Capítulo 27: Mi sitio

239 22 4
                                    

Septiembre.

Las veredas de Madrid siempre parecen más angostas cuando llueve. La gente se amontona una detrás de otra, casi encima, para no mojar sus otufits caros. A mí nunca me importa demasiado mojarme y menos hoy. Camino por donde puedo, paso entre la gente, que me mira un poco descolocada. Hay viento y me olvidé el paraguas. Pero la cita que tengo es demasiado importante como para demorarme eligiendo lugares en donde no entre el agua. 

El bar es tan pequeño como discreto. Ni siquiera tiene un cartel demasiado grande. Lo descubrí la otra noche después del concierto y el de la barra ya sabe toda mi vida. Es un señor canoso de unos cicuenta y tantos y creo que es mi nuevo mejor amigo. Entro y lo saludo como si lo conociera de toda la vida, me devuelve el saludo con una sonrisa amable y sin que yo se lo pida me sirve un café. A esta hora, siete y tantas de la tarde, hay mucha más gente que a las dos y pico de la madrugada, mi nuevo confidente no puede quedarse charlando conmigo. De todas maneras hoy estoy menos parlanchina que la otra noche. Las horas, los cigarros y las cervezas me dieron una perspectiva un poco menos trágica. Estoy... digamos que asimilando los hechos. 

Una mano se apoya en mi hombro. 

—Tenías razón —digo sin darme vuelta.

El silencio inicial me lleva a pensar que me equivoqué y ahora estoy hablando con cualquier extraño, pero cuando me doy vuelta la persona que tengo en frente es justo la que más necesitaba ver.

—Recé por tiempos como este —dice con una media sonrisa, aunque sus ojos me muestran todavía un dejo de tristeza.

—Lo siento mucho, Sebas —intento sonar lo más sincera posible. Tengo tanto que arreglar con tanta gente... —. Fui tan obstinada... Estaba empeñada en olvidarme de todo lo que me causaba dolor y no me di cuenta de que lo único que estaba haciendo era alejar a las personas que me ayudaban a disipar ese dolor.

—Natalia —su mano encuentra la mía —todos nos equivocamos y sobre todo, todos confiamos alguna vez en un imbécil. Por favor, suficiente sufrimiento fue estar con ese tipo, dejá de echarte culpas. Es momento de rectificar. Rectificar es de valientes.

Me trago el llanto e intento pensar en otra cosa. El nudo en mi garganta se resiste mientras Sebastián cambia el curso de la conversación para un lado más alegre, más optimista, más sano. No me pregunta sobre esa noche, ni sobre Alba, ni sobre mi ex. Solo pregunta por Fígaro, por mi familia, y por supuesto, por mi música.

—¿Estás componiendo? —pregunta como adivinando mi pensamiento.

—No —bajo la cabeza —desde que me fui de casa —me corrijo sobre la marcha —de tu piso... No puedo escribir.

—Nuestro piso —dice y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas —. Vas a volver, ¿no?

—Si me aceptas de nuevo...

—Amor... mi casa es tu casa. Siempre.

Me echo a sus brazos y por primera vez en meses me siento renovada pero también completa. Me siento en casa, el alivio es automático. Como si el peso que estoy cargando hace meses se esfumara como por arte de magia. La magia de la amistad.

—Natalia.

—¿Qué?

—¿La llamaste?

*

Subo las escaleras de madera vieja hasta el primer piso, cruzo el portal y Sebastián me recibe con una sonrisa de oreja a oreja y un refresco helado. Tomo el refresco y él recibe la caja. Fígaro salta de la encimera al hombro de mi amigo. Se aman. Tal como lo imaginaba fue amor a primera vista, por supuesto. Nadie lo quiere como Sebas, nadie lo malcría tanto. Hacen todo juntos, almuerzan, ven la tele, salen a la terraza, hasta lo pasea con una correa de los colores de la bandera lgbt. Creo que pasan más tiempo juntos que conmigo.

Hoy se cumple un mes de nuestro reencuentro en el bar. Fui trayendo mis cosas de a poco e hicimos la adaptación de Figarito tal cual lo recomendó la vet: despacio, con calma. Por suerte él se adaptó enseguida. Papá me ayudó a sacar las cosas de lo de Polo y llevármelas a Pamplona. Estuve ahí hasta mi encuentro con Sebas en aquel bar. Rercargué pilas en mi pueblo. Paseamos con Ele, cocinamos con mamá, cantaba y le mostraba mi música y maquetas viejas a papá, viendo si podía rescatar algo para el nuevo álbum. Santi me ayudaba a grabar hasta la madrugada, improvisamos un estudio en la sala y pasamos largas noches en ese mood.

Lo cierto es que no tenía nada hasta ahora, hasta que termino de sacar la última camiseta de la caja de cartón y la acomodo en el armario. Una melodía se acerca a mí despacio, cojo la guitarra y me acomodo en la punta de la cama, saco un boli, rasgeo unas cuerdas, los pasos de Sebastián se acercan, se apoya en el marco de la puerta, Fígaro lo copia, yo siento sus ojos sobre mí pero sigo, mi puño avanza con velocidad. Por fin, después de tanto... La letra se aparece ante mí en una letra desprolija y los acordes mal tocados se acoplan a lo que creo que puede ser una nueva canción...

Puedes irte o yo me iré primero... 

Y pondré mi contador a cero...

Levanto la cabeza unos cuarenta minutos después, los ojos de Sebastián brillan cuando se encuentran con los míos.

—¿Y? ¿Qué tal?

—Suena a hit.

Le doy un abrazo y un beso sonoro. Cojo mi móvil y marco el número de mi mánager.

—Estoy lista para volver.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 07 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

el amor después del amor | albaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora