Capitulo 9

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ROSABELLA

Tras una larga noche a la intemperie estaba empapada. Mi vestido chorreaba y mis zapatos no dejaban de hacer ruido a cada paso que daba. Pero debía encontrar el libro de hechizos si quería volver a reunirme con el cazador de hombres. Para encontrarlo usaría un hechizo rastreador. Por lo que necesitaba un trozo de aquello de lo que estuviera hecho el libro. Y puesto que el libro y mi muñeca de la infancia, el cual siempre llevaba encima, estaban hechos de la madera de árbol madre. Imagino que el conjuro funcionase si lo aplicaba sobre la muñeca.

Me senté en el suelo con las piernas cruzadas para así estar en pleno contacto con la naturaleza. Y que mi concentración estuviera al máximo. Puse la muñeca entre mis dos manos y comencé el rastreo. No veía nada. Ninguna pista. Todo era negro. Mi magia no parecía ser suficiente como para llevar a cabo ese hechizo. Pero continúe medio día más intentándolo sin resultado alguno.

Cientos de años atrás en mi aldea había nacido la primera mestiza. Como yo, ella no tenía toda la magia que posee una bruja normal. Su poder era limitado, por lo que se marchó de la aldea en busca de una fuente de poder. Tiempo después regreso con más magia que muchas de las mejores brujas del pueblo. Se decía que todos los días bebía sangre de seres mágicos, para así extraerles todo el poder. No sabía si beber sangre de seres mágicos me daría más energía pero debía intentarlo.

Había oído hablar de un grupo de enanos al norte del reino de la lluvia. Así que no debían de estar muy lejos de donde me encontraba. A pesar de que no eran demasiado amables, eran una presa fácil. No superaban un metro de altura y su fuerza no era superior a la de un niño. Por lo que podría enfrentarme a ellos sin mucha complicaciones. Además no debía de matar a ninguno. Simplemente necesitaba un poco de sangre. Con lo que una pequeña herida sería suficiente.

Para llegar al poblado de los enanos tenía que pasar por una pequeña ciudad de humanos. Donde podría conseguir un arma. En la ciudad debía de tapar mi cuello, puesto que mis manchas me delatarían como bruja. Y posiblemente acabaría muerta. Me puse la capa y continué caminando dirección norte.

Ya divisaba la ciudad, o lo que suponía que fuera la ciudad. Un montón de personas andaban de un lugar hacia otro. Había mesas con frutas y telas a los lados de la calle. Las casas parecían montañas de granito rectangulares. Todo el mundo vestía de colores apagados. Y se respiraba la tristeza del ambiente. Aquel lugar apenas se parecía a mi hogar. En mi aldea todo el mundo era feliz. Las casas de colores se dispersaban a lo largo del campo. Y las frutas colgaban de los árboles.

A pesar de lo deprimente que era este lugar me sentía como en casa. La gente pasaba sin mirarme ni reírse de mí. Todos eran como yo. Podía pasar desapercibida. Pero no había llegado hasta la ciudad para quedarme si no para robar un arma. Los hombres levaban todas las armas pegadas a su cuerpo. Como si supusiesen que intentaba conseguir una. Me sería imposible robar una espada  sin que nadie me viera. Necesitaba otro plan.

La ciudad ya no se divisaba. Solo se veía un gran y frondoso bosque. Aunque no veía la colonia de enanos. Si oía unos extraños ruidos. Así que cogí la primera rama que vi y me prepare para atacar.

-¡AY!-grite. Algo me había mordido las piernas. Me levante las faldas y encontré un humano de no más de 10 centímetros y lo agarre con mis manos.

-Suéltame- me espeto este con la voz más aguda que jamás había oído.

Se trataba de un gnomo. Un ser mágico con todavía menos fuerza y altura que un enano. Debía de aprovechar mi oportunidad. No encontraría una presa más fácil. Así que antes de pudiera decir nada más le clave una pequeña astilla de la rama que tenía en mi mano derecha. Y con la mano izquierda mientras este no paraba de gritar me lo acerque a la boca y empecé a beber su sangre. Pero solo logre humedecer mis labios. Al ser una presa tan pequeña la herida debería ser mayor. Me dispuse a clavar otra astilla. Esta vez más grande y cerca de una vena. La sangre brotaba a borbotones. Era cálida y densa, pero no tenía mal sabor. El gnomo por fin se había callado, mis oídos por fin descasaban. Pero..."Oh no si se ha callado...es...que..."No podía ser. Empecé a buscarle el pulso. No había. Su cuerpo no respondía y sus pulmones se habían deshinchado por completo. Había muerto. Yo lo había matado. Era una asesina. Mis ojos se encharcaron de lágrimas. Yo era buena. No podía haberle matado. Quería meterme en mi cama y dormir hasta que todo pasara. Pero no podía, estaba lejos de casa. Y además debía de conjurar el hechizo.

Aunque esta vez la magia sí que fue la suficiente el hechizo no funciono. El libro estaba protegido contra la rastreacíon. Las brujas no dejarían su mayor tesoro tan desprotegido. No sé cómo no se me había ocurrido antes. La muerte del gnomo, que aun yacía en mis manos, había sido en vano. Me sentía la peor persona del mundo. ¿Cómo podía haber hecho eso? No tenía fuerzas para andar. Mis manos no dejaban de temblar. Pasaría la noche rodeando al pequeño gnomo entre mis brazos y llorando.

Acababa de amanecer. Mis faldas estaban húmedas. Pero esa noche no había llovido. Estaban teñidas de rojo. De sangre. En mis piernas solo había pequeños rasguños y el mordisco del gnomo. ¿De dónde había salido esta sangre? El pálido y pequeño cadáver todavía estaba en mis manos. La sangre era mía. Era mi castigo por haber matado a un inocente. El gran árbol estaba haciendo justicia. Por mi culpa unos niños se habían quedado sin su padre. Una esposa ahora velaría a su marido. Debía pagar por todo el dolor que había causado. Merecía morir.


Las Seis ReliquiasWhere stories live. Discover now