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El tiempo nunca sigue su ritmo habitual durante las últimas semanas del curso, pero mucho menos cuando se está a punto de acabar el instituto. Están ante el fin de los uniformes escolares y las plantillas de los trabajos finales y el tener que pedir permiso para ir al lavabo, y todo es una mezcla de agotamiento y confusión. La frecuencia espiritual de toda clase de cuarto es de las dos de la madrugada en la crepería IHOP después de la última función del musical de primavera.

Parece imposible que Alba estuviera en la pista de baile con su vestido rosa hace solo dos fines de semana.
Gracias a esas mismas leyes descontroladas del tiempo, cuando el sábado a última hora de la tarde va en coche hasta Libros del Campanario con un vaso de Starbucks, Natalia tiene la sensación de que hacía siglos que no quedaba con Marta fuera del insti, aunque solo hayan pasadi unos cuantos días.
Marta está en el mostrador principal, ordenando el material de una caja de alta literatura, y acepta encantada el café con hielo que le ofrece Natalia.
—¿Algo bueno esta semana? —pregunta Natalia.
—No, a menos que cuentes los dramas matrimoniales sobre gente blanca hetero que no puede parar de tener aventuras —responde Marta.
—No, gracias —dice Natalia—. Pero avísame cuando tengas alguno sobre monstruos cachondos.
—Ya sabes que siempre estoy a la caza de monstruos cachondos para ti —dice Marta. Mira alrededor y se asegura de que están solas antes de añadir, en un susurro—: Y de lesbianas con espada.

Para Marta, ser queer no es tan fácil como para Natalia. Marta no está seguro se cómo se lo tomarán sus padres, y mucho menos toda su familia extendida, sureña y baptista. La primera vez que fue a casa de Natalia, se quedó plantada en un rincón de la cocina observando durante tanto rato a las madres de Natalia mientras estas hacían la cena juntas que Natalia temió que pudiera ser homofóbica. Más tarde, cuando las dos amigas estaban juntas en la habitación recortando fotos de revistas para pegarlas en la carpeta, fue cuando por fin Marta mencionó que nunca había visto una pareja lesbiana casada en la vida real, y Natalia imaginó qué se cocía.
Natalia se inclina para ayudarla a vaciar la caja.
—¿Dónde te ha metido toda esta semana? —pregunta Marta—. Se suponía que el jueves teníamos que preparar el trabajo de Francés.
Natalia hace una mueca.
—Mierda. ¿Sí?
—Pues sí —dice Marta—. Me he adelantado y he escrito las tres primeras páginas.
—Vale, entonces yo me encargo de las tres últimas. Te lo prometo.
Marta asiente.
—Vale.
—Y te lo prometo que te lo compensaré algún día cuando sea una editora de categoría y tú seas mi autora más valorada y arrasemos en el mundo literario.
—Claro, claro.
—Y te prometo que te daré más espacio del que te corresponde en nuestra nevera el curso que viene —añade Natalia—. Podrás almacenar setas cogidas del campo hasta que te des por satisfecha.
Marta juega con el pasadir que le recoge el pelo.
—Sí, bueno. En realidad, de eso quería hablar contigo... —comenta.
—¿Ajá?

Natalia mira por encima del hombro de Marta, a las estanterías que tiene detrás. En concreto, a la sección de Austen, donde Alba debió de acercarse hace unas cuantas semanas cuando entró a comprar Emma.
Espera. ¿Por qué iba Alba a comprar un libro justo allí?
—He estado pen... Eh, ¿qué haces? —le pregunta Marta, pero Natalia ya ha cruzado la sala y ha ido directa a esa estantería, para abrir una edición ilustrada de Orgullo y prejuicio. Debería haber saqueado toda la selección de Austen en cuanto Marta le contó aquella anécdota.
—Acabo de darme cuenta, eh... —Seguro Alba vio a Marta leyendo a Jane Austen en el insti y supuso que su compraba un libro de la misma autora, Marta se lo comentaría a Natalia. A continuación saca Persuasión, pero no hay nada dentro de ninguna de las dos cubiertas, salvo olor a libro—. Me parece que dejé algo en uno de estos libros.
—¿Qué? —dice Marta, y aparts el libro de tapa dura que tenía en la mano—. ¿Por qué?
—Yo, bueno, iba a comprármelo, pero cambié de opinión —miente Natalia, y sacude en vano La abadía de Northanger.
¿No te acuerdas de cuál era? —pregunta Marta, y en la voz se le nota que está perpleja.
El último intento de Natalia es una edición en tapa dura de Mansfield Park, y allí, metida dentro de la solapa delantera, encuentra la tarjeta rosa. Y dentro de la tarjeta hay una hoja suelta doblada tres veces.
—¡Lo he encontrado! —exclama, y se mete las dos cosas en el bolsillo antes de que Marta pueda verlo—. Pero, ya, mierda, me acabo de acordar de que... de que hoy había quedado con mis madres para hacer un puzle. Así que, lo siento, ¡tengo que irme!
Antes de que la campanita de la entrada termine de sonar ya ha salido por la puerta y se ha metido en el coche.
Una vez que ha aparcado junto a su casa, lee la carta por tercera vez. Es, con diferencia, el mensaje más largo que ha dejado Alba, y va dirigido solo a Natalia. No puede parar de tocar los surcos de las palabras escritas con boli.

He besado a Alba Reche Where stories live. Discover now