Capitulo 9

578K 33.7K 7.2K
                                    


Se aparta con la misma lentitud con la que se acercó antes. Suelta mi barbilla y niega ligeramente con la cabeza. Estoy segura de que hay una lucha interna contra él mismo dentro de su cerebro. Su mirada termina de confírmamelo. Confusión, veo en ella.

Me quita el tazón de la mano y recoge el suyo de la encimera con la que tiene libre, camina con ellos hasta uno de los sofás y los coloca sobre un par de manteles individuales que hay en una pequeña mesa rectangular. Contemplo con detalle todos sus movimientos. Son ágiles y seguros. Todos sus músculos bailan en una coreografía perfecta cada vez que se mueve. Es hipnótico.

Se gira para indicarme que ya está todo preparado y me descubre observándolo con detenimiento. Levanta una ceja y sonríe pícaramente. El rubor vuelve a mis mejillas, y sin mirarle a los ojos me acerco hasta donde me está señalando con la mano. Tomo asiento. César se sienta a mi lado. Me ofrece una servilleta de papel. La tomo y la pongo sobre mis rodillas.
Me saca los dulces de las bolsitas individuales, ya que con una mano no puedo abrirlos sola. Dos bizcochos y una porción de tarta de manzana. Protesto por la gran cantidad que me prepara para cenar, pero hace caso omiso.

—¡A por ello! —da el pistoletazo de salida entre risas y nos acomodamos para empezar.

Aunque en un principio parecía mucha cantidad devoramos todas las existencias. Con la barriga a punto de explotar, y con un empacho propio de haber tomado una gran cantidad de azúcar, nos apoyamos en el respaldo de ese inmenso y cómodo sofá, en el que parece que estamos casi tumbados. Coge el mando de la pantalla de cuarenta y dos pulgadas y pasa varias veces de canal. Los canales no parecen tener fin...

Finalmente se decide por una película que está empezando. Nos acomodamos más aún si cabe. No sé muy bien cuál es el argumento, el sueño se está apoderando de mí y no puedo hacer nada para evitarlo. Por más que me esfuerzo, mis parpados caen y caen, una y otra vez...

Dos veces soy consciente de haber abierto los ojos durante unas décimas de segundo. En la primera estaba totalmente apoyada en su hombro. Me quise incorporar para no incomodarlo, pero pasó su brazo por encima de mis hombros, dándome así una mayor comodidad al quedar mi cabeza en su pectoral. Duro, moldeado y fuerte. La protección que sentí al instante me hizo dormir profundamente. La segunda, cuando algo suave, calentito y esponjoso cayó a lo largo de todo mi cuerpo.

Un rico olor a café recién hecho es mi despertador. Descubro una mantita suave, calentita y esponjosa. Sonrío mentalmente y asocio. Estoy en el sofá, donde anoche me quedé dormida. Me estiro y un ruido placentero sale de mi garganta al mismo tiempo. He dormido de maravilla. Me levanto y busco por toda la estancia su silueta. No veo a César, pero, en cambio, diviso un papel con letras en negro pegado a la cafetera. Por la distancia, no puedo leer qué pone, por lo que decido caminar hasta él.

Buenos días, Natalia, espero que hayas dormido bien. Aquí tienes un café recién hecho y unos pasteles que ha subido Manuel. Volveré esta noche. Tengo que trabajar. Estás en tu casa, sírvete de lo que necesites.

Abrazo la nota, la dejo pegada a mi pecho y sonrío como una quinceañera. Es lo más bonito y amable que han hecho por mí en mucho tiempo. Busco entre los muebles hasta dar con los vasos y las cucharillas. Me sirvo un café. Está delicioso, tomo uno de los pastelitos. Aún están mejor que el café. Habiéndome comido tres anoche, todavía son bien recibidos los dulces en mi cuerpo. Es de nata y chocolate. Termino y lo recojo todo. Lavo el vaso y la cuchara, coloco el azúcar en su sitio, doblo la mantita y, viendo que no hay más que hacer, me siento en el sofá y miro al vacío. «Qué aburrimiento», me digo.

Decido darme una ducha. «Espero que no le importe», pienso. Cojo mi bolsa, salgo del salón y entre todas las puertas que encuentro busco el baño. Me decido por la primera que veo, y acierto. Es muy amplio, tiene una gran bañera de hidromasaje y un espejo que llega desde el techo hasta el suelo. El lavabo es de piedra pulida y los azulejos están colocados a cartabón con unas cenefas impresionantes. Abro un mueble de madera de cerezo y está repleto de productos de higiene y toallas. Todo muy bien colocado.

Cambio de idea. Ya no quiero una ducha, quiero un buen baño. Cierro el tapón y comienzo a llenar la bañera. Mientras, preparo mi ropa. No tengo mucho donde elegir, por lo que decido que después de bañarme saldré de compras.

Le pongo al agua varios productos, entre ellos algunas sales y un gel que huele a él. La espuma ya está lista. Me desnudo y poco a poco me voy metiendo dentro. Mi cuerpo agradece ese contraste de temperatura. Noto que hoy mis lesiones están mucho mejor, apenas me duelen y mis músculos comienza a relajarse una vez dentro del agua. Pierdo la noción del tiempo, no sé si han sido horas o minutos el tiempo que he estado aquí dentro, pero decido salir ya, porque tengo todo el cuerpo arrugado como una pasa.

Me visto con mis ropas limpias. Son las mismas que traje de casa, solo que Manuel se encargó de lavarlas. Saco de mi bolso el maquillaje y trato de tapar la sobra morada que tengo en el mentón para que no se note. Cuando creo que se ha disimulado bastante, peino mi cabello y lo dejo suelto sobre mis hombros. No puedo hacer otra cosa.

Salgo de la casa y cierro. No tengo llave, por lo que imagino que luego alguien me abrirá. Subo al ascensor y pulso el botón para bajar. Al salir no hay nadie en el recibidor. Me dirijo a la calle y alguien me llama justo cuando tengo un pie en el primer escalón. Me vuelvo y es Manuel.

—Buenos días, Natalia. ¿Puedo ayudarla? —me pregunta viniendo muy deprisa hasta mí.

—Voy a comprar algunas cosas que me hacen falta —le digo con una sonrisa en mis labios.

—No sé si debería, no creo que César esté conforme... —el pobre hombre está algo confuso.

—No te preocupes, volveré pronto —le digo, y salgo por la puerta. Noto su mirada inquieta en mi espalda. «Qué raro...», me digo a mí misma.

El sol me calienta agradablemente mientras camino. Hay pocas tiendas por esta zona, por lo que decido coger un taxi. Al segundo intento consigo que uno pare.

—Buenos días. ¿A dónde? —le indico un centro comercial que suelo frecuentar.

El camino es ameno. Voy escuchando la música que el taxista lleva en el coche. No sé qué tema es, pero lo he escuchado ya un par de veces y lo tarareo mentalmente. Llegamos, pago y cruzo la calle hasta entrar al centro. Hay multitud de tiendas y miro todos los escaparates antes de decidirme por entrar a una. Veo un pantalón que me encanta: es de color negro, en la etiqueta pone licra y algodón. Paso a ver si tienen mi talla y una preciosa pelirroja me atiende.

—Tienes suerte, aquí tienes. Pruébatela, ya que dan menos talla —cojo la prenda y me dirijo al probador.

Me queda como un guante. No puedo abrocharme el botón por mi lesión, pero como puedo compruebo que abrochará. Últimamente estoy más delgada, apenas he comido estas semanas, gracias al infierno en el que he vivido. Pago mi compra y recojo la bolsa. Me dirijo a otra tienda en donde vi una camiseta que me encantó antes, y justo en ese instante alguien me sujeta fuertemente por el pelo.

Me giro con esfuerzo para ver quién es y todas mis alarmas se disparan.

—¡MARIO!


Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now