Capítulo ocho: La prueba del río

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En medio de la danza hipnótica de los delfines, cuyos movimientos parecían arrancados de un cuento de hadas acuático, y la presencia majestuosa de un ser cuya belleza desafiaba toda explicación, Mateo sintió como si estuviera sintonizando con algo trascendental en la frescura del flujo del aire. La magnificencia de aquel momento parecía detener el tiempo a su alrededor, llenándolo de una sensación de asombro y maravilla que le hacía olvidar, al menos por un instante, los peligros que acechaban en las profundidades del río.

Mientras sus ojos seguían el elegante movimiento de los delfines, Mateo no pudo evitar admirar a Mi-Jeong. Un torbellino de emociones lo invadió, desde el profundo respeto hasta una preocupación genuina. Sabía que ella era fuerte y valiente, pero aún así, deseaba ser su protector, anhelaba mantenerla a salvo en un mundo lleno de incertidumbre y peligro. El brillo del talismán que colgaba de su cuello lo sacó de sus pensamientos, recordándole la presencia misteriosa y poderosa que los rodeaba.

—¿Waimi?— repitió Mateo, dejando que el nombre resonara en su mente. —¿Cómo que Waimi?—

Los ojos de Mi-Jeong se cerraron por un momento, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para explicar lo inexplicable. —Es el espíritu del río—, dijo finalmente, su voz llena de reverencia. —Un ser antiguo, protector de estas aguas y de los que habitan en ellas.—

Intrigado por la revelación de Mi-Jeong, Mateo la miró fijamente, buscando una explicación en sus ojos.

—Lo sé, Mateo. Es extraño. Pero... siento que puedo entenderla. Sus palabras... sus emociones... son como un río que fluye a través de mi mente—, respondió Mi-Jeong, con un tono de asombro en su voz.

—¿Cómo es posible? ¿Qué te ha dicho?—, preguntó Mateo, con los ojos entrecerrados en concentración.

—Me ha llamado por mi nombre. Ha dicho que nos ha estado observando desde que entramos en la selva. Que sabe que estamos perdidos y que está dispuesta a ayudarnos—, explicó Mi-Jeong, con una expresión de sorpresa y asombro en su rostro.

—¿Ayudarnos a encontrar a Nicolás? ¿A salir de aquí?—, indagó Mateo, con una mezcla de esperanza y curiosidad.

—Sí, pero no solo eso. Dice que hay algo más importante en juego.—, agregó Mi-Jeong, con una mirada pensativa.

—¿Qué quieres decir?—, inquirió Mateo, con creciente intriga.

—No lo sé con exactitud. Pero quiere compartir algo con nosotros—, concluyó Mi-Jeong, con un tono de determinación en su voz.

Mateo asintió lentamente, sintiendo una mezcla de emoción y temor ante la idea de encontrarse con una entidad tan poderosa y misteriosa. —Entonces, ¿Qué es lo que quiere? ¿Debemos preocuparnos?—

Mi-Jeong abrió los ojos, su mirada firme y decidida. —No—, respondió con determinación. —Creo que Waimi tiene respuestas para nosotros. Nos está llamando por una razón.—

Mateo asintió, dejando que la confianza de Mi-Jeong lo contagiara. —Entonces ¿Qué debemos hacer Mimi?—, dijo, tomando la mano de Mi-Jeong con determinación.

En ese momento, el sonido misterioso se intensificó, resonando en sus oídos como una llamada irresistible. Waimi, el espíritu del río, los miró con una intensidad que los dejó sin aliento.

—(Su voz resonó en sus mentes como un canto armonioso) Vengan conmigo.—, les instó Waimi con una sonrisa burlona en su rostro.

La selva los envolvía con su exuberancia, sumiendo a Mateo en una profunda inseguridad. Una sombra de desconfianza se cernía sobre su mente, y su única preocupación era encontrar una salida de esa situación. El implacable tic-tac del tiempo resonaba en sus oídos, recordándole la importancia de cada minuto perdido, mientras su corazón latía con el temor de que las noches los sorprendieran en las profundidades de la selva.

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