Capítulo dos: Melodías y Montañas

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A medida que el segundo día tocaba su fin después de que ambos cruzaran sus caminos, el crepúsculo coloreaba el cielo de Quito con pinceladas de magenta y oro, mientras Mi-Jeong y Mateo, impulsados por una conexión recién descubierta, contemplaban la ciudad desde la Plaza Grande. La música y el arte habían tejido un lazo inesperado entre ellos, un hilo de conexión que parecía predestinado, resonando con el eco suave de una guitarra en la distancia.

Habían pasado el día sumergidos en la rica tapestría cultural de la ciudad, desde el casco antiguo de Quito, hasta la famosa Iglesia de la Compañía de Jesús, donde compartieron historias de sus vidas y sus sueños de viajar. Mientras caminaban por las naves de la iglesia, el resplandor del oro les recordaba que la belleza puede encontrarse en los lugares más inesperados, como en la mirada compartida de dos almas curiosas.

En la Plaza de la Independencia, Mateo le mostró a Mi-Jeong el Palacio de Carondelet y le contó sobre la historia de Ecuador. Mientras el sol comenzaba a descender, se encontraron en un café cercano, entre sorbos de café ecuatoriano y mordiscos a bizcochos, la vida de Quito se desplegaba ante ellos. Fue un día lleno de descubrimientos culturales y personales, y aunque al principio se comunicaban con dificultad, pronto encontraron comodidad en la compañía del otro, aprendiendo y riendo juntos.

Mateo, sintiendo un impulso protector y una reluctancia a despedirse, buscaba una razón para prolongar su tiempo con Mi-Jeong. No quería que la aventura de ella terminara con el ocaso, ni que la soledad marcara el final de su segundo día juntos. Fue entonces cuando una idea surgió, una que ofrecía una nueva aventura y, a la vez, una excusa para permanecer a su lado.

Con los recuerdos del día aún danzando en su mente y las palabras luchando por superar la barrera del idioma, Mateo se volvió hacia Mi-Jeong, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y anticipación. —Mi-Jeong,— comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado, —existe un lugar, no muy lejos de aquí, donde las montañas se encuentran con el cielo y las melodías se elevan con el viento. Es un pueblo pequeño, un santuario para artistas y soñadores. ¿Te gustaría descubrirlo conmigo esta noche?

La invitación era más que una simple propuesta; era una promesa de protección, de compañía, y la oportunidad de fortalecer el vínculo que habían comenzado a tejer. Mateo esperaba con ansias su respuesta, deseando que ella también sintiera el deseo de continuar juntos en este viaje inesperado.

Las palabras de Mateo resonaban en el alma aventurera de Mi-Jeong, pero ella vaciló. La incertidumbre y el miedo a lo desconocido la invadieron. —Es una oferta tentadora,— dijo, su mirada perdida en el horizonte, —pero apenas nos conocemos. ¿Cómo puedo saber que es seguro?

Mateo entendió su preocupación y se acercó a ella, ofreciendo una mano en señal de apoyo. —Es natural tener dudas,— admitió, mirándola a los ojos, —pero a veces, la música puede ser la guía más confiable. Permíteme mostrarte el pueblo a través de sus melodías, y si en algún momento deseas regresar, lo entenderé.

La sinceridad en los ojos de Mateo y la promesa de nuevas melodías ablandaron la cautela de Mi-Jeong. Cuando sus manos se encontraron, un calor suave y una corriente de energía inesperada fluían entre ellos, como si un acorde silencioso resonara con su contacto. Era un sentimiento eléctrico, una chispa de conexión que iba más allá. Ella tomó su mano, un gesto que simbolizaba la confianza naciente entre ellos. —De acuerdo,— concedió finalmente, una sonrisa tímida asomando en sus labios, —vamos a descubrir esas melodías juntos. Mateo sonrió, y con una voz llena de emoción, dijo: —No hay mejor momento que ahora.

Caminos entrelazadosWhere stories live. Discover now