Capítulo doce: El rugido del corazón

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El eco del estridente siseo aún resonaba en los oídos de Mateo mientras se levantaba del suelo, su respiración agitada y su corazón latiendo con fuerza. Sus ojos se escudriñaban frenéticamente en busca de cualquier rastro de Mi-Jeong, su mente llenándose de imágenes de su amiga perdida en medio de la selva implacable.

—¡Mi-Jeong! —La voz de Mateo resonaba con una fuerza que parecía sacudir todo su ser, como un eco desgarrador que se perdía entre los árboles. Cada palabra pronunciada con una intensidad tal que sus cuerdas vocales parecían vibrar al unísono, llevando consigo la desesperación de un corazón que ansiaba encontrarla. —¡Mi-Jeong!

Con cada paso que daba, el bosque parecía cerrarse a su alrededor, como si las sombras mismas conspiraran para ocultar a Mi-Jeong de su vista. El sonido de sus propios pasos se mezclaba con el sonido del viento entre los árboles, creando una atmósfera cargada de tensión y ansiedad.

Los minutos se convirtieron en horas mientras Mateo se adentraba más y más en la selva, su determinación alimentada por la esperanza de encontrar a Mi-Jeong sana y salva. Cada vez que escuchaba un ruido entre los árboles o veía una sombra moverse en la distancia, su corazón saltaba con la posibilidad de que fuera ella.

Pero conforme pasaba el tiempo, esa esperanza se desvanecía lentamente, reemplazada por el miedo y la desesperación. ¿Y si algo le había pasado a Mi-Jeong? ¿Y si ya era demasiado tarde para encontrarla? Esas preguntas atormentaban la mente de Mateo, pesando sobre él como una losa.

De repente, un destello de color entre la maleza captó la atención de Mateo. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, se abrió paso entre las ramas y los arbustos que se interponían en su camino, sintiendo la frescura de las hojas rozando su piel y el aroma fresco y terroso de la selva llenando sus sentidos. Por un instante la esperanza de que fuera Mi-Jeong abrigó su corazón.

Cuando finalmente emergió en un claro, Mateo se detuvo en seco, sorprendido por la vista que se desplegaba ante él. Ante sus ojos se extendía un árbol majestuoso, cuyas ramas estaban repletas de guacamayas de colores vibrantes. El aire estaba lleno del sonido de sus graznidos melodiosos, creando una sinfonía de alegría y vida en medio de la selva.

Las guacamayas revoloteaban alrededor del árbol como flores en un jardín, sus plumajes brillando bajo los rayos del sol que se filtraban entre las hojas. Mateo se quedó boquiabierto ante la belleza de la escena, sintiendo una sensación de asombro y reverencia que le llenaba el corazón.

Se acercó al árbol con cuidado, maravillado por la cercanía de las aves exóticas y la energía mágica que parecía impregnar el lugar. Cada detalle parecía resplandecer con una luz propia, desde el verde intenso de las hojas hasta el azul brillante del cielo que se reflejaba en los plumajes de las guacamayas.

Algunas de las aves se posaron en las ramas cercanas, observando a Mateo con curiosidad mientras él admiraba su belleza. Podía sentir el suave roce del viento entre las plumas y el cálido resplandor del sol en su piel.

Por un momento, Mateo se olvidó de su búsqueda desesperada de Mi-Jeong, absorto por la magia de aquel lugar. Se permitió simplemente estar presente en el momento, sumergiéndose en la maravilla y el misterio de la selva que lo rodeaba.

Los pensamientos de Mateo se oscurecieron por un instante, recordando cada ocasión en la que se habían enfrentado a lo mágico en medio de la selva. Cada paso hacia la salida parecía ser contrarrestado por la burla sutil de la naturaleza misma. Ya no podía confiar en las apariciones de espíritus ni en las promesas de protección. Su única meta ahora era encontrar a Mi-Jeong, sin importar las circunstancias.

Caminos entrelazadosWhere stories live. Discover now