Capítulo IV

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Los pulmones de Violeta inhalaron profundamente antes de colocar los restos del cigarro en el cenicero. Hacía un día bello y abrió la puerta de cristal para dejar que la brisa caliente se filtrarse a través de la habitación. Encima de su tocador, el incienso soltó el perfume de lavanda a todo lo largo del cuarto. No encontrando razón alguna de conocer a la familia de su compañera de
apartamento, ella había decidido permanecer en su cuarto y quedar aislada todo el día. Escuchó el sonido apenas perceptible del timbre de la puerta seguido por sonidos de personas intercambiando bienvenidas y entablando conversación. —Oh dios, John Voy y el resto de los Waltons han llegado. —Tenía pensado dejar de fumar antes de que la familia de Chiara llegara,
pero con cada fumada, su determinación se desvaneció. Removió una hoja del paquete del periódico y alcanzo el bolso del emparedado y su cada vez menor suministro de marihuana.

—No puedo creer que todo esto sea para mí. —Alex dijo mientras miraba la mesa llena de
regalos. Dio un paso delante de su hernmana para recibir un enorme abrazo de Ruslana. —¿Cómo está mi cuñada favorita?

—Ex-cuñada. —ella le recordó. —No puedo creer qué alto te has puesto. Me acuerdo de cuándo solo me llegabas hasta aquí. —Ruslana señaló con su mano al ras de su hombro para mostrarle.

—He crecido muchísimo en un año. —él contestó. Mirando hacia arriba a la cara del muchacho, Ruslana tuvo que admitir que era verdad. No solo en altura, Alex había crecido también en musculatura, sus músculos se le marcaban debajo de la camisa blanca. Su cabello negro corto hacía contraste con sus ojos verdes, haciéndole parecerse mucho a Robert Redford pero cuando era joven. Su cara tenía sólo un poco de acné. Ya no era el chico cubierto de granos de 14 años de edad que se interesaba más por la Nintendo que por las chicas.

—Pues aquí tienes, grandullón. —Ruslana dijo cariñosamente. —Ve a ver el pastel que tu hermana ha comprado para ti. —Agarrándolo de su brazo, lo empujó a la cocina, dejando solas a Chiara y su madre.

—No me dijiste que ella estaría aquí. —La señora Oliver la reprendió.

—Ruslana y yo aún somos amigas, mamá. —Chiara dijo. —Solo que ya no somos pareja.

—Pues bien. —su madre interrumpió, obviamente queriendo cambiar el tema. —Vas a tener que venir a casa para que ayudes a tu hermano a poner el ordenador.

—Lo haré, Mamá. ¿Tiene en su cuarto un enchufe para la línea telefónica para que se pueda conectar a Internet?

—¿Conectar? —La señora Oliver frunció el ceño. —Pues tú sabes que yo no sé nada sobre ordenadores. Y sí, él tiene teléfono en su cuarto. Con el número de chicas que le llaman a diario, me es imposible usarlo a mí de cualquier forma.

—Hey Mamá, ven a ver mi pastel. —Alex la llamo emocionado. Chiara y su madre entraron en la cocina.

—Eso luce bien. —dijo la señora Oliver. —¿Lo compraste en la Pastelería de Henderson? Marge Carmichael compró un pastel allí para la llegada de su hija Katherine. Era precioso. Por supuesto eso fue poco antes de que Katherine se escapara con Billy McCormick

Chiara no se molestó en contestar la pregunta de su madre, sabiendo que el lugar en donde compró el pastel había sido en otro lado. Aun así asintió con la cabeza en afirmación. —Uh huh.

—La vi hace dos semanas en la reunión de VFW y ella estaba muy callada en lo referente a su hija. Si me preguntas, pienso que ella está embarazada. —La señora Oliver recorrió con la mirada a Ruslana. —Pero eso es lo que ocurre cuando familias tienen baja moral, supongo.

—O tal vez están huyendo de sus madres arrogantes. —Ruslana masculló muy bajo para que solo Alex pudiera oír. El adolescente resopló, haciendo una mueca graciosa a Ruslana y una mueca curiosa a su madre.

El corazón de VioletaWhere stories live. Discover now