Capítulo 15

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SIMON

Aquella noche dormí como un bebé. No tuve sueños, y el colchón que me habían dado era uno de los mejores sitios en los que había dormido en semanas. Me desperté bastante tarde, después del alba. Hacía bastante calor, propio del Reino del Sol. La habitación que me habían asignado en el Taecto daba a un campo de hierba verde amarillenta bastante alta. La pradera estaba plagada de árboles frutales y se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. El cielo, de un azul magnífico y sin nubes, daba hogar a la gran bola de luz que mantenía a la oscuridad alejada. Los pájaros volaban alto en él, cazando su alimento. Pero había algo que no concordaba en la escena. Una nubarrón de alas negras se aproximaba hacia el Taecto; cuervos.

El chirrido de la puerta de madera me distrajo de la nube de pájaros. Era Derick, trayéndome algo para comer. Más que un aprendiz de monje, parecía un sirviente. Podía decir que sentía lástima por él, pero era un sentimiento muy fuerte por alguien a quien acababa de conocer. Además, tener lástima por un chico que ahora lo tenía todo cuando había madres muertas de hambre, prostituyéndose porque sus hijos no tenían nada que llevarse a la boca, no era correcto.

Derick se sentó en el suelo. Al principio me incomodó que se quedase a comer conmigo, pero luego no le di importancia. Iba a marcharme después de terminar el desayuno, así que daba igual. El chico parecía ser muy hablador. Demasiado. Me contó que el Taecto estaba pereciendo poco a poco. Los monjes viejos morían y no llegaban nuevos desde hacía años. Eran dieciséis. Él era el más pequeño de todos, pero se creía tan valioso como el resto. Eso es lo que predicaban los dioses, al menos. Derick me preguntó cosas sobre mi vida. Le respondía sobre el tiempo que llevaba sin probar la carne de cerdo, que nunca había catado el vino de Cassais y todo respecto a la comida. Me preguntó que por que vestía de negro y por qué llevaba armas. Creía que era un caballero. Lo que le respondí fue:

— Las grasas de la comida que caen en la ropa negra se ven menos que las que caen en la ropa de cualquier otro color.

Le hice reír. ¿Yo haciendo reír a alguien? Era de lo más extraño. Un escalofrío me recorrió la espalda. Podía haberle contado la verdad, que era un asesino y que tenía la misión de matar a una chica, pero Derick me recordaba demasiado al Simon inocente que se preocupaba por su hermano pequeño, aun cuando este intentaba matarlo.

Acabé de llenar mi estómago antes que él, así que me puse la capa negra sobre los hombros, envainé mis espadas y guardé algo de comida para el camino. Cuando me di la vuelta para despedirme del chico, le encontré postrado delante de la ventana, asombrado.

— Jamás había visto tal cantidad de cuervos juntos.

Y el chico no se equivocaba. Los prados de hierba verde estaban cubiertos por una marea de plumas negras. Más cuervos sobrevolaban el campo, y se detenían en los árboles, dando picotazos a las frutas. A lo lejos, una manada de hombres ataviados con armaduras y cabalgando sobre caballos se acercaba al Taecto. No serían más de treinta. Se podía divisar un portaestandarte con el blasón de la casa Broin. Un cuervo negro posado en una rama, con el fondo de color verde. Así que las leyendas eran ciertas, o se acercaban a la realidad. Se decía que el Señor de Broin, rey del Reino de la Luna, había domesticado a todos los cuervos de Deodecalonia y eran sus sirvientes más fieles. No me lo había creído nunca, pero viendo caballeros de su casa y tal cantidad de pájaros negros...

— Apártate de ahí —le ordené a Derick, dándole un empujón con más fuerza de la necesaria.

— ¿Qué ocurre? —Quiso saber el chico.

Las Seis ReliquiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora