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La siguiente tarjeta está en el campo de fútbol. Alba la metió dentro de una bolsa de plástico para sándwiches, de modo que quedara protegida de la lluvia, y la pegó con celo a la parte inferior de una fila de gradas de la tribuna, tan alto que Natalia tiene que subirse a los hombros de Leo para recuperarla. Leo tiene toda la pinta de ir a partirse en dos por el esfuerzo.
—¿Sabéis una cosa? Podríais haber contado las filas, haber subido a ese asiento por arriba y haber metido la mano por el agujero entre las gradas —señala Theo mientras Natalia se baja de la espalda de Leo—. Supongo que es como la metió Alba.
—Una sugerencia que habría sido útil hace un par de minutos —gruñe Leo.
Theo se encoge de hombros y salta a la vista que contiene la risa.
—Ya, pero era más divertido miraros.

Hola, Leo y compañía:

Hubo un partido de fútbol el otoño pasado que se pospuso por una tormenta. Querían jugar, pero al final del primer cuarto todos estaban empapados y nadie quería seguir ahí fuera. Theo, me vi contigo justo aquí, debajo de la tribuna, y te besé. De camino a casa, miraste hacia la lluvia en un semáforo en rojo y me dijiste que era la primera vez en mucbo tiempo que creías que te besaba de verdad.

Es una idiotez que mi padre obligue a los estudiantes a trabajar gratis en el puesto de refrescos como castigo, ¿verdad, Leo? Tenías una pinta horrorosa, y eso fue antes de que me vieras besar a Theo delante de tus narices. Sé que nos viste porque sabía que estabas ahí, mirando igual que miras desde la ventana de tu habitación, cuando vuelves la cabeza para disimular cada vez que alguien te ve.

Los celos son algo curioso. Malgastamos tanto tiempo en el instituto por eso, porque aborrecemos que otra persona tenga algo que nosotros no tenemos, porque nos gustaría poder probar qué se siente al ser esa otra persona. Alejar ese sentimiento de tus manos por un segundo y pasárselo a alguien más es un alivio.
Así pues, supongo que por eso dio la impresión de que mi beso era sentido.

                                                            Besos, A.

P.D.: Natalia, te propondría una pregunta básica con una respuesta sencilla, pero sé que no te darías por satisfecha. Aun así, sería divertido ver tu reacción.

Theo, quien por fin parece estar a punto de llegar al límite de saturación, se vuelve hacia Leo cuando termina de leer.
—¿Dónde encontraste la primera nota? —le pregunta Theo.
Leo frunce el entrecejo.
—¿Qué?
—La primera nota que me enseñasteis de Alba. La encontraste tú, ¿no? ¿Dónde estaba?
La pregunta debe de pillar a Leo desprevenido, porque no duda antes de admitir:
—En la habitación de Alba.
—Ups —dice Natalia, al estilo de Leo.
Si fuera por ella, Theo no se habría enterado nunca de que cualquiera de ellos dos había pisado la casa de los Reche.
—Me dijiste que nunca te habías liado con ella.
No es una acusación; suena diferente de hace rato, cuando pensaba que Paul podía estar enrollado con Alba. Está repasando los hechos y es consciente de que se le escapa algo.

—Y no lo he hecho —confirma Leo
—Entonces, ¿cómo entraste en su habitación?
Ya está.
—Yo..., eh... —empieza Leo, y entonces se desespera al darse cuenta de que necesita una coartada que no tiene. Entra en pánico y señala a Natalia—. ¡Ella también estaba!
—¿En serio, tío? —se queja Natalia. Pensaba que tenían un pacto de no agresión entre ellos—. Por lo menos yo usé la llave. Tú subiste a la ventana con una escalera.
Theo abre los ojos como platos.
—¿Que hiciste qué?
—¡Alba me dijo que iba a dejar la ventana abierta! —insiste Leo—. Salta a la vista que quería que yo la usara, ¡de ahí que dejara una nota con mi nombre, joder!
—¿Lo ves? A eso me refiero —dice Theo, y sacude la nota delante de la cara de Leo—. ¡Siempre te metes en medio! Cada vez que voy a casa de Alba, ahí está Leo en la ventana, como un puto Papá Noel. Siempre estás... ¡estás ahí!
—¡Vivo ahí! ¡Tengo permiso para estar en mi casa!
—¡Has conseguido que todo esto se vaya a la mierda! Se supone que tiene que ser Alba y yo, pero en lugar de eso siempre es Alba, tú y yo, y sé que me odias por salir con ella aunque sabía que ella te gustaba, pero...
—Si estoy mosqueado contigo no es por eso.
—¿Qué? ¿Se supone que tengo que fingir que no estaba allí cuando teníamos trece años y me dijiste que Alba era la única chica guapa del colegio? —pregunta Theo—. ¿Te crees que soy tonto o qué?
—Creo que actúas como si muchas de las cosas que pasaron cuando teníamos trece años no hubieran ocurrido nunca.
—¿Qué se supone que significa eso?
Leo abre la boca, se lo piensa dos veces y la cierra.
—Olvídalo. ¿Sabes? Si vuestra relación está acabada, es tu problema, no el mío. Yo solo entro en la vida de Alba hasta donde ella quiere que entre.
—¡Qué coño sabes tú de lo que quiere Alba!
—¡Salta a la vista que tú tampoco!
—¡Eh! —interrumpe al fin Natalia—. Tranquilos.

Theo y Leo se paran, con las caras a menos de un palmo de distancia. Pensaba dejar que sacaran los trapos sucios de una vez (aunque parece que el tema ya está muy enquistado), pero no puede aguantarlo más. Ninguno de ellos merece cargar con las culpas por la lluvia radioactiva de Alba.
—Esto es ridículo —les dice—. ¿Aquí cuál es el común denominador? Theo, Leo no "obligó" a Alba a besarte delante de él. Ninguno de nosotros la "obligó" a que nos besara y luego se largara. Leo, esa nota dice literalmente que quería ponerte celoso, porque sabía que le gustabas y le encanta ser el centro de atención. ¡Venga ya! Nada de todo esto tiene que ver con nosotros. ¡Es Alba! ¡Dejad de fingir que es una santa! ¡Leed los mensajes! Está jugando con vosotros dos y le permitís que lo haga.

Está ahí plantada debajo de las gradas, alternando la mirada entre Leo y Theo, esperando lo que lleva esperando todo ese tiempo: que alguien vea a Alba como ella la ha visto siempre. Suena el timbre de la sexta hora. Ninguno de ellos hace ademán de ir a la séptima clase.
—No lo entiendo —dice por fin Theo con voz derrotada—. Todo lo que ha hecho en las últimas semanas, todo lo que dice en esas notas que ha hecho... No parece ella. Y no comprendo por qué ha hecho todas esas cosas, ni por qué me lo cuenta ni por qué me lo cuenta así. Y supongo que empiezo a preocuparme por si... No sé. Quizá Leo tenga razón. Quizá no la conozca como yo pensaba que la conocía.

Ese momento debería ser como la ronda de aplausos de la última función, como la fiesta de cumpleaños de quinto grado cuando sus madres proclamaron en el coche que las familias de todos los compañeros de clase desearían que sus hijos fueran tan buenos estudiantes como Natalia.
Sin embargo, Theo parece triste y Leo parece enfadado y abochornado, y Natalia no se siente tan satisfecha como suponía que estaría.
—Si estoy mosqueado contigo —dice Leo al fin, mirando a Theo— es porque me diste de lado por los tíos del fútbol, aunque sabías que eran unos idiotas integrales conmigo.
—Yo no te di de lado por los tíos del fútbol —replica Theo con voz áspera y sincera—; tú me rechazaste a mí porque no te gustó que me uniera al equipo, aunque te dije que la única razón por la que mis padres me habían mandado a Willowgrove era para jugar al fútbol.
—No fue eso lo que ocurrió —rezonga Leo.
—Pues así es como yo lo recuerdo.
—Bueno, pues yo lo recuerdo de otra manera.
—Pues vale. —Theo se encoge de hombros—. Lo que tú digas.
—Lo que tú digas.
—¿Estamos en paz? —pregunta Natalia.
Leo mira a Theo un buen rato, luego se mete las manos hasta el fondo de los bolsillos.
—Lo que tú digas.

Natalia dedica lo que queda de la séptima hora a reescribir de memoria líneas de la última nota de Alba en los márgenes del cuaderno de Cálculo Avanzado y a preguntarse por qué exactamente no se siente como creía que se sentiría.
En alguna parte, en un aula distinta, Theo está asimilando el hecho de que la chica en la que ha estado proyectando la imagen de un tierno amor de instituto durante dos años resulta ser alguien distante, no porque sea muy complicada, sino porque no quería que él viera cómo es en realidad. Leo, por su parte, seguramente estará ya repantigado en el asiento del conductor de su coche, preguntándose si la vecina de al lado ha existido o no.

Natalia ya sabía todas estas cosas. Pero de todas las posibilidades que se había planteado para la Alba real, nunca pensó en serio que la de "genio del mal" fuese la acertada.
Alba escribió en la nota dirigida a Theo que quería mostrarle la verdad, y eso es justo lo que está haciendo. No es un ángel. Es la clase de chica que hiere a sus amigos a propósito y rompe las promesas y deja tirada a la gente que más se preocupa por ella sin despedirse siquiera.
Natalia pilla por qué Alba querría que Theo y Leo lo supieran: ¿qué sentido tiene desear y ser deseada si la persona que los demás desean no es tu verdadero yo? Lo que aún no pilla es por qué Alba decidió contárselo a ella.
Pero ahora que lo sabe... Bueno, odia reconocerlo. De verdad que sí. Pero esta Alba, la que va desgranando en el papel de carta de color rosa, es un millón de veces más interesante que la falsa. O sea, no hay color.
Aunque es un rollo que Natalia sea la única que lo vea así.

Pues hasta aquí el cap jajaja.

He besado a Alba Reche Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon