Capítulo 7

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SIMON

Sentía un dolor cálido en las costillas que trataba de ignorar. Era a causa del tatuaje (unas coordenadas las cuales marcaban donde se encontraba mi cabaña en el Reino de la Lluvia, por si se me olvidaba, y por si volvía). No era lo suficientemente agónico como para que mereciese mi atención. La verdad es que aguantaba verdaderamente bien el dolor, tanto, que más de una vez había estado mirando al Dios Muerte a los ojos por heridas pequeñas que no podían llevárseme tan fácilmente. Había decidido que cuando muriese, sería de una forma digna y con un sufrimiento por el cual desearía estar muerto.

Aquel dolor no era nada en comparación con lo que había soportado durante mi vida. Aquella bruja había hecho bastante bien su trabajo pese a que sus manos no paraban de temblar. ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¿Rowena? ¿Roxanne? No parecía un nombre muy común para una bruja. Aunque Simon tampoco era un nombre muy común para un campesino...

"Pero eres un asesino, y Simon ha muerto."

No importaba. Solo eran letras formando una palabra sin sentido...

Caminaba con paso ligero hacia el árbol gigante que las brujas tanto amaban. Seguramente de él obtenían algún poder, pues resplandecía. Muchas de las hechiceras ya estaban congregadas en torno al árbol, esperándome.

"Genial... De nuevo tendré que ser el centro de atención."

Había hecho demasiados tratos durante el último día y no me sentía cómodo con ellos. Los tratos eran lazos que te unían a la gente, y yo no quería estar unido a nadie de ninguna manera. La bruja pelirroja me había pedido que la sacase de su aldea. No lo iba a hacer. Era malo cumpliendo promesas, además, no quería incordios a mi lado. No sabía que la corrompía en su fuero interno para tener el deseo de abandonar su hogar, ya que desde que había entrado en el territorio de las brujas, había decidido esconder mis guantes bajo mis ropas. Sin ellos me sentía desprotegido. Mi arma más eficaz no estaba lista para ser usada.

El otro trato había sido pactado con toda la horda de brujas. Ellas me darían una forma de sobrevivir en el Lago del Silencio si yo las traía un libro. ¿Cómo podían fiarse de que yo volviese con el puñetero libro una vez cumplida mi misión personal? No podían. Por eso querían algo más de mí. Y no tenía ni idea de lo que podía ser.

Las brujas abrieron el círculo que habían formado para dejarme entrar en él. Debía de colocarme en el centro, flujo de toda la magia, o al menos eso es lo que decían ellas...

— Cazador de Hombres... — Había cuatro brujas en frente e mí. Habló la que se situaba al extremo izquierdo.

Las brujas siempre me habían parecido criaturas extrañas. ¿Mezcla de humano y de qué...? Tenía que haber una parte humana en ellas. Pero todo ese poder elemental, y el jodido corazón sobre la cabeza como si fuese una manzana que debía de ser atravesada por una flecha. Blanco fácil.

Alcé una ceja para hacerlas saber que las escuchaba.

— La aldea de brujas ha llegado a un acuerdo —dijo esta vez una bruja bastante vieja que se encontraba al lado de la que había hablado antes.

— Tomaremos prestado su recuerdo más fuerte, el cual será devuelto cuando recuperemos el Libro de nuevo de vuestras manos —me informó la primera buja que había hablado. Era alta, pero tenía la espalda encorvada y se apoyaba débilmente en el hombro de su compañera.

— ¿Recuerdo más fuerte? — pregunté confuso. — . ¿Cómo vais a saber cuál es mi recuerdo más fuerte?

— Nosotras no lo sabemos. El Ojo lo sabrá... —Dijo otra bruja. La que estaba en el extremo derecho.

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