Capítulo 8 El fantasma

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Nota de autora: Antes de leer vengo a hacer algo que de normal no hago comunicarme con vosotros, primero para pedir disculpas para la tardanza estuve algo ocupada con presentaciones y cosas... en fin lo siento pero aquí lo tenéis y segundo agradecer a todos los que la leen aunque sean pocos para mi significa mucho y pediros que votéis no seáis lectores fantasma me gustaría comunicarme mas con vosotros y saber que os parece un abrazoo aquí os dejo el capitulo ....


Es domingo. Quedan dos horas para las carreras.
La moto está preparada, puesta a punto y arreglada.
Mi vestimenta ha cambiado, mi maraña de pelo pelirrojo ahora está atada en una coleta baja para poder ponerme el casco, mi chaqueta motera, lo único que guardo de los años de corredora, me resguarda como siempre del frío de la noche y de las posibles lesiones que pueden ocasionarme las caídas, mis vaqueros desgastados, una etiqueta a la que no estoy dispuesta a renunciar y mi camiseta por encima del ombligo son mi uniforme junto a las botas militares que esconden mi arma reglamentaria y mi placa que llevo conmigo por si acaso, nunca se sabe, sobre todo en esta profesión y aunque no es mi intención revelar mi verdadera identidad, decido llevarlas como protección ante cualquier problema.

Estoy aterrada y no quiero aceptarlo, así que una hora antes me pongo el casco y empiezo a conducir rumbo al puerto. Necesito llegar antes de la carrera para descargar cualquier tipo de miedo y recuerdo y así poder concentrarme en la misión, el viento, la adrelina, los recuerdos, el miedo, me hacen tener los nervios a flor de piel y que las lágrimas asomen.

Cuando llego al puerto me dirijo al lugar donde todo ha ocurrido.
Hace más de cuatro años que no pasaba por aquí; al principio de mi relación con Daniel, yo aún concursaba, era la más pequeña corredora y de las mejores, pero pronto él ocupó el lugar y no me volvió a dejar correr, decía que era demasiado peligroso para mí y que no quería que nada me pasara... cuando intentaba rebatirle con comentarios me callaba besándome y prometiéndome que él correría para mí, porque él no tenía nada que perder más que a mí y que nunca lo haría, nunca me perdería y cumplió su promesa: no me perdió, lo perdí yo a él.

Estaba perdida entre lágrimas y recuerdos en la noche fría hasta que una mano en mi hombro me saca de mi ensoñación y sufrimiento, haciéndome regresar de aquel pasado que me seguiría por siempre ni me había dado cuenta que estaba en el suelo, tomo aire y miro hacia arriba.

Mi cuerpo reconoce ese toque entre miles, pero yo necesito comprobarlo, así que la miro a los ojos.
Es ella, hacía tantos años que no sabía nada de ella, pero una mirada a sus ojos me dice todo lo que necesito saber.
Es ella, Erika, mi mejor amiga, la única que en mis tiempos más oscuros siempre estuvo allí conmigo no sacándome de ellos, sino sucumbiendo conmigo a todas las cosas que nos hacían olvidar la realidad.
—Erika —digo.
—Mía... —El asombro en su voz es desgarrador.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta.
—He vuelto, tía, he vuelto de donde he salido —confieso con una pesadez que no sé que tengo hasta ese momento.

Me mira un momento incrédula, pero ve cómo las lágrimas asoman y de un momento a otro me está abrazando como si la
vida le fuera en ello.
—No me lo creo, tía, has vuelto, Dios, cómo te he echado
de menos, cuéntame, qué has hecho estos años, puta, te fuiste y me dejaste sola, ni un mensaje ni una llamada nada —me reprocha.
—Ya lo sé, Erika, lo siento, tía, pero ahora estoy aquí y eso
es lo que importa.
—Tía, ¿vienes a correr? —me pregunta echándome un vistazo de arriba abajo.
—Sí —respondo sin darle más explicaciones.
—Nena, llevas casi nueve años sin correr, ¿estás segura?
—Sí, tía, necesito liberar malos recuerdos y llevarme alguna que otra alegría, mi vida es muy monótona últimamente.
—Bueno, pero ten cuidado. Estás guapísima, tía, cuánto tiempo, joder, cuéntame todo, lo quiero saber todo...Erika es muy cotilla.

Me lleva media hora en contarle todo y escuchar sus críticas y sus lloros por todo lo que se había perdido y por cómo me había echado de menos, la verdad, yo también la echaba de menos, era la única que nunca me juzgó y siempre estuvo a mi lado, pero después de lo de Daniel, mis padres me hicieron dejarlo todo atrás, incluso a ella.

Casi es la hora de la carrera cuando llegamos a la línea de salida. Todo el mundo habla por lo bajo mirándome, otros me ovacionan por haber vuelto y ya hacen sus apuestas.
Hay por lo menos siete corredores en la línea de salida incluyéndome, pero aún existe un hueco libre, o sea, que falta por venir un corre- dor.
Mientras esperamos, echo un vistazo a mi alrededor para ver quién hay allí y reconozco a bastantes camellos de poca monta que también me conocen bastante bien y que esperan su oportunidad para sacar tajada y volver a tener a su cliente más generosa, pero algo llama mi atención; un ruido molesto de un altavoz seguido de los gritos del presentador anunciando la llegada del último concursante: el campeón del momento, el Fantasma lo lla- man, porque nadie le ha visto la cara ya que no se quita el casco y nunca se queda a la fiesta después, nadie sabe su nombre, pero algo en él es inusual, su posición nerviosa al verme, parecía conocerme, desisto de mi idea y me concentro en la carrera.

La voz de presentador resuena alta y clara:
—¡¡¡CASCOS PUESTOS!!! ¡¡¡MOTORES ENCENDI- DOS!!! ¡¡¡ARRANQUEN!!!
La gente enloquece. Muchos ovacionan, los fans del Fantasma lo corean, a falta de cuatro vueltas para la final solo quedamos nosotros dos.
La carrera es muy reñida y la adrenalina y los recuerdos hacen proponerme ganarle y quitarle el título de campeón, a ver si así averiguo quién es; igual resulta ser alguien importante para la operación, o eso, me digo a mí misma.
En la última vuelta estoy pegada a su rueda trasera, él intenta mantenerme allí y ganar, pero no sabe que está delante de la campeona más joven de esto, así que con un conocido movimiento mío lo engaño y me pongo delante suya, justo antes de la meta, quedan 100 m cuando acelera de improvisto y su moto sale disparada hacia mí, paso la línea de meta, pero no llego a celebrarlo, ya que su moto me embiste y me tira varios metros delante en el suelo frío; solo rezo que si muero, sea Daniel quien me recoja.

Me duele todo, pero sé que en verdad no me he hecho gran cosa, porque unas cajas y un cubo de basura amortiguan mi caída. Una voz me trae a la realidad.
—Mía, Mía, abre los ojos.
—¿Thomas?
No me cabe en mí el asombro. Thomas está allí, siento cómo alguien me quita el casco, cuando consigo abrir los ojos, lo único que hay delante mía es el casco del motorista Fantasma, pero para cuando creo que me he equivocado, la voz de Thomas sale de dentro del casco.
Y al ver que mi ojos se desorbitan y que le reconozco la voz, se lo quita.
Efectivamente es él, con una expresión de miedo y pánico en su rostro. Me coge en brazos y me zarandea para que reaccione. Me mira expectante a que diga algo, pero no me sale nada.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Sí, solo es un rasguño —le contesto adolorida—. ¿Qué haces aquí? No sabía que corrías —le interrogo con curiosidad, antes de que él me lo pregunte a mí.
—Sí, es una de mis pasiones ocultas, pero ¿tú qué haces aquí?
La temida pregunta llega. No sé qué responder, así que echo mano de mi sarcasmo.
—Pues caerme a tus pies otra vez. —Su risa resuena hasta el fondo de mi alma y el dolor corporal cesa un poco.
—Eres incorregible, niñata. Venga, vámonos, tienes que recoger tu copa. Acabas de ser nombrada la nueva campeona —me dice mientras me ayuda a levantarme.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Y cuál es el premio? —pregunto coqueta. Me agrada tenerlo aquí, aunque todo me parece muy raro.
—Esto —me contesta y me besa tan apasionado y cariñoso
como siempre, pero algo salado, como si hubiera llorado y las lágrimas le hubieran bajado hasta sus hermosos labios.

Change --Ya en Físico en Amazon y La casa del libro Where stories live. Discover now