Capitulo 12

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ROSABELLA

La incesante lluvia me despertó. No estaba muerta. Seguía abrazando al pequeño gnomo. No sabía cuanto tiempo habría estado durmiendo. Pero el cadáver ya empezaba el proceso de putrefacción y mis faldas se encontraban bañadas en sangre reseca. El Árbol Madre había decidido perdonarme: se había apiadado de mí. Ahora lo que debía de hacer era prepararle un funeral a mi víctima, para que su espíritu por fin descansase en paz.

Tenía que ser el funeral más bonito jamás visto. El ánima de ese pequeño ser mágico descansaría junto a los espíritus de las brujas, en las raíces de mi aldea. Para que el ritual funcionase debía preparar una caja que reuniese los cuatro elementos y un objeto de valor para que las brujas le abrieran las puertas, ya que estas siempre actuaban en beneficio propio. La caja sería de las ramas más secas que pudiera encontrar. Para representar a los cuatro elementos pondría un frasco con agua de lluvia, un puñado de tierra, unas hierbas aromáticas y por ultimo quemaría la caja; así reuniendo los cuatro elementos.

Una vez construido el complejo funerario solo me faltaba colocar el objeto de valor: mis pendientes de jemerevite que asegurarían su entrada."Si mi padre me viera me mataría." Estos pendientes habían pertenecido a todas las mujeres de mi familia. Hacía dos años que me los habían regalado por mi doceavo cumpleaños, pero nada era demasiado por el perdón del Árbol Madre, que ahora acogería al espíritu del gnomo junto al de mis ancestros.

Para que la caja se quemara con éxito debía de estar en contacto con ella todo el tiempo,  pues si no la lluvia la apagaría. Como bruja del fuego este hechizo habría sido muy sencillo pero para mí requería bastante concentración, puesto que no podía dejar que mis manos se quemasen. Las lágrimas brotaban de mis oscuros ojos y recorrían mis suaves mejillas mientras el cadáver desaparecía en el fuego. El espíritu de esta pobre víctima  por fin se encontraba en paz.

Mi labor en ese bosque había acabado. Ahora todas mis fuerzas se centrarían en encontrar el libro de los conjuros y en volver a reunirme con el Cazador de Hombres. Lo primero que debía hacer era limpiarme las faldas en el riachuelo más cercano. Después buscaría una aldea dónde pudiera conseguir dinero, pues no eran las brujas las únicas que actuaban en beneficio propio: los humanos también los hacían. Cada vez que trabajaban cobraban. Nunca se esforzaban sin unas monedas de plata por en medio.

Tras una larga caminata divisaba las primeras casas de lo que suponía que fuera un gran pueblo. Tenía que cubrir mi manchas si quería pasar desapercibida. Mi largo y encrespado pelo cubriría mi pequeño cuello a la perfección.

La primera casa parecía una posada. Allí preguntaría por un alojamiento barato que más tarde pudiese pagar.

-Perdone... –intenté llamar la atención de la mesera sin resultado-. Por favor. Podría...

Mis palabras no tenían receptor. En aquel antro las mujeres se restregaban sobre los hombres, además estos bebían un líquido espumoso y de color amarillento. Todos reían y parecían felices pero yo sabía que no lo eran, puesto que el reino de la lluvia estaba en crisis: las ciudades y pueblos estaban desolados. Solo había miseria. Esta posada entonces debía de encontrarse embrujada y yo quería ser parte de ese conjuro. Quería olvidarme de que estaba sola. De que era una asesina. De que ya nadie me estaría buscando. Pero sobretodo, de que no sabía qué hacer y de que mi magia era muy escasa. Además, me moría de hambre.

-¡Eh tú, pelirroja! -grito un hombre mientras me miraba de arriba abajo-. ¡Sí, tú! ¿Quieres un trago de cerveza?

-Claro, pero no tengo dinero -daría lo que fuera por probar ese hechizo al que él había llamado "cerveza", pero los humanos solo quieren monedas.

-No importa, te invitamos si nos deleitas con tu compañía. –su mano ahora acariciaba el trozo de banco que sobraba a su lado.

Una rebosante jarra de cerveza se acaba de posar enfrente de mí. La probé; era amarga. Pero a medida que iba bebiendo más y más sabía cada vez mejor, además, empezaba a ignorar mis preocupaciones. Solo me centraba en lo que se hablaba en la mesa y no podía parar de reírme por todo. Cualquier cosa me parecía graciosa. Pero me sentía mal, necesitaba cariño; quería un abrazo y el hombre que me había invitado parecía muy amable, así que le rodee el cuello con mis brazos mientras él me acariciaba la mejilla. Su caricia hizo que mi pelo se moviese y quedaran descubiertas mis manchas.

-¡Es una bruja! ¡A por ella! –dijo el hombre que estaba mi izquierda.

Algunos le miraron como si estuviese loco: creer en brujas a sus años; pero otros se unieron al griterío. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas. No podía pensar con claridad. Debía de haber caído en un hechizo muy poderoso y no tenía ni idea de cómo iban a reaccionar los humanos a la presencia de una bruja.



Las Seis ReliquiasWhere stories live. Discover now