Capitulo 23

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—César... —le digo susurrando cuando se aparta de mí. No quiero que pare.

—Chssss —me dice—. Estás temblando de frío, y no voy a permitir que enfermes. Hay que irse.

Se pone en pie y me ofrece su mano. La tomo y me ayuda a levantarme. Tiene razón. El aire se ha vuelto más fresco, y no me había dado cuenta. Estoy helada. Al moverme, mis dientes castañetean. Decidimos que es el momento de volver a casa.

César recoge la manta, sacude la tierra y la pone sobre mis hombros. Tengo tanto frío que no quiero deshacerme de ella, por lo que le doy las llaves para que conduzca él. Toma el mando y bajamos al pueblo. Vemos varias estrellas fugaces más por el camino, pero estamos tan absortos en nuestros pensamientos que preferimos no decir nada. Solo observamos.

Paso la lengua por mis labios todavía hinchados. Aún siento su sabor. Mi mente comienza a dar vueltas, pensando en lo que ha pasado allí arriba. Estoy algo confundida. No sé hasta qué punto esto ha significado algo para él. La primera vez, cuando nos besamos en su coche, admitió que solo había sido un impulso, que no había significado nada...

Quizás solo sea eso, algo pasajero, algo de una noche, de un rato, o quizás de una semana. Este tipo de relaciones nunca me ha gustado. No puedo evitar pensar en que quizás quiera tener conmigo lo que tenía con Erika. Tengo miedo de que llegue mañana y descubrir que solo se trata de eso.

—¿Se pasa el frío? —dice mientras manipula la calefacción y apunta hacia mí los chorros de aire caliente.

—Sí. Ya me está pesando la manta —me la quito y sin doblarla la tiro sobre los asientos traseros.

Pone su enorme mano derecha sobre las mías. Es tan grande que prácticamente cubre mis manos por completo. Siento su agradable calor y la ya tan familiar corriente eléctrica.

—Aún tienes las manos heladas —dice mirándome a los ojos.

—No te preocupes —le quito importancia—. Casi siempre las tengo así, haga el tiempo que haga —las acerco más a la calefacción.

Llegamos a casa de mis padres, y como hemos acordado me deja allí y se lleva mi coche al hotel. Se niega a que tenga que volver sola siendo tan tarde. No quiero despertar a nadie, por lo que abro la puerta lentamente para no hacer ruido. Cuando camino por el pasillo algo llama mi atención en uno de los sofás del salón. Hay alguien sentado, con las luces apagadas. Sin pensarlo demasiado doy la luz del pasillo y veo de quién se trata.

—¿Ocurre algo, papá? —le digo preocupada.

—No, hija, tranquila. Es solo que no me puedo dormir y no quiero despertar a tu madre.

No me inspira confianza su respuesta, sé que algo le pasa y no me quiere preocupar. Doy ahora la luz del salón para poder verle mejor. Descubro que está algo pálido y sudoroso.

—¿Seguro que estás bien? —digo mirándole fijamente.

—Sí, sí. En cuanto me tome un vasito de agua me voy a la cama —intenta ponerse en pie, pero las piernas le fallan y tiene que volver a sentarse rápidamente para no caer.

—¿Papá? —corro hacia él y mis alarmas se disparan. Seguro que esto tiene que ver con su arritmia.

—Tanta cena debe haberme sentado mal... —dice tratando de sonreír para quitarle hierro al asunto.

—Voy un segundo al baño —le digo. Pero es una excusa para que no vea lo que voy a hacer. Sé que además de alterarse se negaría en rotundo. Saco mi teléfono del bolso y marco el 112.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora