56- El Correccional

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*Narra Arturo*

Miro el color del cielo por la ventana. Amanecerá pronto.

Haeky tiene su propia luz; aunque sea de noche, los colores del cielo permanecen en ella, solo que con tonalidades más oscuras. Al no tener una luna decorando cielo, no volveré a toparme con la luna llena. Por tanto, no perderé el control, ni me transformaré.

Nos han confiscado los vehículos mágicos que llevábamos encima, los uniformes de la escuela de magos y el mapa. No sé cómo será El Correccional, pero no pintan ofrecer mucha libertad. Vane, Zed y yo estamos en la sala de espera.

Escucho las pisadas de Evelyn y me giro hacia la entrada. Tiene las mejillas coloradas y la nariz roja de llorar.

—¿Adónde fuiste? —le pregunta Vane.

—Me llevaron al despacho de la Consejera Diana. Hemos estado hablando sobre los dragones, Luna y Sol... Serán cuidados por otros de su especie.

—Estarán bien con los demás, no te preocupes —suena la voz de Marshall. El elfo atraviesa la entrada con gesto despreocupado.

—Príncipe Marshall, no debería estar aquí —aparece un guardia—. Los Hermanos Témpano le esperan fuera.

—Lo sé, vengo a despedirme —dice y se vuelve a girar hacia nosotros—. Suerte en El Correccional. Nos veremos antes de que podáis echarme de menos.

Encarno una ceja. El elfo se aleja sonriente y el guardia se queda con nosotros.

—A vosotros se os llevará a El Correccional.

Le seguimos al exterior. Suspendido en el aire, nos espera una enorme hoja voladora de color marrón. Subimos sin oponer resistencia y, en un suave arranque, atravesamos el cielo mañanero de Haeky. El guardia nos acompaña, pero no conduce; la hoja debe de tener la ruta programada.

Evelyn está desanimada, hasta su cabello pelirrojo parece haber perdido la calidez. Vane pone una mano en su hombro y, como si se tratara de una gota que colma el vaso, Evelyn rompe a llorar en silencio. Las palabras no la consolarán.

El trayecto es más largo de lo que esperaba, tengo la sensación de que estamos dando vueltas. Zed, que estaba apoyado en mí, se ha quedado dormido. Memorizo algún detalle de las tierras flotantes que nos vamos encontrando y compruebo que, efectivamente, damos vueltas. Estamos pasando por el mismo camino una y otra vez.

No creo que alguno de nosotros se esté tomando la molestia en memorizar el camino de vuelta, pues no tenemos adónde volver y todo nos es igual, pero entiendo que tomen esas medidas de seguridad. Aunque es una medida bastante estúpida; si alguien se propusiera memorizarlo, se daría cuenta de estas cosas. O al menos, yo me daría cuenta.

Finalmente, El Correccional se presenta ante nosotros como un pequeño castillo gótico. Bajamos en el borde de la tierra flotante y el guardia se marcha con rapidez, sin despedirse de nosotros.

Nos rodea un jardín con piedras del tamaño de Zed, incrustadas en el suelo de forma aleatoria.

Llega a nosotros una lejana canción con aliento infantil y alegre pero, como intento de ocultar el silencio sepulcral, suena espeluznante. Intercambio miradas con las chicas, extrañados. Más grande es mi sorpresa ver otra figura entre nosotros. Una sombra con forma humana nos sonríe mostrando todos sus dientes. Corre a ocultarse detrás de una roca.

Caminamos hacia la obvia entrada. Una niña bosteza sentada sobre uno de los escalones.

—Bienvenidos —se levanta entrecortada y rígidamente, como si sufriera espasmos en cada movimiento—. Os llevaré a la sala común.

Nos conduce por los pasillos de piedra gris, hasta llegar a una gran sala circular con las paredes cubiertas de puertas hasta el techo. Más que una pared con puertas, parece una pared construida de puertas. Me recuerda a la sala de libros de Kris; tal vez las construcciones en Haeky siguen el patrón de redondear los interiores y aprovechar al máximo las paredes, pues pueden hacer mucho más que sostener el techo.

—Estos son los dormitorios, muchos están vacíos. Elegid uno y guiñadle el ojo a la cerradura, vuestro guiño será la llave. No podéis tener más de un cuarto. Ah, el horario podéis consultarlo en el suelo de esta sala de estar, como podéis ver.

Miro el suelo. Tiene letras; parece una pantalla, como el mapa mágico.

—¿Por qué te mueves así? —pregunta Zed de pronto.

Ana gira la cabeza hacia él y Zed se esconde detrás de mí.

—Nos habríamos perdidos sin tu ayuda, gracias por ubicarnos —dice Evelyn, aligerando el ambiente.

—Era parte de mis tareas hoy; podéis llamarme Ana. El día ya ha empezado, será mejor que cumpláis con el horario. Los demás ya están jugando al escondite. Vosotros también tenéis que jugar. ¿Conocéis las reglas?

—Uno pilla y los demás se esconden, ¿verdad?

—No. Uno se esconde y los demás buscan. Si no lo encontramos antes de que anochezca, ocurre una desgracia.

—¿Y a quién que hay que encontrar?

—A Dios.


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La chica del cabello de fuegoWhere stories live. Discover now