Capítulo22 Ruegos y preguntas

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Los ojos escuecen, el cuerpo duele, los ruidos son ensordecedores, siete u ocho personas no paran de moverse a mi lado y de hacerme preguntas, pero la voz no me sale, la mente no piensa, no funciona.
Algo me impide reaccionar y no sé qué es, lo único que puedo hacer es pestañear e incluso eso me lleva un esfuerzo sobrehumano.
Abro los ojos y una luz me ciega, pero en verdad no es eso lo que me molesta, me falta el aire y no puedo respirar. El pánico se apodera de mí, intento moverme, pero no puedo. Unas manos cubren mis brazos, no entiendo, la confusión es impresionante y solo aumenta mis miedos hasta que la voz de Eddy resuena en mi cabeza como un martillo pilón devolviéndome a la realidad...

—Mía, tranquila, cálmate, ahora vendrán a desentubarte.
Cálmate, cariño —me dice con una voz quebradiza, dándome un beso en la frente, alejándose, para dar paso a las enfermeras que por fin me quitan este tubo que no me deja respirar ni tragar.
El daño es impresionante, pero no tanto como el que siento en mi cuerpo, no me puedo mover tengo la pierna subida a una almohada vendada y escayolada, el pecho duele más que nada y esta vez no es por mi alma...

—¿Qué ha pasado? —intento decir después de que la enfermera se fuera, pero la voz me falla.
—Tranquila, Mía, no intentes moverte, por favor, estás muy delicada.
—¿Qué pasó? —intento de nuevo y una voz ronca resuena y no me reconozco.
—Casi te mueres, Mía. Coque te disparó dos veces. la primera bala casi —veo que titubea— te rozó el corazón y un pulmón.
Saliste viva de puro milagro —me dice sorbiendo la nariz y es entonces cuando me doy cuenta de su cara, los ojos rojos de tanto llorar, el alivio y otras emociones más lo traspasan. Nunca pensé que lo vería así, parece un niño destrozado que acaba de encontrar alivio después de mucho tiempo.

Me conmueve mucho verlo así, me provoca tantas emociones, pero entonces vuelve a mi mente nuestra última conversación y lo entiendo todo. Él pensaba que lo odiaba y si a eso le sumas que seguramente pensó que me moría, puf...

—Han sido días difíciles, ¿eh? —le digo intentando sonreír y eso solo me provoca más dolor en las heridas. Su cara es un poema, pero al final se decide por una sonrisa.

—Mejor dicho, semanas.
—¿Qué? —digo gritando—. ¿Cuántas?
—Tres semanas, Mía, tres putas semanas has estado en coma sin saber si ibas a estar bien, si ibas a morir, esto ha sido un puto infierno, ¡joder! —estas últimas palabras las dice casi gritando y la rabia se apodera de él, pero pronto lo abandona y me coge una mano sentándose en el lado vacío de mi cama—.
No sabes cómo lo he pasado. —Una lágrima recorre su mejilla, pero agacha la cabeza.
—Lo siento, Mía.

—Tú, ¿por qué?
—Por todo lo que te dije en el despacho, no sabes la tortura que he pasado todas estas semanas pensando que jamás te iba a volver a ver.

Su cara demacrada me confirma que todo lo que dice es verdad, pero no estoy dispuesta a olvidarlo tan rápido, así que solo suspiro, no encuentro las palabras, estoy demasiado aturdida ahora mismo, tanto, como para consolarlo, incluso como para seguir martirizándolo, así que me mantengo callada, evitando mirarlo a la cara.
—¿No vas a decir nada? —me inquiere él con desesperación al ver que no reacciono.
—¿De verdad, Mía, vas a olvidar todo tan rápido?, ¿las promesas, todo?... —Las lágrimas recorren su hermoso rostro y un sentimiento de culpa asoma en mi corazón, pero no lo suficiente como para sacarlo de su abismo, así que solo soy capaz de decirle una cosa.

—Necesito tiempo, Eddy —le digo sin mirarlo a la cara, no quiero que esa bola de culpabilidad se haga más grande ahora mismo, no estoy para pensar y, la verdad, él no ayuda mucho.
—¿Tiempo para qué, Mía?, ¿para volver con Thomas?
—¿Qué?, pero ¿qué dices?

—Sí, Mía, Thomas está allí fuera esperando para hablar contigo, ¿es eso lo que no te deja decidirte?
—En serio, Eddy, últimamente cada vez que abres la boca solo me defraudas, acabo de morir prácticamente y tú en lo único en lo que puedes pensar es en tus celos de mierda.
—Yo...
—¿Tú qué, Eddy?, ¿tú qué...? —levanto
la voz todo lo que esta me lo permite hasta que una imponente voz nos interrumpe:

—Presscot, será mejor que te largues —ladra Thomas desde la puerta. Su cara de fastidio es evidente.

—Tú no eres nadie para decirme que me vaya —le responde Eddy.

—Pero yo sí, Edward, hablaré contigo cuando hayas recuperado la compostura, ahora largo, por favor.

—Mía, yo...
—¿Qué, Edward?

—Yo... lo siento —esas son sus últimas palabras antes de irse y cerrar la puerta de la habitación dejando a Thomas dentro frotándose las sienes en un intento vago de calmarse. Resopla dos veces tomando todo el aire y se acerca una silla a la cama sentándose en ella sin dejar de mirarme.

—¡Hola! —dice, después de lo que parece mucho tiempo.

—Hola. —Me esfuerzo en esbozar una sonrisa que más bien parece una mueca por el dolor que siento en todo el cuerpo.
—¿Cómo estás? —me pregunta.

—Puf, ni yo lo sé —le contesto y él ríe—.
Aún intento averiguarlo, la verdad.
—Me diste un buen susto, Mía.

—Me lo imagino —murmuro avergonzada, me impone mucho en este momento y no sé por qué—.
Lo siento, de verdad, lo siento —le pido disculpas, pero él solo niega con la cabeza antes de hablar:

—Da igual, cariño, lo importante es que estás aquí y te vas a recuperar.
Una lágrima se desliza por mi mejilla, esas eran las palabras que necesitaba de verdad, escuchar a este hombre que siempre sabe qué decirme, no sé en qué momento pensé que no sería bueno para mí.
Me quedo embobada mirándolo, mientras se peina el cabello con los dedos, algo más le pasa, la frustración en él no es normal.

—¿Qué pasa, Thomas? Habla.

—Sabes que Coque está muerto, ¿no? —me suelta lo que sería la primera bomba de esa noche.

—Me lo imaginaba, aunque tenía la esperanza de que no, pero bueno, mejor él que yo, ¿verdad? —intento aligerar el ambiente.

—Sí, eso sí es verdad.
Pero... ¿policía, Mia?, ¿en serio?, ¿desde cuándo? —La pregunta que más temía, mi identidad, había sido revelada, ya no tiene sentido seguir mintiendo.

—Sí, Thomas, policía hace ya dos años, pero entiende que no te puedo dar más detalles.

—Lo sé, solo que me sorprendió demasiado, aunque ahora me cuadra muchas más cosas... —me confiesa cabizbajo.
—Lo sé, Thom, y lo siento de verdad, pero es mi trabajo.

—Solo quiero saber dos cosas, Mía, dos cosas y te dejaré en paz, lo prometo.
—Dime qué es lo que quieres saber. —Me hacía alguna idea de lo que quería preguntarme.
—¿Lo nuestro fue parte de la operación?—lanza la primera piedra y se mira los dedos con curiosidad, esperando la respuesta como si tuviera miedo.

—Thomas, mírame —le digo y levanto la cabeza, pero evita mirarme a los ojos—.
A los ojos, Thom, mírame a los ojos. —Eso lo impulsa a hacer lo que le pido y sus hermosos ojos marrones penetran los míos y por un momento me siento desnuda delante de él, pero en alma.
—Nunca fuiste parte de la operación, lo nuestro fue real y lo más bonito que me pasó en la vida después de mucho tiempo, y por eso me alejé de ti, para no meterte en la operación —le confieso la verdad mirándolo en esos ojos que cada vez parecían más grandes, y lo eran porque se acercaban a mí, no lo veo venir cuando sus labios se estampan contra los míos y por un momento vuelvo a mi sueño con Daniel, a esa calidez que envuelve mi alma, por un momento me siento viva otra vez, hasta que se separa y el vacío me engulle otra vez.

—Te creo... —sus palabras calan hondo en el fondo de mi ser, ¿cómo era posible que este hombre tuviera tan ciega fe en mí? Una lágrima de felicidad, de gozo, resbala por mi mejilla y él la limpia con sus labios, sin saber que no era de dolor, pero ese gesto me hace volver a la realidad y que dejara de fantasear con la vida que podría tener a su lado, aún tiene una pregunta para mí y ni por asomo me imagino lo que se me viene encima cuando lo aparto suavemente para despejarme y pregunto:

—¿Qué era lo segundo que querías saber? —interrogo tomando una bocanada de aire.

—Ah, sí, es verdad, se me había olvidado por completo —dice llevándose la mano a la cabeza, su gesto no hace más que preocuparme y un escalofrío recorre mi columna, preparándome para un golpe que pienso que jamás iba a recibir.
—Mía, necesito que seas sincera, sea cual sea la respuesta, y sea lo que sea que hayas decidido, lo respetaré.

—¿De qué hablas? —le pregunto más confusa aún, en realidad no sé lo que se me venía encima.

—¿Cómo que de qué hablo?Mía, ¿qué pensabas que no nos íbamos a enterar?
—¿De qué, Thomas, de qué coño hablas? —Ya me estoy poniendo histérica.

—Mía, no juegues conmigo, ¿tú no sabías nada?
—¿Nada de qué, joder?, ¡habla de una vez! —digo ya al borde de un ataque de pánico, no entiendo a qué se refiere y me estoy agobiando demasiado, mi mente va a mil por hora, pero aun así, nunca me imaginaría lo que iba a decir a continuación.
—Mía, ¿el bebé de quién es?

—¿CÓMO? ¿Qué bebé Thomas?
—¿Cómo que bebé, Mía? Tu bebé, estás embarazada, ¿no lo sabías?
—No, no puede ser, Thomas —berreo, las lágrimas salen sin control, intento tocarme el vientre, pero los cables no me dejan, los dolores son insoportables.
—Yo no puedo estar embarazada, no puede ser, no puede ser... —me repito incesantemente a mí misma, acababa de poner en riesgo la vida de mi hijo no nacido por una estúpida venganza, ¿qué clase de madre era? Mi mente viajaba a todos lados, miles de preguntas retumbaban en mi cabeza, pero la más importante la hizo él realidad.

—¿Quién es el padre, Mía?
—No... No lo sé —digo tartamudeando.

—¡Mía, mírame! —No quiero, cómo podía mirarlo a la cara sabiendo que podría ser suyo, o peor, de Eddy, Dios mío, en qué me he metido...
—Mía, mírame, por favor, dime algo, dame un motivo para quedarme contigo, con vosotros, me da igual que sea del idiota de Edward, solo quiero saberlo, quiero saber si eres capaz de dejar todo de lado y estar conmigo, Mía, por favor, mírame a la cara y dime algo, lo que sea...
Lo pienso por un momento, lo pienso, juro que lo vi en un segundo pasar por delante de mis ojos, una vida feliz con él, pero eso significaría renunciar a Daniel, no cumplirle la promesa que le hice, renunciar a mis sueños, a todo lo que había conseguido hasta entonces por un hombre que dice amarme de verdad. La desconfianza y el miedo se instalan en mi pecho, plantan sus raíces muy adentro y me hacen tomar una decisión... me zafo de su agarre, me acomodo como puedo y me limpio la cara de las lágrimas que dejaron su huella.

—¿Qué sabes de mi embarazo, Thomas? —la pregunta le toma por sorpresa.
—¿Qué?, ¿cómo dices?
—Sí, si quieres que te diga quién es el padre, necesito más datos —le respondo todo lo fría que puedo, por dentro en realidad me muero al verlo tan descolocado por mi actitud.
—Pues nos enteramos cuando casi te matan. Estás de cinco semanas de embarazo. Eddy también lo sabe y jura y perjura que es el padre. Pensábamos que tú ya lo sabías y te odiamos por eso, por saberlo y, aun así, echarte a los lobos como lo has hecho, pero ya veo que no sabías nada, exactamente como yo sospechaba, sabía que no eres capaz de esto, sabiendo que llevas una vida dentro de ti —dice cansado mientras se deja caer en la silla al lado de la cama y yo proceso toda la información que me ha dado.

—¿Cinco semanas?
—Sí, casi seis, vamos, casi dos meses de embarazo. Es un milagro que los dos estéis vivos y perfectos, alguien allí arriba os quiere mucho —dice esto último con una media sonrisa y yo no puedo evitar pensar en Daniel.

—Dani... —digo en un susurro casi inaudible.
—¿Qué has dicho?
—Nada, nada, Thomas, como puedes darte cuenta, aún estoy procesando todo esto —digo para cambiar de tema y después de un rato de lucha interior, decido lo mejor para todos y por fin hablo:
—No es tuyo, Thomas —le confirmo algo que él ya sospechaba, pero que tanto él como yo deseábamos que fuera mentira—.
Por las semanas que tengo no puede ser tuyo, no lo creo.

—Pero tampoco estás segura al 100 % —me recrimina alterándose.
—No, no lo estoy, Thom, pero ¿de verdad quieres vivir con esa duda? Porque lo nuestro fue una sola vez y con Eddy... —No soy capaz de continuar, su cara me detiene.

—Con Eddy, ¿qué, Mía?,
continúa, vamos...
—No, Thomas, no creo que haga falta herirnos más de lo que ya estamos, ¿no crees?
—Mía, mírame a los ojos y dime la verdad, ¿le amas?
Dímelo y me iré y te dejará tranquila para que formes tu familia,
pero si dudas, aunque sea por un segundo...
No le dejo terminar porque sé que sus promesas me harán dudar y tambalearán mis muros más de lo que ya lo han hecho, así que con la poca seguridad que tengo y con las lágrimas amenazando desbordarse, clavo mi mirada en la suya y susurro un simple: «sí». El silencio se cierne sobre la habitación y solo se ve interrumpido por algún que otro pitido de algún aparato, su mirada me quema, sé que está buscando algún tipo de duda, pero en realidad tampoco le he mentido del todo, quiero a Eddy, le quiero lo suficiente como para pensar en una vida a su lado. pero no le amo más. Esas palabras no creo que vuelvan a salir de mí hacia alguien más que no sea Daniel, pero ¿se puede querer a dos personas al mismo tiempo?, ¿por qué esta despedida y la idea de no volver a ver a Thomas me está matando?, ¿y no me explico por qué sé que llegué a sentir algo muy profundo por él, pero tanto como esto? Es mejor así, Mía, no puedes fallar ahora, mis pensamientos se ven interrumpidos por un portazo, ni siquiera me había dado cuenta de que se marchaba hasta que el estruendo de la misma puerta me saca de mi ensimismamiento. Se había ido y ni siquiera dijo adiós.

Change --Ya en Físico en Amazon y La casa del libro Where stories live. Discover now