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Cuando suena el timbre para comer, Natalia se escabulle de la clase de Francés antes de que Marta termine de cerrar la cremallera de la mochila y va a la otra punta de la sala de coro.
Willowgrove tiene cafetería, es cierto, pero la mayor parte de los estudiantes no la utilizan. Los alumnos del instituto se dispersan a las zonas designadas de forma tácita para comer: los de primero contra el muro de ladrillo de la cafetería, los de segundo en los escalones de la capilla, los de tercero en el patio y los de cuarto en la zona de lujo que son los bancos situados a la entrada del Edificio C.

Pasa por delante de Theo, que está sentado sobre el reposabrazos de un banco y rodeado por las mismas personas entre las que se ha quedado atrapada Natalia dos horas enteras durante la celebración. Ruslana se vuelve hacia Suzete y le dice algo tapándose la boca con la mano, luego las dos se echan a reír. Natalia mira a Theo, con la esperanza de ver una línea de vida en forma de irritación.
Sin embargo, Theo tiene la atención puesta en algo alejado, y cuando Natalia sigue su mirada, encuentra justo a la persona que anda buscando: Leo, que evita a propósito al resto de sus compañeros de curso situándose en el roble siempre verde que hay en el campus. Algo bueno de esa enemistad celosa y rara entre Leo y Theo: siempre que encuentre a uno de ellos, encontrará al otro.

El roble es inmenso y técnicamente los estudiantes tienen prohibido subir a él, pues sus ramas bajas son perfectas tanto para trepar con facilidad como para rellenar una denuncia cuando uno se rompe el brazo al caer. Si la vista no le engaña, piensa Natalia, Leo sin duda parece un chulo rebelde que se balancea subido a una rama.
Y tampoco está solo. Está con Damion Frost, el infame Colgado. En la rama de encima de Rory, más gruesa, está Chiara Oliver, a quien casi siempre se la ve por el aparcamiento después de las clases con una longboard como las de las chicas que solía ver Natalia en el muelle de Santa Mónica. La única indicación de que le importa algo en la vida es el hecho de que toque el tambor en la banda de marcha del colegio.

—¡Eh, Natalia! —la llama Leo sin bajar cuando se acerca.
Natalia entrecierra los ojos para mirarlo y se fija en la guitarra acústica que tiene en el regazo.
—¿Cómo has subido ahí la guitarra?
—El árbol provee —responde Chiara en su nombre.
Desenvuelve un chupachup de los que tienen chicle dentro y se lo mete en la boca.
—Doy por hecho que vienes con noticias de Alba —dice Leo, y toca un acorde melancólico.
Natalia se queda mirando a Chiara y a Damion. Ambos transmiten un aire de desprecio que indica que preferirían estar recalentando el BMW de Leo en ese preciso momento.

—¿Saben lo de Alba?
Leo frunce en entrecejo.
—Son mis amigos. Claro que saben lo de Alba. ¿Es que tú no se lo has contado a tus amigos?
—Eres más alta de lo que pensaba, ahora que te veo de cerca —dice Damion apostado en su nido del árbol, como un búho ligeramente colocado.
—¿Gracias? —contesta Natalia, y luego se sube a una rama y le cuenta la teoría de Theo sobre la pista y el despacho—. Aunque no quiere ayudarnos con esto, estaríamos tú y yo.
—Ah. —El siguiente acorde de Leo suena tan plano que resulta desagradable. Mira hacia arriba y Natalia sabe que está mirando a Theo, y que Theo debe estar fingiendo que miraba por si había alguna ardilla—. Practicaba acordes.

Natalia va directa al grano.
—¿Podemos hablar de logística? Me he pasado mucho rato en el despacho de Reche, así que me conozco bastante bien la distribución.
—Yo también —comenta Leo.
—Tú... —Vale. Se le había olvidado que eso es algo que tiene en común con Leo. Dedica un momento a pensar cuánto calor de las posaderas habrán compartido sin saberlo a través de la silla del despacho del director Reche a lo largo de los años—. Vale, también he pasado mucho tiempo en el insti después de clase para los ensayos y las reuniones del club, de modo que sé que...
—¿Todas las puertas del centro tienen un temporizador y se cierran automáticamente a las cinco de la tarde? —termina Leo en su lugar—. Sí, ya lo sé.
—¿Cómo?
Leo se encoge de hombros.
—¿Te suena lo que es perder el tiempo?
—Vale —dice Natalia—, entonces, bueno, pues ya sabes que sin llave no hay manera de entrar ni salir del edificio fuera de las horas de clase, y que no hay forma de entrar en el despacho de Reche durante el día sin pasar por delante de la señora Clara y cinco administrativos más, así que básicamente nuestras opciones son conseguir una llave o evacuar el campus entero, lo cual me parece un poco exagerado, aunque no estoy del todo en contra...
—O podríamos escondernos en alguna parte del Edificio C hasta que todo el mundo se marche a casa —sugiere Leo como si tal cosa.
—Eso podría funcionar —corrobora Natalia—, salvo porque todas las puertas interiores seguirían cerradas con llave.
—Espera —dice Damion—. ¿Cómo se llama tu amiga? ¿La que se parece a ti, pero con mejores vibras?
—Tío, las vibraciones de Natalia están bien —suelta Leo—. No te metas con ella.
—Gracias—dice Natalia, cuyas vibraciones no habían salido nunca a colación hasta entonces—. Eh, ¿te refieres a Marta?
—Siii, esa chica —confirma Damion—. ¿No es la ayudante de la bibliotecaria? Siempre la veo cuando me salto la sexta hora.
—Sí —dice Natalia—. ¿Por qué?
—Bueno, pues entonces tendrá llave.
—De la biblioteca —aclara Natalia—. No del despacho del director.
—De acuerdo —dice Leo, y tamborilea con los dedos en el diapasón de lo que tienes. —Levanta la barbilla hacia la copa del árbol, que roza contra el lateral del Edificio C—. La oficina de la biblioteca es esa ventana, ¿verdad?

Natalia mira entre las ramas hacia la ventana del segundo piso, cubierta de pegatinas de huevos de Pascua y abarrotada de libros. La conoce muy bien; a veces Marta le deja colar los libros retrasados para evitar la sanción por devolverlos fuera de plazo.
—Sí —confirma.
Leo se muerde los labios con mirada contemplativa.
—No hay que saltar mucho.
—Vale —dice Natalia—, así que ya podemos salir del edificio. Pero todavía está el escollo de las tres puertas cerradas con llave que hay por lo menos entre esa ventana y el despacho de Reche, a menos que puedas, no sé, caminar por las paredes.
—¿Y qué me dices de ir por el techo? —pregunta Leo.
—Tío —dice Chiara, y abre tantísimo la boca que el chupachup sale disparado al suelo—. ¿Te refieres a...?

Leo sonríe con malicia.
—Justo a eso me refiero.
—¿Sin nosotros?
—Es imposible que quepamos los cuatro —dice Leo—. Muy arriesgado. Tíos, vosotros dos tendréis que ser el equipo de apoyo que se quede en el aparcamiento. ¿Damion?
—¡Pero es nuestro sueño!
—¿Se puede saber de qué habláis? —exige saber Natalia.
Leo inclina la cabeza hacia atrás y la apoya contra el árbol, de modo que los rizos se le suben por encima de la coronilla. La forma de la mandíbula recuerda a la de un modelo y tiene los ojoss cerrados en una expresión de éxtasis, como si las visiones de gamberradas épicas le bailaran en la mente. Contesta con la voz nostálgica de quien anuncia una fantasía alimentada desde hace mucho tiempo.
—Los conductos de ventilación.

Mini cap antes de la misión "entrar al despacho del director".

Mención honorífica a Lau que me ha suplicado que actualize, aunque ya lo hice antes. 🧡

He besado a Alba Reche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora