Capítulo 10

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SIMON

Había calculado cuanto tiempo tardaría desde la aldea de las brujas hasta el Lago del Silencio si iba caminando. Siete días. Cinco, tal vez, si iba rápido y no tenía ningún problema. Incluso podría reducir la cifra si conseguía un caballo, algo muy poco probable.

La primera noche no había conseguido llegar a ningún pueblo antes de que la oscuridad me devorase, así que opté por ocultarme en la copa de un árbol caído. La noche no se me antojó placentera. Llovió y las hojas no me protegían del agua. Además el suelo estaba inclinado y me daba dolor de espalda. El frío y el agua traspasaron mis ropas, mi piel, y mis músculos, hasta calar mis huesos. Al menos la copa del árbol no permitía que el aire me molestase.

El día siguiente me lo pasé caminando y pensando en el sueño que había tenido. Había soñado con Edith. La perseguía, o al menos perseguía una capa azul en la que ella iba envuelta supuestamente, y me hacía con su daga. Pronto aquello se cumpliría.

Notaba las consecuencias de las penurias de la noche. Tenía la garganta dolorida, la voz ronca, y al carraspear sentía como si algo con garras intentase abrirse paso a través de mi garganta. Me sentía envuelto en un sudor frío, (aunque no sabía si era eso o bien que la ropa estaba demasiado mojada), a pesar de que creía tener calor y me poseía un cansancio repentino. Aquel día, antes de la puesta de sol, me alojé en una posada. No quería sufrir otro día a la intemperie y empeorar mi estado de salud. Era una mierda aceptarlo, pero no me encontraba bien. Solo esperaba que no notase los síntomas de fiebre y poder continuar mi travesía al día siguiente.

Y así fue. Tan rápido como empeoré, me recuperé. El tercer día no llovió. Hasta unos escasos rayos de sol se atrevieron a traspasar las nubes y tocar al mundo de la lluvia. Increíble. Aquella noche pasé por una aldea de pocos habitantes. Me daba cuenta de que cuanto más al sur me dirigía, menos gente había en los poblados. Llevaba mi indumentaria negra, así que al pasar, la gente se paraba asombrada y susurraba en las esquinas sobre mí. Sabían lo que era.

Antes de refugiarme en cualquier sitio, un hombre de edad avanzada, pelo largo y cano, y bastante delgado, me atrajo la atención con la mano. Dudé. ¿Qué iba a querer aquel hombre de mí? Pero finalmente, me acerqué a la puerta de la casa en la que se encontraba. El hombre me hizo pasar. No confiaba en él, así que rodeaba con fuerza la empuñadura de una de mis espadas.

— Pase, pase... —me instó el hombre con ímpetu pero con la voz entrecortada a causa del pavor. — Hacia la derecha. Cuidado con el escalón.

Los pasillos de la casa eran estrechos y el techo bajo. Tenía que encogerme para no dar con la cabeza en él. Al final de este, había una pequeña habitación en la que esperaban dos hombres. Cerré mi mano más fuerte contra el arma. Uno de los hombres, rechoncho, de nariz ancha, cejas pobladas pero completamente calvo, se encontraba cogiendo aire a bocanadas. Fatigado, apoyaba su encorvada espalda en la pared. Fácil de matar. El otro no pasaría de los treinta años. Tenía el pelo y los ojos oscuros, sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, mirándome inexpresivo.

El hombre de pelo cano se abrió paso entre mi cuerpo y la pared y ayudó a al hombre fatigado, ofreciéndole la bota de vino que llevaba colgada de su cintura.

— Hemos oído hablar de ti, Cazador de Hombres. Eres conocido por todo el reino, y quizá más allá. Gurt ha venido corriendo nada más enterarse de la noticia de tu presencia en nuestra pequeña aldea hasta nosotros. —dijo el hombre más joven quien me miraba con la misma expresión, mientras levantaba el mentón para señalar hacia el tal Gurt.

— ¿Podría aceptar un trabajo? Solo uno. Pagaremos lo que sea... —añadió esta vez el hombre que me había hecho pasar a la casa.

¿Un trabajo? ¿En medio de una misión mucho más importante?

Las Seis ReliquiasWhere stories live. Discover now