la cocina a buscar té dulce sin perder la conexión de Bluetooth entre los auriculares y el portátil. Echa de menos su antigua habitación, las capas de pintura azul lavanda, amarilla y verde conforme fue creciendo, así como la parte de la puerta del armario en la que pegó un poster de La leyenda de Korra y de la que nunca llegó a quitar el celo. Cuesta aprender todo lo que uno sabe de la vida en la misma habitación y luego, un buen día, empaquetarlo todo y no volver a ver ese espacio jamás.

Trataron de hacer que su nueva habitación se pareciera al máximo a Natalia. Pintaron las paredes de verde, y colocaron tiras de luces del techo. En la pared, encima de las barras metálicas del cabecero de la cama, colgaron una lámina enmarcada gigante de Billie Eilish, su cantante favorita. No hay balcón, solo una ventana que da al patio lateral, junto al aparato de aire acondicionado, pero su mami fabricó un banco de madera del ancho del alféizar para que Natalia pudiera leer al sol.
De todas formas, sigue sin parecerle su hogar. Después de que su abuela muriera cuando estaba en segundo de instituto, Natalia confiaba en que regresaran a Los Ángeles, pero luego había que encargarse de la casa de la abuela y venderla, y había que gestionar su patrimonio, y después se hizo demasiado tarde para acabar el instituto en otra parte.
Fígaro salta encima de la cama y Natalia le acaricia entre las orejas.

Una de las cosas que sus madres dicen que Natalia ha heredado de Fígaro es que ambos necesitan rascar algo, un sitio en el que limarse las uñas para no destrozar la casa. Eso es algo que Willowgrove tiene, pero que Natalia no encontró en los colegios hippies a los que fue en California: la oportunidad de competir.
Por eso no puede dejar de husmear por ahí para averiguar dónde está Alba. Durante el tiempo que han compartido en Willowgrove, Natalia por fin ha tenido  a alguien con quien enfrentarse para ser la primera en todo y eso le ha dado una especie de motivo para vivir allí. No es que Alba sea tan importante; es solo que, sin ella, Natalia no sabe qué sentido tiene todo.

Sus amigues, recuerda de inmediato. Por eso tiene sentido vivir allí. Marta, Álvaro y Oli, les amigues con les que se suponía que iba a pasar la noche del viernes antes de que Alba se interpusiera en su camino.
Rueda por la cama, coge el teléfono y llama a Marta por FaceTime.

He besado a Alba Reche Kde žijí příběhy. Začni objevovat