Capitulo 19

484K 33.3K 2K
                                    

Voy con César en mi coche, conduzco por una larga y recta carretera. Acelero más de lo que debo para mostrarle lo rápido que es mi Renault nuevo, cuando a lo lejos vemos la señal de una curva. Piso el freno para ir perdiendo velocidad y tomarla sin problema, pero el coche no responde.

—¡No puedo frenar! —le digo a César asustada, pero él solo mira al frente. Está como ausente.

Continúo tratando de meter el pie en el freno y casi lo puedo sacar por el otro lado, pero el coche sigue sin obedecer. La curva cada vez está más cerca y vamos a salirnos de la calzada. Aterrada, sigo pataleando el pedal... y todo está dicho. El coche vuela por un terraplén y damos varias vueltas de campana.

Tierra, piedras, ramas... veo entrar de todo a través de las ventanillas. Intento cubrir-me la cara con mis brazos, pero la fuerza de la inercia lo impide. Mis brazos pesan tanto que no los puedo levantar.

Por fin paramos, miro a mi alrededor y hay sangre por todas partes. César está inmóvil a mi lado, tiene la cabeza caída, y las heridas que descubro en él son incompatibles con la vida. Está muerto. Grito y grito de impotencia, y vuelvo a gritar. Lloro y siento que voy a perder el conocimiento, mi cuerpo duele.

Alguien se acerca. Intento salir, pero no puedo usar los brazos, creo que me los he roto. La silueta de una persona cada vez está más cerca, pero apenas puedo distinguirla debido al polvo y el humo que aún hay en el ambiente. Cuando por fin su rostro está pegado casi a mi rota ventanilla veo quién es.

—¡Mario! —él ríe a carcajadas cuando nos ve.

—Vaya, veo que tu amiguito no ha podido superarlo —dice sin parar de reír.

Abre la puerta de mi lado sin esfuerzo, prácticamente la arranca. Está destrozada por el impacto. Me agarra por el pelo y me saca a rastras. Caigo al suelo y no puedo levantarme, mis piernas tampoco están bien. Grito pidiendo ayuda, pero no hay nadie. Está disfrutando con todo esto, lo veo en su cara.

—Es tu turno, muñeca —me dice y saca una pistola de su sudadera verde.

Pone el frío acero sobre mi sien. Intento escapar, pero es inútil. Unas firmes manos sujetan mis hombros y me zarandean. La cara de Mario se deforma y comienza a mezclarse con el humo. Las manos siguen moviéndome y Mario termina desapareciendo.

—Natalia —es la voz de César, está vivo, le oigo—. Natalia, despierta —siento mis brazos y piernas volver a la vida—. Estás teniendo una pesadilla.

Abro los ojos rápidamente y me incorporo.

—¡Dios mío! —pongo las manos sobre mi pecho.

Miro todo a mí alrededor. La cara de César es todo preocupación. Estoy sudando y muy acelerada, pero me alegra ver que él está bien. Trato de entrar oxígeno en mi cuerpo ansiosamente, y esto provoca que sienta un ligero mareo. César va hasta la cocina y llena un vaso de agua. Me lo ofrece y doy pequeños sorbos, temo atragantarme en mi estado.

—¿Mejor? —me pregunta.

—Sí... ha sido horrible —le digo.

—No le des vueltas, ya sabes hasta dónde llega un mal sueño —tiene razón, trato de pensar en otra cosa. Pero la pesadilla se resiste a irse.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto mirando su mano.

—Bien, la verdad. Solo tengo un poco de dolor en la cabeza. Aunque lo que más me duele es el trabajo que veo que te he dado —levanta la mano vendada y mueve los dedos—. Lo siento —tuerce la boca y mira pensativo al vacío.

—No te preocupes —le digo—. Me alegro de haber llegado antes de que prendieras fuego al edificio —le sonrío y él me devuelve la sonrisa.

—¿Qué hora es? —le pregunto.

—Son cerca de las diez de la noche.

—¿¡Las diez!? —grito—. ¡Mierda! He dormido durante horas. Le dije a mi familia que regresaría hoy a casa —me pongo en pie y recojo rápidamente mis cosas—. ¡Deben estar preocupados!

Saco el móvil de mi bolso y lo reviso por si tengo llamadas. Parece que de momento no se han preocupado demasiado. Marco el número de casa de mis padres.

—¿Sí? —es la voz de mi madre.

—Mamá, soy yo. Me voy a retrasar un poco más, me han surgido otros asuntos. No os preocupéis.

—Vale, hija, ya estábamos pensando en llamarte nosotros. Se nos hacía que tardabas. Ten cuidado, es de noche y me da miedo la carretera.

—Lo tendré, mamá —siempre tan preocupada—. Nos vemos luego.

—Hasta luego, cariño —colgamos y resoplo aliviando mi tensión.

Busco a César con la mirada, y cuando le encuentro está sonriéndome tiernamente.

—Entre unos y otros vamos a acabar contigo —me dice con una sonrisa ladeada.

—No le pongas tono de broma —finjo que le riño—. Es la verdad. Os habéis propuesto terminar con mis nervios —le miro de reojo con los brazos cruzados y sigue sonriendo.

—¿Vas ahora al pueblo de tus padres? —me pregunta.

—Sí, es donde he pasado la última semana. Hasta allí no creo que vaya Mario. Aunque ya me espero de él cualquier cosa —por un segundo imagino qué pasaría si se le ocurre ir.

—¿Está muy lejos? Sé dónde está Toledo, pero ese pueblo en concreto no.

—A unos 180 kilómetros de aquí —le digo.

—¿Por qué no duermes en tu antigua habitación hoy y sales mañana temprano? Es un camino largo, y siempre será mejor hacerlo con luz natural.

—Te lo agradezco mucho, pero me voy ya, antes de que sea más tarde —veo que no le gusta mi respuesta, por la forma como junta las cejas. Se queda pensativo unos instantes.

—¿Es bonito aquel lugar? —me pregunta, con un extraño brillo en sus ojos.

—Sí, la verdad que es precioso. Todo el que lo visita se enamora y repite.

—Entonces iré contigo —me suelta, y se queda tan ancho.

—¿Cómo? No. Me niego —le oigo reír

—No tengo nada que hacer por unos días, recuerda que ahora yo también estoy de baja médica —señala sus lesiones—. Solo tengo que reservar una habitación por allí y ya está —le miro durante unos segundos más de lo necesario antes de contestarle.

—Definitivamente, no. ¿Qué les diré a mis padres cuando me vean contigo? ¿Y los vecinos? Todos nos conocemos.

—¿Acaso no puedes enseñarle el pueblo a un amigo? —sube y baja los hombros.

—Oh... ¡Qué irritable eres! —le digo—. No pararás hasta que lo consigas, ¿verdad?

—No —dice rotundo con una ancha sonrisa en su rostro.

—Está bien. Date prisa en recoger lo que necesites, que ya tendría que estar de camino.

—¡Vale! —va diciendo mientras corre a la habitación—. Reservaré algún hotel por el camino.

Media hora más tarde ya tenemos los cinturones abrochados y salimos del aparcamiento. Se sorprende al ver mi coche. No recuerda que le llevé en él al hospital, hace tan solo unas horas. Las esperanzas de que recuerde nuestro beso se esfuman en ese mismo instante...

Le cuento toda la odisea vivida. Desde la manera en laque lo encontré hasta el momento en el que lo acosté después de visitar aldoctor. Por supuesto, omito lo que pasó entre nosotros...


Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now