Capítulo nueve: Los vientos plateados de Kuyaku

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Tras el arduo enfrentamiento con la corriente implacable del río, Mateo y Mi-Jeong emergieron exhaustos pero determinados en la orilla opuesta. El agua turbulenta los había sacudido sin piedad, lanzándolos como peones en un tablero tumultuoso. Sus ropas empapadas se adherían a sus cuerpos temblorosos, mientras luchaban por recuperar el aliento en medio del caos del río.

Mi-Jeong, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón latiendo desbocado en su pecho, luchaba por mantener la calma en medio del terror que la invadía. La sensación de estar a merced de las fuerzas de la naturaleza la dejaba paralizada por el miedo, su mente llenándose de pensamientos oscuros y temores abrumadores.

Mateo, preocupado por el estado de Mi-Jeong, se acercó a ella con pasos vacilantes, el corazón apretado por la angustia de verla sufrir. —¿Estás bien, Mimi?— preguntó con voz entrecortada, buscando en sus ojos una chispa de esperanza en medio de la desesperación.

Mi-Jeong asintió con un gesto tembloroso, sus labios temblaban mientras luchaba por contener el sollozo que amenazaba con escaparse. —S-sí, Mateo. Estoy bien— respondió con voz temblorosa, intentando sonar valiente a pesar del miedo que la consumía por dentro.

Mateo le ofreció una sonrisa reconfortante, aunque sus propias manos temblaban con la tensión que aún vibraba en su interior. Sabía que debían mantenerse unidos, apoyarse mutuamente en medio de la adversidad que los rodeaba.

Con un gesto de determinación, Mateo extendió la mano hacia Mi-Jeong, ofreciéndole su apoyo incondicional en medio de la tormenta que los envolvía. Mi-Jeong asintió con gratitud, aferrándose a él como si fuera su única tabla de salvación en medio del agua embravecida. 

Juntos, se ayudaron mutuamente a ponerse de pie, sus piernas aún temblaban bajo el peso del esfuerzo sobrehumano que habían realizado para sobrevivir. Cada paso era una lucha contra la fatiga y el agotamiento, pero su determinación de encontrar una salida de la selva les daba la fuerza para seguir adelante.

Se abrazaron con fuerza, buscando consuelo mutuo en el calor del otro. Mateo se sentía agradecido de que tanto él como Mi-Jeong hubieran sobrevivido al tumulto del río, mientras que ella encontraba consuelo en los fuertes brazos que la rodeaban.

—Vamos a estar bien, Mimi. Superaremos esta situación juntos —prometió Mateo con voz melancólica y preocupada, mientras la delgada silueta de Mi-Jeong se apartaba lentamente de su abrazo.

Mateo intenta reconstruir mentalmente toda la situación, recordando el encuentro con Waimi. La culpa lo invade mientras reflexiona sobre si debió haber confiado más en sus instintos. En ese preciso momento, un eco resuena en su mente; la voz de Araya se filtra sutilmente en sus recuerdos. Recuerda el breve pero impactante momento en que conversaron sobre las fuerzas espirituales del bosque. Araya les advirtió sobre las oscuras fuerzas que se ocultaban en la densidad de la selva.

—El susurro de la primera vez, Mimi. Luego, Doña Clara y también Araya... —Mateo trató de articular sus pensamientos con claridad, luchando por ordenar el caos que bullía en su mente—. Todo comienza a encajar. Aunque aún no tengo una comprensión total de lo que está ocurriendo, si las palabras que nos dijeron en su momento son verdaderas y esto no es simplemente un quiebre de nuestra cordura, entonces debemos ser cautelosos.

—La profecía... —Mi-Jeong murmuró, su mirada perdida en el aire. Mateo la observó con intriga ante su expresión enigmática.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mateo, desconcertado por el cambio repentino de tema.

Caminos entrelazadosWhere stories live. Discover now