Capítulo20Daniel

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Me retuerzo bajo las sábanas, una sensación de felicidad y paz me envuelve totalmente al darme cuenta que estoy en la cama de Daniel.
El ruido de la ducha me confirma que él está allí y un alivio inexplicable me invade, me incorporo justo en el momento que oigo la ducha cerrarse y a él saliendo del baño.
Está tan guapo recién duchado con la toalla en su cintura, ese pelo revuelto por habérselo secado, me mira con los ojos tan llenos de amor como siempre, como si yo fuera su tesoro más preciado.

—¿Qué tal ha despertado mi princesa?

—Muy bien, mi principito feliz, y contenta de que estés aquí —le respondo, acercándome a él para besarlo. Dios, qué bien se siente este hombre, nunca me voy a hartar de besarlo.
—Mía...
—¿Sí, Daniel? —Su mirada me penetra los ojos hasta llegar al alma, pero no consigo explicarme qué es lo que ve porque parece tan aterrorizado.

—Amor, ¿qué pasa, estás bien?
—¿Yo? ¿Y tú, Mía?
Y es entonces cuando un dolor muy fuerte me hace doblarme delante de él, su desgarrador grito me enloquece junto al dolor que siento cuando inexplicablemente mi rodilla falla, miro hacia el suelo y todo está cubierto por un manto rojo, voces resuenan en mi cabeza: «¡¡¡Vuelve!!!», cada vez más alto: «¡¡Vuelve!! ¡¡Vuelve!!», cierro los ojos y todo se silencia, solo nuestras respiraciones cansadas se escuchan cuando cogiéndome en sus brazos me postra en su cama, besa mi frente y me dice las palabras más dolorosas que podría haber escuchado en mi vida:

—Mía, tienes que irte.

—No, no quiero.

—Sí, cariño, tienes que irte, aún no ha llegado el momento.

—Pero no quiero, por fin te encontré, por fin estoy en paz, no quiero —mi voz falla ante mi llanto sus labios besan mi frente de nuevo y no sé qué me quema más, si aquello que me provoca las heridas o sus labios quemando mi piel con un adiós obligado que jamás pedí, que jamás quise y que me apuñala el corazón.

—Dani, no quiero irme.
—Lo sé, amor —resopla demostrándome su frustración.

—Pero tienes que hacerlo, te quedan tantas cosas por vivir, tienes que hacerlo por mí.Por favor —la súplica de su voz me enternece, creo por fin entender lo que me está pidiendo, pero sigo sin querer, él lo es todo para mí, sin él no hay más allá, ¿por qué no lo entiende?
—Lo siento, cariño, tienes que irte —me dice cerrando los ojos y entonces sé que me entiende y que siente el mismo dolor que yo.
—Cierra los ojos... —Hago caso más porque ya me pesan y no puedo luchar más contra esto que me arrastra hacia algún lado que aún no entiendo, acerca los labios a los míos por última vez y su adiós me quema y me apaga al mismo tiempo, un último suspiro es lo único que oigo antes de sumirme en una tranquila oscuridad.

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