28- El Clan de la Luna

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*Narra Mery*

Camino entre los árboles en busca de algo que me habían encargado y que ya no recuerdo. ¿Era leña para el fuego? Con tantas voces en mi cabeza me es imposible concentrarme. Decido volver a la casa del árbol con las manos vacías.

—Silencio, silencio, ¡silencio! —digo en voz alta.

Me detengo al ver a un hombre vestido de negro. Sus ropas tapan su cuerpo y rostro, dejando únicamente a la vista unas huesudas manos de color carmesí. Tiene pinta de haber escapado del infierno.

—Necesito ayuda —dice él con voz gutural.

Reanudo mi paso. Que no me mire, ni siquiera ayudo a conocidos.

—Creo pócimas que podrían acabar con vidas y engendrar amor. Podemos hacer un pacto, yo te daré lo que quieres.

—¿Qué quieres a cambio? —me detengo—. ¿Cómo sabes que me interesa?

Contengo el aliento. Seguramente deba pagar un alto precio por ello. Sin embargo, ha dicho que necesita ayuda. Espero que sea razonable con las cuentas.

—A todos los humanos os interesa lo mismo —responde—. Lo que quiero a cambio es que mañana, con la luna en lo alto y las estrellas como únicos testigos, envenenes a los dos viejos magos, las tres jóvenes ignis y al chico prodigio.

Dejo escapar un suspiro de alivio. Son solo unos sacrificios humanos. Imagino que se tratan de los abuelos de Evelyn, sus dos amigas, ella misma y el crío mago.

—Acepto. Dalo por hecho.

Sigue hablando, pero dejo de escucharle por un momento, perdida en mi imaginación. ¿Cómo debería nombrar a nuestros hijos? Seguramente sean tan guapos e inteligentes como Arturo.

—Y no huelas por nada del mundo el líquido concentrado de esta botella. No morirás, pero te quedarás una semana en coma, y no tengo tanto tiempo. Además, cuando despiertes, tendrás dolores de cabeza, problemas de audición, visión borrosa, alucinaciones, cojera, tics en la cara, espasmos, flatulencia...

—¡Vale, vale! —interrumpo—. Dame el frasco. Tendré cuidado, lo he entendido.

—Si cumples con lo que te he pedido, tendrás la pócima del amor eterno. Si no cumples, me llevaré tu piel lobuna como alfombra.

—¿Mi piel? ¡Qué dices!

—El pacto está hecho —dice enseñándome un frasco rojo, y se esfuma con él.

Respiro hondo y miro el bote que tengo en la mano. El líquido morado parece contener purpurina, ¿realmente es veneno? Sea lo que sea, no tengo problemas en cumplir mi parte.


*Narra Elisabeth*

Aplico otra capa sanadora sobre mi piel, irritada por las piedras solares.

Me escondo en la sombra y deshago el hechizo de ilusión; mi disfraz de hombre ha funcionado a la perfección, a pesar de haber modificado únicamente mi voz y estatura.

He tenido que apoyarme en la nueva capa que he creado para esconder la mayoría de mi aspecto. La capa apesta al animal que lo usaba como piel hace unos momentos, pero no debo quejarme. He podido hechizarlo de manera que me proteja el sol y se materialice conmigo en cada una de mis transformaciones.

Suelto una risa nerviosa. La loba rubia hará el trabajo sucio por mí. Solo tengo que seguirlos hasta la aldea de los hombros; conseguiré muchos esclavos para la isla. Los años que he pasado estudiando el arte de la ilusión están dando sus frutos.

La chica del cabello de fuegoWhere stories live. Discover now