Capítulo 2

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EDITH

Cada día que pasaba me volvía más estúpida, o eso o la sociedad de los elfos era mucho más compleja de lo que podía parecer.

Llevaba viajando una semana con Tristan hacia el valle del sol, una tierra élfica en el Reino de las Montañas, y aún me costaba entender el porqué de algunas cosas. Como el refugio. Había estado en él un par de noches después de la huida de la loca de Deb, de quien, por cierto, seguía sin saber nada; algo que me ponía de los nervios. No me podía creer que un sitio tan grande, bonito y bien ubicado -concretamente en la división del río del, bien llamado, Reino de la Lluvia- fuera solo un refugio.

Desde lejos lo único que se podía ver era una estatua, justo en el medio de la bifurcación fluvial. Una mujer joven que, con la mano derecha sujetaba una larga rama de árbol a modo de bastón y, con la izquierda, señalaba al cielo. Estaba tallada con tanta suavidad que la manga de la mano desocupada parecía caer por la suma de su propio peso y el de la gravedad. Cuando estuvimos lo bastante cerca para apreciar los detalles de esa escultura de bulto redondo -como el hecho de que estaba esculpida en piedra pulida y que el vestido, solamente, estaba cubierto de un musgo rojizo- me di cuenta de que su función era marcar el lugar donde se encontraba el refugio. A sus pies se abría, subterránea, una escalera que parecía  -"eso esperaba"- más larga de lo que en realidad era.

-Es Aldarina -diciendo esto señaló el plinto, que tenía escrito ese nombre en grandes letras ornamentales-, la reina elfa que hizo edificar este refugio: lugar donde recurren los seres mágicos que necesiten ayuda.

-¿Eso quiere decir que va a haber mucha gente?

"Nunca me ha gustado estar con mucha gente. O poca. Y algunos de esos refugiados podían ser hadas locas que arrancan extremidades. No gracias."

-No creo. Ha caído en desuso desde que la magia se esconde a los humanos.

"Cierto. Olvidé por completo que algunos siguen ignorando la existencia de la magia. A decir verdad, de no haber sido por la daga, nunca me habría creído que era real, y, ahora, huyendo del hada esquizofrénica acompañada del elfo simpatía, casi lo hubiera preferido."

-Pero, ¿por qué escondéis la magia siendo tan poderosos? -Sonrió y tuve que apartar la mirada. No me había dado cuenta, pero tenía una sonrisa preciosa- Por lo menos más que los humanos.

-Verás, vosotros tenéis un mecanismo de defensa muy estúpido frente a lo desconocido: la violencia. Y, aunque no tengáis tanta fuerza, poder o resistencia, sois los mejores estrategas bélicos que he conocido. Tal vez porque sois también los menos longevos. Supongo que la idea de la muerte os persigue con más intensidad y vivís con más miedo y nosotros no queremos guerras estúpidas. Nadie tiene que perecer innecesariamente.

-Y si no atacásemos en un principio, estaríamos igualmente con las defensas alerta, por miedo, al final veríamos fantasmas y acabaríamos provocando esa guerra de todos modos...

-Exacto. Para ser tan joven tienes una mentalidad muy adulta.

"Si tú supieses..."

Volví a mirar la estatua, instintivamente, esta vez todavía más creca. Era sumamente imponente: su cabello no tenía un color distinto al del resto de la escultura, exceptuando el vestido, pero sabía que Aldarina tenía el pelo rubio. Los ojos reflejaban vida, y, aunque fuesen color piedra, sabía que los tenía verdes. No podía explicarlo, pero lo sabía. La estatua se lo decía. Era tan real, los pliegues de la ropa, las ondas del pelo, la sonrisa... Tristan me puso la mano en el hombro para recordarme que teníamos que entrar, pero lo que casi consiguió fue llevarse un puñetazo como acto reflejo. Menos mal que su velocidad era mayor y lo esquivó. Si no llega a tener su pelo no muy corto, rubio, ondulado alborotado -que dejó al descubierto sus orejas puntiagudas- y sus ojos castaños oscuros más abiertos de lo habitual por culpa del susto, nadie diría que acababa de evitar un golpe.

Las Seis ReliquiasWhere stories live. Discover now