44- La muerte

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*Narra Arturo*

Junto a la dragona, subimos al bloque de tierra. Tendemos al jinete en el suelo y Rolf lo examina. La dragona se echa en el suelo y respira pesadamente; sale humo de sus fosas nasales, como si fuera a escupir fuego en cualquier momento.

—Espero que las FAT no nos echen de menos —dice Cetus, trayendo agua del riachuelo para la dragona.

—¿FAT? —pregunta distraída Rolf.

—Ya sabes, Familias de Acogida Temporal.

—¿A quién le importa eso? Hay vidas en peligro aquí.

—Lo decía porque tal vez traigan problemas gordos...

—¡Tenemos dos problemas gordos aquí! —Rolf se acerca a nosotros y pone una mano sobre la dragona—. El jinete está inconsciente y la dragona tiene heridas de muer... Oh, no. Tenemos tres problemas. Quiero decir, cuatro problemas.

—¿Qué?

—Está embarazada. Tiene dos dragones en el vientre.

Cetus y yo intercambiamos miradas.

—No sé ayudar en partos de dragones —levanta las manos.

—Dudo que necesite nuestra ayuda para parir, Cetus —digo.

Rolf resopla y vuelve al jinete. Me acerco a ella y observo lo que hace. Ha abierto con sus dedos los párpados del hombre, descubriendo unos ojos de color gris.

—Tiene el mismo color de tus ojos, Arturo.

—Mis ojos son de color castaño.

—Las castañas no son grises.

—Te estoy diciendo que mis ojos no son grises, son de color castaño claro.

—¡Cetus! Ven, dile a Arturo de qué color son sus ojos.

Cetus se acerca, confuso.

—Son grises.

Convencido de que son daltónicos, me asomo al riachuelo. Me llevo un susto al verme. Tengo los ojos de un inquietante color metálico.

—Antes no tenía los ojos de este color... —digo muy sorprendido.

—¿No? Entonces tal vez seas víctima de un encantamiento —dice Cetus—. Algunos hechizos prohibidos tienen efectos secundarios si no son retirados después de un tiempo... ¡Puaj! El jinete apesta a magia prohibida.

—Me lo temía —Rolf suelta el ojo del jinete—. Seguramente tenga algo que ver con su estado actual.

Cetus se acerca a olisquearme la cara.

—¿Huelo a magia prohibida también?

—No. ¿Estás seguro de que no tienes los ojos grises de nacimiento? Si realmente has sido víctima de un hechizo prohibido, entonces el culpable se ha tomado las molestias de ocultar el olor.

—Nadie me ha lanzado ningún hechizo... Que yo sepa. Pero sé que tengo lagunas mentales.

—Tal vez haya sido Kris. A mi hermana mayor, cuando tenía mi edad, la tuvieron que adormilar con un hechizo para que accediera a Haeky, ya que se negaba dejar Atlántida. ¿Te resististe a venir?

—Me negué al principio, luego me dio igual.

—¡Ajá! Todo encaja. Te habrá liberado de lo que te ataba a tu mundo.

—Pero no puede haber sido Kris, él no necesita hechizos prohibidos para alterar recuerdos.

—En situaciones desesperadas se recurren medidas desesperadas. Su misión era traerte a Haeky.

—Justamente por querer hacer bien su trabajo no usaría hechizos prohibidos.

—Si es que quería hacer bien su trabajo... —insiste Cetus levantando una ceja.

Niego con la cabeza. Sé que no puede haber sido Kris, le amenacé con un vestido de piñas.

De reojo veo a la dragona vomitar un charco de sangre.

—Salvar —dice en el idioma de los magos—. Mis hijos...

Cierra los ojos. Rolf suelta un grito de horror y corre hacia ella. La piel azulada de la dragona adquiere tonos pálidos y se reduce a cenizas. El jinete sufre un espasmo, como si la muerte de su compañera le afectara incluso estando inconsciente.

—No sabía que podía hablar —dice Cetus—. Qué repentino.

—Aquí todos hablan el idioma de los magos —contesta Rolf con los ojos muy abiertos y clavados en el mismo sitio—. Ella estaba guardando cada gramo de energía para vivir un poco más.

Toco la muñeca del jinete.

—Deberíamos llevarlo a un hospital o contactar con otros jinetes, este hombre sigue vivo.

—¿Y si nos culpan de asesinato, Arturo?

—No los hemos asesinado.

—Pero nadie más que nosotros sabe eso... ¡No deberíamos haber desobedecido a Kris!

—Nadie tiene pruebas de que hayamos sido nosotros, tampoco. Además, ¿qué posibilidad hay de que unos primerizos como nosotros derroten a un soldado y a una dragona?

—Cierto —dice Rolf—. Pero son mensajeros, revisé las pertenencias del jinete. Tal vez llevaban un mensaje que no debía ser escuchado.

El moribundo tose y nos giramos hacia él. Tiene los labios entreabiertos y la mirada infectada de locura.

—Igj... Igk...

—¿Cómo dice?

—Creo que se está atragantando.

—Ign... Ignis... —escupe y la vida se escapa junto a su último aliento.


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La chica del cabello de fuegoWhere stories live. Discover now