Capitulo 29

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Mi corazón se acelera y lo siento latir por todo mi cuerpo. El mal presentimiento se instala de nuevo en mi mente. Mi padre está encorvado. Tiene una mano en su muslo izquierdo y la otra sobre su pecho. César está inclinado con él. Le habla, levanta la cabeza, mira a su alrededor como buscando una salida y vuelve a inclinarse con él. He cruzado la meta sin darme cuenta, lo único que busco ahora es la manera de salir del circuito.

Veo ahora cómo mi padre clava una de sus rodillas en el suelo y César trata de sostenerlo. Vuelve a mirar preocupado en busca de una salida. Sé que no la encuentra por su expresión. Por un segundo mira ahora en mi dirección. Busca saber si puedo ver lo que ocurre. Le preocupa que me distraiga. Algo muy malo está pasando, mi corazón sube a mi garganta y me falta el aire.

Mi padre se desvanece. César lo sujeta y trata de colocarlo lentamente sobre la tierra para que no se golpee. Mis ojos se llenan de lágrimas, no pienso lo que hago, solo quiero llegar hasta ellos. Giro rápidamente el volante y atravieso el campo que nos separa del público. Mi coche bota con violencia, es una zona sin habilitar y hay zanjas. Cuando ya no puedo acercarme más salgo de él y corro. La gente comienza a rodearles asustada, impidiéndome ver lo que pasa.

—¡Papá! ¡Papá! —grito y lloro a la vez.

Mis hermanos no se han dado cuenta todavía. Están festejando mi triunfo, saltando y gritando con un grupo de amigos que también está allí. Javier se vuelve en ese momento y me mira extrañado. Da un codazo a David para que él también me vea. Les hago señales en dirección a César y mi padre, y un segundo después corren como locos, igual que yo.

Hay una barrera de gente que me impide llegar. Empujo como puedo, doy golpes, chillo, voceo, pataleo. Todo con tal de abrirme paso. Cuando por fin consigo verles de nuevo, me quedo paralizada. César está de rodillas y mi padre inerte frente a él. Comprime repetidamente su pecho, insufla aire en sus pulmones y, como puede, da indicaciones a mis hermanos. Han conseguido llegar antes que yo.

Javier habla nervioso con alguien por teléfono, está informándole con lo que César le dice. David está en pleno ataque de histeria y Laura se está haciendo cargo de él. La gente murmura. Oigo cosas horribles a las que no quiero prestar atención.

—¡Apártense! ¡Abran paso! —César grita en ese momento, y todos se callan.

Se apartan, como ha pedido, y oigo a lo lejos el sonido de la ambulancia que, por seguridad, tenemos contratada. Reacciono e intento correr hacia ellos, pero unas manos conocidas me sujetan. Me giro.

—¡Alex! ¡Déjame! —doy tirones—. ¡Déjame ir! —lloro intentando que me suelte.

—¡Cálmate, Natalia! Le están atendiendo —es lo único que dice. En su tono también hay preocupación.

Miro de nuevo en su dirección. César sigue presionando el pecho de mi padre, comprueba su pulso, vuelve a insuflarle aire. Repite continuamente todos los pasos.

—¡Papááá! —grito. Ya no tengo fuerzas y me dejo caer al suelo. Lloro desconsoladamente.

La presión está pudiendo conmigo, y tengo la sensación de que me voy a desmayar en cualquier momento. Alex trata de calmarme, pero la impotencia que siento es más fuerte. Por fin llega hasta nosotros la ambulancia. Sacan una camilla y entre César y otros dos técnicos le colocan rápidamente sobre ella. César no para de maniobrar en el pecho de mi padre en ningún momento. Está visiblemente agotado. Gotas de sudor corren por su frente, y su respiración es rápida.

—¡Papá! —vuelvo a gritar cuando de nuevo pasan por nuestro lado para subir a la ambulancia—. ¡Papá, aguanta! —César se gira por una décima de segundo hacia mí y veo preocupación en su mirada.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now