Capítulo uno: Encuentros en la Mitad del Mundo

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El corazón vibrante de Quito se desperezaba bajo un manto de luz dorada, sus calles empedradas cobraban vida al compás de los aromas del café y las empanadas recién hechas. Mi-Jeong Kim, una joven de estatura media y figura esbelta, se encontraba en la encrucijada de mundos antiguos y modernos. Su piel clara, casi porcelánica, era un suave contraste con los colores de la ciudad. La Plaza de San Francisco bullía con la energía de un nuevo día; era un tapiz vivo donde se entrelazaban las melodías andinas con el murmullo de conversaciones y el paso apresurado de los transeúntes.

Mi-Jeong siempre había sentido una fascinación por las culturas lejanas. Desde pequeña, soñaba con recorrer el mundo y descubrir nuevos lugares. Su timidez no era un obstáculo para su espíritu aventurero, y estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío para cumplir sus sueños. Sin embargo, en el fondo de su corazón, también sentía una mezcla de emoción y temor ante lo desconocido.

Sus grandes ojos marrones iluminados por la curiosidad se abrían con asombro ante cada nueva vista, y su piel se erizaba con la emoción del descubrimiento. Ajustó su mochila y revisó su mapa repleto de anotaciones en coreano mientras se sumergía en el torbellino de la vida quiteña. Su cabello negro, usualmente recogido en una trenza, ondeaba ligeramente con la brisa matutina por las calles adoquinadas y las fachadas coloniales que le eran ajenas 

¿Qué secretos descubriré hoy en estas calles históricas? pensó, mientras su corazón latía al unísono con la ciudad. Cada detalle, desde los balcones de madera hasta los vendedores ambulantes, era una pincelada en el lienzo de su aventura.

La búsqueda de inspiración había llevado a Mi-Jeong, una diseñadora gráfica convertida en trotamundos, desde las calles de Seúl hasta la mitad del mundo. Mientras caminaba por las antiguas calzadas de Quito, se detuvo un momento para respirar profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco de la mañana. 

No dejes que el temor te detenga, se recordó a sí misma. Su timidez se disolvía ante la magnitud de su curiosidad, y aunque su español era apenas un susurro de palabras, su determinación hablaba por ella, resonando con cada paso que daba.

Fue entonces cuando el destino tejió su hilo invisible. El sol aún comenzaba a iluminar las cúpulas de la ciudad, bañando las calles en una luz dorada que prometía nuevas aventuras. En ese instante mágico cuando Mi-Jeong se encontró con Mateo Santos, un joven quiteño de tez morena y cabello ondulado castaño oscuro. Su sonrisa, amplia y genuina, era un faro de amabilidad en la multitud, cortando la distancia entre ellos como si estuviera destinada solo para ella.

Ella, con su piel de porcelana y ojos que reflejaban una mezcla de determinación y asombro, no podía evitar sentirse como un personaje de novela, perdida en una ciudad de leyendas y piedra. 

Es extraño—, pensó, su corazón latiendo al ritmo de una ciudad que palpitaba con historias, cómo un lugar puede sentirse tan ajeno y tan familiar al mismo tiempo.

Mateo, un músico cuya guitarra era extensión de su alma, notó la presencia de Mi-Jeong casi de inmediato. Su figura esbelta y su mirada curiosa contrastaban con el ir y venir de los quiteños. 

Hay algo en ella—, reflexionó, una chispa de aventura que parece invitar a historias aún no contadas..

Cuando sus caminos se cruzaron, ambos sintieron una conexión instantánea, un reconocimiento mutuo de almas viajeras. Mateo, con su sonrisa fácil y su actitud abierta se detuvo ante la viajera. Se acercó, su mano extendida en un gesto universal de saludo. 

Caminos entrelazadosWhere stories live. Discover now