Capítulo quince: La luz de la primera flama de Waman

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La luz del amanecer se filtra entre las hojas de los árboles, pintando el claro con tonos dorados y plateados. El aire está impregnado con el frescor de la mañana, mientras Mateo y Mi-Jeong se despiertan entre las sombras de los árboles. Un silencio sereno envuelve el claro, solo interrumpido por el susurro suave del viento entre las ramas.

A medida que se levantan, sus ojos son atraídos hacia el centro del claro, donde un brillo inusual destaca entre la vegetación. Al acercarse, descubren que las avecillas prismáticas ya no están, pero en su lugar se alza un pequeño altar de piedra tallada, como si hubiera surgido de la misma tierra durante la noche. Las flores silvestres, con sus colores vibrantes, rodean el altar, y las plumas de colores están dispuestas con delicadeza sobre su superficie.

El corazón de Mateo late con intriga mientras se acerca al altar. Sus dedos rozan la figura abstracta tallada en madera, y en ese momento, el mundo parece detenerse. Un temblor sutil se desliza a través del suelo, y una neblina misteriosa se eleva desde la tierra, envolviendo el claro en un abrazo etéreo.

Cuando la neblina se dispersa lentamente, una presencia majestuosa se materializa ante ellos. Waman, el espíritu de la tribu perdida, se alza en toda su gloria, su forma animal adoptando la apariencia de una guacamaya de plumas resplandecientes y colores vivos. Su mirada es profunda y penetrante, con un brillo de conocimiento primigenio que ilumina sus ojos.

Con una voz que resuena como el eco de los tiempos antiguos, Waman se dirige a Mateo y Mi-Jeong, sus palabras llenas de significado y misterio. Cada sílaba que pronuncia parece tejer un hilo invisible entre el pasado y el presente, entre el mundo tangible y el espiritual. La primera flama que nace con el primer rayo de la luz del sol. 

—Hijos de la tierra y el cielo, les doy la bienvenida a este lugar sagrado —su voz es como el susurro del viento entre las hojas, cargada de antigua sabiduría y poder—. Son los portadores de un destino entrelazado con el nuestro. En ustedes reside la llama de la esperanza, la llama que arde eternamente en el corazón de la selva.

Mateo y Mi-Jeong escuchan con reverencia, sintiendo la gravedad de las palabras del espíritu. Una sensación de asombro y humildad los envuelve mientras se encuentran ante esta manifestación de lo divino.

—¿Quién eres tú? —pregunta Mateo con dudas.

—Soy Waman, guardián de esta selva, hijo del sol, la primera flama, protector del fuego sagrado que danza con cada latido del corazón, la esencia de la vida misma, el espíritu de la tribu perdida. —El espíritu habla con reverencia, sus plumas resplandeciendo con la luz del amanecer.

—Tú... Me ayudaste a encontrar a Mi-Jeong —responde Mateo con gratitud—. Te lo agradezco. Gracias a ti logré salvar a mi amiga del jaguar —añade con sinceridad.

—Su nombre es Chiripi —responde Waman con solemnidad, mientras una suave luz plateada emana de las sombras, revelando la figura del jaguar que antes los había enfrentado. 

Con una elegancia felina, la criatura se acerca a Waman y se recuesta a su lado con respeto, como si estuviera rindiendo homenaje a una figura de autoridad. Los ojos de Mateo y Mi-Jeong se llenan de temor, y sus instintos los llevan a adoptar posturas defensivas. Mateo decide colocarse delante de Mi-Jeong, protegiéndola con determinación.

—¡Tú lo enviaste! —le reclama Mateo, acusando a Waman.

—No fue mi decisión lo que ocurrió. Chiripi actúa bajo su propia voluntad —explica Waman con calma, mientras acaricia con ternura la cabeza de la jaguar plateada. Esta, al recibir el gesto de su guardián, adopta una postura más dócil, alejándose de cualquier hostilidad.

Caminos entrelazadosWhere stories live. Discover now