Prólogo

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Los pequeños copos de nieve caían en el manto blanco que cubría el suelo desde hace meses. El viento invernal rugía con fuerza y azotaba las frías mejillas de la chica. Ella estaba envuelta en una capa negra demasiado grande para su pequeño cuerpo. La arrastraba por la nieve, borrando parte de las huellas que dejaba al caminar.

La chica solo podía pensar en una cosa; la daga.

¿Cómo pudo ser tan estúpida de perderla? No. ¿Cómo pudo ser tan estúpida como para dejar que esos ladrones se la robasen?

Era la reliquia de la familia, y  ya no la tenía. Pensó en todo lo que tuvo que hacer para ganarla, y para conservarla.

Ella pertenecía a la casa Darkbloom, la cual había sido una rica familia en la ciudad de Fogsite, en el Reino de las Brumas. Aunque en los últimos años de su estancia en su Reino natal, la familia había perdido tanto dinero que la única manera de salvar su prestigio era que una de las hijas de la casa Darkbloom contrajese matrimonio con otra rica familia sin deudas que pagar. Pero no se celebró ningún matrimonio.

La madre, en el lecho de muerte, les había revelado a la chica y a su hermana mayor el tesoro que había pasado de generación en generación. Una daga dorada con piedras preciosas incrustadas. Era hermosa. Y mágica. Las dos hermanas habían oído hablar de objetos mágicos creados por el demonio. Sabían que aquella daga era la mutatio-formae. La daga con el poder de hacer que la persona quien la empuñase se transformase físicamente en la víctima que había matado.

La chica recordaba perfectamente la pelea con su hermana por la daga tras la muerte de su madre. Como la sangre corría por sus brazos desnudos mientras un humo verdoso se ceñía a su cuerpo lentamente para cambiarlo por el de su víctima. Y luego huyó.

Ese fue su primer asesinato. Su propia hermana. No tardó mucho tiempo en cambiar de forma de nuevo. Cada vez se le hacía más fácil terminar con una vida. Ahora casi no sentía nada.

¡Pero no podía volver a cambiar de cuerpo!

Al menos, le gustaba en el que se encontraba en ese momento. Una chica pálida, pequeña, de largos tirabuzones rubios y ojos claros. No tendría más de quince años cuando la encontró vagando sola por el bosque, hacía ya unos seis meses. Había intentado escapar. Era rápida y astuta. Pero no lo suficiente como para engañar a Edith Darkbloom. Edith lleva más de cien años persiguiendo a gente para cambiar de forma. Ahora se sentía incómoda. No le gustaba permanecer mucho tiempo en un mismo cuerpo porque acababa cogiéndole "cariño".

Edith Darkbloom. Había cambiado tantas veces de nombre que a veces olvidaba cual era el suyo verdadero. No le gustaba que la gente la reconociese. Estaba acostumbrada a una vida solitaria y nómada.

Levantó la vista del suelo y vio las luces de la aldea. Snoeland era un lugar frío y oscuro, al igual que la gente. El Reino de la Nieve no se parecía nada al Reino del Sol, de hecho era bastante parecido al Reino de la Bruma. Por eso Edith pasaba tanto tiempo allí. Le recordaba a su hogar. Al hogar al que no quería volver.

Las calles de la aldea estaban vacías. Las antorchas estaban colocadas estratégicamente en las paredes de las casas para que ningún rincón de la calle quedase en las sombras. Todo estaba en silencio, y lo único que se escuchaba era la respiración agitada de Edith y el sonido de la nieve crujiendo bajo su peso. Olía a comida. A comida y a putrefacción. Dos olores bastante opuestos. Edith arrugó la nariz y buscó con ojos vivaces la posada en la que se iba a quedar hasta la salida del sol. No era seguro que una chica andase sola en medio de la noche.

Un caballo relinchó, guiándola hasta la pequeña cabaña en la que se alojaría. El bullicio se oía desde fuera. Gente hablando, gritando, riéndose, música... Hacía tanto tiempo que no escuchaba la música que dejó escapar una pequeña sonrisa.

Las Seis ReliquiasWhere stories live. Discover now