Capitulo 8

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—¿Pero esto qué es? —los dos nos volvemos rápidamente al oír la voz de Manuel—. ¿Qué es este destrozo? —pone las manos sobre su cabeza y camina de un lado a otro—. ¡Hay que llamar a la policía! —saca su móvil del bolsillo.

—Quieto, Manuel —le dice César mientras se acerca hasta él—. Guarda el móvil, he sido yo. Las clases de kick boxing están dando resultado —veo cómo le guiña un ojo.

Manuel le mira atónito. No entiende nada, pero sabe que tampoco debe preguntar. Es muy discreto cuando quiere. Entre los dos se percibe complicidad. Se acerca a César y tranquilamente le dice:

—Luego hablamos, ahora voy a encargarme de todo esto —y sin más, se marcha.

Nos quedamos solos y un silencio incómodo se instala entre nosotros. Ninguno de los dos se atreve a mirar al otro. ¿Qué es lo que ha estado a punto de pasar?

—Coge tus cosas, creo que hoy tendrás que dormir en otra habitación —me dice mientras se rasca la cabeza, pensativo.

—Eso parece —sin más, reacciono y comienzo a recoger la poca ropa que tengo.

Desenchufo el cargador del móvil y lo guardo en mi bolso. Recojo el teléfono de la cama. Aún tiene el último mensaje de Mario abierto. Me quedo mirando la pantalla. Miro a César y otra vez a la pantalla. «¿Debería decírselo?», me pregunto. Y como si supiera en qué estoy pensando se acerca hasta mí.

—¿Todo bien, Natalia? ¿Qué es lo que ha desencadenado ese ataque de pánico en el que estabas atrapada cuando he llegado? —sin pensarlo demasiado, le muestro el mensaje—. Hay tres más así —le digo.

Me quita el teléfono de la mano y comienza a examinarlos uno a uno. Sin mediar palabra me lo devuelve. Sus cejas están fruncidas y su mandíbula, tensa, y algo me dice que bastante cabreado.

—Ven conmigo, vamos a buscarte otro lugar para pasar la noche —me quita el bolso y las ropas de la mano—. Mañana podrás regresar de nuevo. Imagino que ya habrán reparado la puerta.

Salimos de la habitación y descubro por qué sonaron cristales rotos. Camino casi de puntillas para no pisarlos. Mientras, él me da la explicación.

—Fui a ver a un amigo mientras dormías. Cuando regresé Manuel cargaba con esa bandeja —la señala, está boca abajo en el suelo—. Me dijo que era para ti y que Laura se acababa de marchar, así que como subía para casa me ofrecí a traértelo yo mismo. Todo esto que hay por aquí era tu cena —dice mientras señala trozos de galletas y leche derramada.

—Lo siento —le digo apenada.

—Tranquila. Yo pienso tomar lo mismo esta noche. Si te apetece, puedes acompañarme a casa, tengo galletas y bizcochos de sobra —me dice con una sonrisa.

—Yo, eh... No quiero molestar —imaginarme en su casa me pone nerviosa.

—Si pensara que fueras a molestar no te lo pediría. ¿No crees? —sus preciosos ojos azules bailotean clavados en mí mientras espera que conteste. Es malditamente guapo y mil sensaciones recorren mi cuerpo.

—Eh... Sí, bueno, está bien. Vayamos —caminamos hasta el ascensor.

Las puertas se cierran y un borroso recuerdo intenta llegar a mi mente. Esta tarde, ¿estuvimos muy cerca el uno del otro aquí? Algo parecido a lo que minutos antes casi sucedió en la habitación. Solo que estaba tan jodidamente borracha que no logro distinguir si ha sido real o lo he soñado. Todos mis recuerdos se esfuman en cuanto la puerta se abre. Lo primero que veo es un maravilloso y amplio pasillo con suelos de parqué, zócalos de madera y varias macetas con verdes y frescas plantas de interior.

—Bienvenida a mi humilde morada —me guiña un ojo.

—Vaya... Es de todo menos humilde —le digo riendo.

Abre unas grandes puertas de madera con cristales labrados y entramos al salón. Es muy amplio, tiene tres enormes sofás en piel blanca. En ellos bien pueden caber de cinco a seis personas en cada uno. Hay una mesa de madera maciza a la derecha que debe de medir unos tres metros y medio y está preparada para veinticuatro comensales, ya que cuenta con veinticuatro sillas. Al frente se encuentra una barra, hecha de ladrillos de era, que separa el salón de la cocina, y junto a ella ocho taburetes colocados en línea. La cocina llega de pared a pared. Es de roble y muy rústica. La encimera es de mármol.

Toma mi brazo sano para llevarme hasta la cocina y una corriente se apodera de mi cuerpo. Últimamente, cada vez que me toca, la sensación es mayor. Casi al punto de paralizarme. Intento hacer caso omiso, pero no puedo evitar disfrutar de ello. «¿Pero por qué siento esto?».

—¿Frío o caliente?

—¿Perdona? —estoy tan perdida en mí misma que no sé de qué me habla.

—¿Cómo te gusta tomar el batido? —me dice sonriendo—. ¿Frío o caliente?

—Fresquito, que tengo sed —le digo devolviéndole la sonrisa.

Miro embobada cómo se desenvuelve, sabe perfectamente dónde esta guardada cada cosa. Abre puertas, cierra puertas. Abre cajones, cierra cajones. Saca utensilios que va poniendo en la encimera y lo prepara todo con soltura. Finalmente lo tiene todo listo.

—Toma —me ofrece uno de los tazones.

Al estirar la mano para cogerlo nuestros dedos se rozan y vuelve la corriente, esta vez más intensa. Nos quedamos durante unos segundos así, ninguno aparta su mano del otro. Juraría que él también ha sentido esa extraña electricidad, por la forma en la que me está mirando. Sus ojos están clavados en los míos. Me pierdo en esos mares azules. Son tan atrayentes. Vuelvo al planeta Tierra poco a poco y noto cómo mis mejillas comienzan a ponerse rojas. Estoy totalmente ruborizada. Muerdo mi labio inferior y bajo la mirada por la vergüenza.

Antes de que pueda darme cuenta, su mano está en mi barbilla. Siento el calor que desprenden las yemas de sus dedos. Son suaves y fuertes. Mi corazón se acelera con su toque. Lentamente tira de mi mentón hacia arriba para que lo mire de nuevo. Ahí están otra vez esos profundos pozos azulados clavados en mí. Se acerca muy lentamente. Su mirada recorre mis facciones y se detiene en mis labios.

—Natalia —mi nombre sale de su boca en forma de susurro.

Su cálido y fresco aliento envuelve mi rostro. Cierra los ojos con fuerza y oigo cómo traga saliva. Pega su frente a la mía. No puedo pensar en nada, no soy capaz de razonar, y tampoco quiero. Está luchando interiormente. Lo noto.


Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now