En el esplendor del siglo XIX, Peter Morgan había nacido en el centro de una de las familias más importantes de los Estados Unidos. En la superficie, todo era perfecto: las mejores escuelas, los regalos más deslumbrantes, una familia cariñosa. Sin e...
Espero que lo disfruten y repetimos lo mismo de la semana pasada; Si llegamos a 1000 comentarios, actualizo 😘. Muchísimas gracias a todos los que están apoyando mi trabajo con sus comentarios, realmente significa mucho para mí.
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15 de septiembre 1897. Southwark, Londres.
—¿Por qué bebe tanto? ¿Siempre está de malhumor? No habla mucho ¿o sí? Mi madre siempre dice que los hombres que beben mucho, es porque están tristes. ¿Está usted triste? A mí se me hace que sí, tiene ojos tristes... ¿Pero por qué? ¿Es por qué vive en la calle? Yo a veces duermo en la calle también, si me canso mucho y no quiero volver a casa... ¿Usted no tiene casa? ¿Tiene hijos o una esposa? No pareciera que los tuviera... ¿Por qué no ti...?
—Voy a arrancarte la lengua como no te calles en este preciso momento.
El niño bufó, volviendo su mirada al frente y se tuvo que morder el chaquete para quedarse en silencio. Hablar era demasiado tentador, especialmente cuando estaba aburrido y llevaba todo el día aburrido y además ya tenía hambre.
Agitó sus pies hacia el suelo desde el banco y se agarró al borde de este, mientras Roland intentaba quitarle el corcho a otra botella de whisky.
Ya estaba empezando a oscurecer y no quedaba mucha gente en el parque, solo algunos peatones que volvían a casa o salían por un paseo nocturno y vivían completamente ajenos, a los más pobres y desafortunados como ellos dos.
Le gustaba la ciudad por las noches, excepto por la parte de que daba miedo. Era tranquila, silenciosa y las farolas con sus llamas anaranjadas teñían todo el ambiente de una energía misteriosa y le gustaba escuchar el sonido de sus pasos retumbando en las calles de piedras por un callejón, como si fueran los zapatos de un hombre adinerado.
Por desgracia, sus zapatos ya tenían la suela muy gastada y no hacían mucho ruido.
Volvió a mirar hacia Roland y este retorció el corcho en la botella, usando sus molares y cuando logró aflojarlo un poco, terminó de quitarlo con su mano y se concedió un largo y bendito trago, como si no hubiera pasado todo el día ahogándose en alcohol.
—Entonces —comenzó y enmudeció cuando Roland lo miró de reojo—. ¿Qué? Solo iba a preguntar qué haremos ahora.
—Yo iré a trabajar y tú desaparecerás de mi vista.
—No puedo hacer eso. ¿A dónde iré? Es muy tarde.
Se encogió de hombros, sin importancia y cuando el niño intentó quitarle la botella de whisky, le golpeó la mano y lo miró molesto.
—Mío.
—Ay, vamos, pensé que ya no le molestaría compartir conmigo, además, tengo hambre.
