Capítulo14 Oscuridad

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Intento abrir los ojos, pero por más esfuerzo que hago no puedo.
No dejo de sentir este cansancio y no tardo nada en volver a dormirme profundamente.
Oigo voces a lo lejos y un dolor cruza todo mi cuerpo, es intenso, pero no lo suficiente como para volver a traerme a la luz y no tardo en volver a fundirme con la oscuridad.

Una luz muy fuerte me molesta aun con los ojos cerrados e intento abrirlos para ver de dónde proviene.
Dos voces se escuchan como cuchillos penetrando mis tímpanos, parece que están gritando, pero no las identifico.

Después de un esfuerzo que hace
desearme la muerte, consigo abrir los ojos y descubro el origen de la luz. Estoy tendida en algún sitio, esto es una habitación, la luz proviene del techo y los ruidos de la puerta,no me puedo mover,
pero un pitido alerta a las voces de que estoy despierta y en un segundo tengo a dos hombres a mi lado, sé que me están cogiendo la mano porque lo veo, pero no lo siento.

Uno es rubio y guapo como un ángel, el otro es castaño y de ojos avellana demasiado consumido, pero, aun así, muy guapo.
Me hablan, pero no entiendo. La oscuridad se acerca otra vez, no quiero, pero no consigo resistirme, es tan placentera. No me gusta la oscuridad, pero me
gusta la sensación que me da. Estoy tranquila, quizás Daniel esté aquí, quizás él me espere al otro lado de esta inmensa nube negra y por eso esta paz que siento...

Abro los ojos lentamente. Me duele todo el cuerpo y solo recuerdo oscuridad, apenas me puedo mover, pero veo a mi alrededor, estoy en el hospital, ¿qué habrá pasado?
La cabeza parece estallarme en cualquier momento y la garganta no me permite hablar, paseo mi mirada por la habitación con la esperanza de encontrar algo familiar y entonces lo veo, tan guapo, como un
ángel dormido en el sillón de al lado. Su mano está en mi cama y no puedo evitar intentar sonreír, pero hasta eso me provoca dolor justo cuando intento hacer un esfuerzo para cogerle la mano, él
abre sus hermosos ojos azules demasiados cansados para mi gusto, pero que nada más percatarse de los míos se iluminan como luces de navidad.

—Mía, has despertado —me dice echándose encima de mí
para abrazarme y eso me reconforta.
—¿Qué ha pasado? —me obligo a pronunciar, aunque eso me supone una agonía interminable.
—Has tenido un accidente con la moto —me informa, rompiendo a llorar.
—Jamás debí dejarte meterte en esto —continúa
con las lágrimas chorreando por su bonita cara.
—Ese hijo de puta te desequilibró y te diste contra la pared antes de salir disparada hacia el agua del puerto —lo suelta todo como si le hubiera costado la vida contarme esto, me desgarra el alma ver sus hermosos ojos tan rotos y tan tristes.
—Lo siento, Mía, de verdad, lo siento.
—Eddy, no pasa nada —intento sosegarle un poco su dolor tan evidente.
—Estoy bien, tranquilo, estoy aquí. —Sus sollozos son audibles, pero parece tranquilizarse un poco con mis palabras y llama a la enfermera, limpiándose la cara.
—Buenas noches, señorita Fernández soy su enfermera esta noche —me dice una señora mayor de pelo blanco, pero muy simpática.
—Nos ha dado un buen susto —me dice mientras revisa mis ojos y los aparatos a mi lado.
—¿Estoy bien? ¿Me ha pasado algo grave? —pregunto al ver que aún no consigo moverme.
—No, señorita, está usted estupendamente, solo un par de
costillas fracturadas que dolerán un rato, algunos moratones y un esguince de muñeca. Lo que más nos preocupaba era que no despertara, dado que el traumatismo craneoencefálico fue mínimo,
pero aquí está.
—No me puedo mover —digo con la esperanza de que me dé una solución.
—Es normal, lleva usted tres días completamente inconsciente y tardará un poco en recobrar la movilidad, pero no se preocupe, en un rato estará usted como nueva.
—Muchas gracias —le digo y me despido de ella ya más tranquila de que no es nada grave.
Edward sigue a mi lado, tranquilo, después de escuchar a la enfermera, pero la duda se le lee perfectamente en la cara.
—¿Qué pasa, Eddy?
—Nada, Mía, ¿por qué?
—Veo en tu cara que me quieres decir algo, pero no te atreves, ¿qué pasa?, ¿hemos perdido el caso, lo hemos estropeado?,¿qué pasa?
—No, nada de eso, bueno, no de momento, pero lo que te quería comentar es que hay alguien allí fuera que quiere verte y no sé si seré capaz de retenerlo más, sobre todo si se entera que has despertado.
—¿Quién es, Eddy? —pregunto yo.
—Soy yo —responde una voz muy conocida que proviene desde la puerta. Giro mi cabeza lentamente y sus ojos avellana inyectados en sangre me traspasan el alma, su dolor y alivio se me
cuelan debajo de la piel y mi pobre corazón se vuelve a romper al imaginar lo que él tuvo que pasar al verme en esa cama.
—Eddy, ¿nos puedes dejar un poco a solas, por favor? —le pido volviéndome hacia él.
—¿Estarás bien? —me pregunta, y me da a entender que no quiere irse.
—Sí, estaré bien, pero tengo que hablar con él, tranquilo,luego puedes volver. A ver cuándo me dejan irme a casa, no soporto los hospitales. Por favor —añado al ver cómo se debate
entre si ir o no, al final accede y deja entrar a Thomas cerrando la puerta detrás de él.
—Menudo soplapollas tu novio —dice Thomas, rebosando odio y alivio al mismo tiempo; se sienta en el lado vacío de mi cama.
—Oye, no hables así de él, es muy buena persona. —Su acercamiento me reconforta y me recuerda un poco a la paz de la oscuridad.
—¿Qué haces aquí, Thom? —le pregunto cansada,
todo esto es agotador.
—Venir a verte, Mía, ¿o es que no puedo?
—Sí, bueno, no sé, después de lo que pasó entre nosotros,no creí que quisieras saber más de mí —le confieso con el corazón estrujado por el pensamiento de lo que podrá contestarme.
Pero me sorprende acercándose a mí más de lo que podría imaginarme, su boca está a centímetros de mi oído y sus palabras me erizan el vello y me hacen olvidar cualquier dolor.
—Yo siempre quiero saber de ti, Mía, pase lo que pase —me confía entre susurros y mi corazón se derrite un poco.
—Además, he venido a ver qué coño pasa en tu cabeza, ¿cómo se te ocurre competir con el Coque?
—¿Qué? —Mi asombro es inevitable.
— ¿Quién has dicho?
—El Coque, Mía, el tío que casi te mata por ganar una puta carrera.
—No sabía quién era —le digo como una niña que acaba de ser pillada haciendo una trastada, pero entonces mi mente procesa de verdad sus palabras y necesito ver a Edward urgentemente.
—Deberías irte, Thomas —le digo cortante, mi tono le sorprende tanto que se ve claramente cómo su cara es cruzada por una punzada de dolor, pero se recompone enseguida.
—No me voy a ir a ningún sitio hasta que me respondas,Mía.
—No tengo nada que responderte, Thomas, mi vida no es asunto tuyo —le escupo las palabras, aun sabiendo el daño que le estoy causando, pero eso no le detiene y en un abrir y cerrar de ojos lo tengo a centímetros de mi cara y nuestras respiraciones se
acompasan.
—¿Ahora ya no soy Thom?, y sí, es mi asunto, Mía —me dice con la respiración entrecortada, su olor a menta me distrae y sus labios moviéndose me atraen como un imán y mi cuerpo se estremece ante el pensamiento de besarlo.
—¿Por qué, si se puede saber? —le pregunto reprimiendo mis ganas de echarme a sus brazos, la tensión se puede cortar con un cuchillo, pero ninguno piensa recular hasta que sus palabras
me apagan como una vela ante el viento impertinente,
—Porque te quiero, Mía, y lo sabes —me dice y el pitido del aparato de constantes vitales nos tapona los oídos.

Mi corazón se ha vuelto loco y ese puto aparato me está delatando, pero antes de poder responder siquiera, tres enfermeras entran corriendo por
la puerta de la habitación y le obligan a salir dejando en el aire muchas cosas por decir, por sentir, pero mejor así, no soy buena para él y creo que nunca lo seré.

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