Capítulo 85

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Silvia decidió irse a su camerino, iba caminando todavía sobándose un poco el cuello por el dolor; cuando entró, Jorge estaba recargado en el tocador.

- Mi amor... - dijo ella emocionada, acercándose.
- Pablo me dijo que te ves muy sexy bailando.
- ¿Y?
- "¿Y?" ¿No viste cómo se te quedaba viendo en el set?
- A ver, tranquilo, es sólo actuación, no te pongas así.
- Es que no puedo evitarlo.
- Jorge Salinas, ¿estás celoso... otra vez?
- Sí, sí estoy celoso. - él notó que la expresión de ella cambiaba; no quería arruinar todo por tonterías, tenía que aprender a controlarse. - Pero... Prometo que no va a volver a pasar lo de siempre, esta vez no. Voy a inhalar, exhalar, y controlar mis celos. - dijo él, antes de cerrar los ojos y ponerse a respirar profundamente. Después de tres respiraciones, sintió que ella se acercaba a abrazarlo.
- Suficiente. Para mí es suficiente con eso, con que estés intentando cambiar, controlar tus arranques de celos, porque eso me demuestra que cada vez tienes más confianza en mí, y sobre todo en nuestro amor. - ella lo abrazó con fuerza, pero de inmediato se separó, quejándose. - Ay, ay, ay... - ella volvió a poner una de sus manos sobre su cuello.
- ¿Estás bien?
- Me dolió por intentar hacer fuerza.
- Me dijo Pablo que te había dado un calambre.
- Sí, mientras hacía la escena.
- Y... - él tomó la mano de ella y la quitó de su cuello; acercó su boca al cuello de ella, y susurró, haciéndola estremecerse. - ¿De casualidad el dolor no se te quitará con besos?

Jorge le dio un beso suave en el cuello, justo donde momentos antes ella había tenido su mano, y colocó sus manos en la cinturita desnuda de ella, pues Silvia todavía no se quitaba el vestuario que había utilizado para la escena de pole. Silvia rio, y abrazó a Jorge por el torso, mientras él comenzaba a darle pequeños besos por el cuello. Al principio eran besos tiernos y juguetones, pero poco a poco fueron aumentando de intensidad, volviéndose más apasionados. Después, Jorge dejó de besarla, y comenzó a hacer suaves caricias con sus labios y lengua sobre la piel de ella. Ya no eran besos, simplemente recorría la piel de ella una y otra vez con su boca, soltando cálidas respiraciones que provocaron que a Silvia le bajara un suave cosquilleo desde la nuca hasta el abdomen.

- No, mi amor, en el cuello no...
- ¿Por qué no?
- Porque me excitas... - susurró ella y cerró los ojos; sintió que Jorge se detenía.
- Qué explícita. - ella rio.
- Es en serio. Y ahorita estamos en horas de trabajo. - Jorge se separó de su cuello, pero no la soltó de la cintura.
- Tienes razón... Disculpa, intentaré controlarme... - se miraron y ambos sonrieron. - Oye... ¿Te parece si nos vemos al rato en mi casa?
- ¿Para qué?
- Para... Para cenar, platicar, tal vez ver películas, jugar algo, no sé...
- Está bien, sí, claro que sí. Sólo que... llego un poquito tarde, porque me toca ir con Pablo a locación.
- Bueno, no importa, para mí está perfecto. Te veo al rato.
- Sí, guapo.

Jorge salió del camerino. Silvia se quedó para cambiarse y arreglarse para ir a locación a grabar la escena del restaurante con Pablo. Cuando terminaron, ella pasó rápido a buscar sus cosas al foro, para irse después con Jorge. Eran casi las nueve de la noche cuando llegó al edificio y estacionó su carro.

El vigilante la dejó subir hasta el piso de Jorge, y ella tocó a la puerta; Jorge abrió al poco tiempo.

- Hola.
- Hola, hermosa. - él la jaló hacia el interior del departamento y le dio un beso corto a modo de saludo.
- Ya estoy aquí, para que platiquemos, y para no sé qué tanto que dijiste hace rato. - dijo ella, sonriente.
- Cenar. Dije que quería que cenáramos algo pero, siendo sincero, no tengo nada preparado.
- O sea, tuviste toda la tarde, y no pudiste hacer nada. - dijo ella, como si estuviera regañándolo, pero ambos sabían que era broma.
- Discúlpame, hermosa, es que me quedé tanto tiempo pensando en ti, que ya no me dio tiempo de nada.
- Muy mal, señor Salinas... - ambos rieron.
- Qué bonita sonrisa tienes, qué bonitos ojos, qué bonitos labios... - dijo él, haciendo que ella se sonrojara. Jorge se quedó mirándola en silencio unos segundos, contemplando su belleza. - Por cierto... Mientras estaba intentando pensar en qué hacer de cenar, me acordé de tu calambre de hoy. Y decidí consentirte.
- ¿Consentirme?
- Sí. Supongo que te quedó adolorido el cuello...
- Sí, casi siempre los calambres dejan dolores musculares.
- Bueno, pues... Pensé que... Yo te puedo dar un masaje. Si quieres. Para tratar de aliviar un poco ese dolor.
- ¿Tú? ¿Darme un masaje?
- Sí. ¿No quieres? O sea, tampoco soy un experto, pero el chiste es consentir un rato a mi mujercita preciosa...
- Mmm... Déjame pensarlo... - él se acercó, y le dio un beso en los labios.
- Anda, yo sé que quieres.
- Está bien.
- Entonces vamos, dejé las cosas en la recámara.
- Ok.

Detrás de cámaras y telonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora