17- Sirenas

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*Narra Evelyn*

Mis pies empiezan a moverse solos y mi cuerpo me obliga a levantarme de la cama. Mi mente se resiste, cuando normalmente es mi mente el que insiste y mi cuerpo el que se niega a levantarse.

No tengo el control de mi boca, ni de ninguna parte de mi cuerpo. Me arden los ojos, no puedo pestañear. La parte positiva es que sigo respirando y mi corazón latiendo. Tal vez las acciones involuntarias permanecen involuntarias e indomables.

Nos encontramos todos en la cubierta del barco. Veo a Arturo tapándose los oídos con fuerza y mirándome con preocupación. Al escuchar más de cerca las voces, no puedo evitar caminar hacia ellas. Una sirena salta del agua y se sienta en el borde del barco. Su grandiosa cola de colores reluce bajo la luz del sol. Podría llegar a considerarla hermosa, si no fuera por su cara de pez.

Agarra a Arturo de los brazos, quitándole las manos de los oídos. Intento, una vez más, resistirme a su llamada, pero mi cuerpo se mantiene rígido a mis órdenes. No puedo hacer nada, aparte de obedecer. La sirena vuelve al mar y Arturo pone un pie sobre el borde del barco, dispuesto a seguirla. Moriremos aquí si seguimos caminando.

La impotencia prende fuego a mi cabello. Podrán controlar mis acciones, pero no mis pensamientos, ni sentimientos. Recupero el control de mi cuerpo y, antes de que Arturo salte por la borda, lo detengo.

Las sirenas insisten y cantan más alto. Furiosa, escupo una llamarada de fuego hacia ellas. Esto las asusta y desaparecen nadando en el fondo del mar.

—¡Acabas de escupir fuego! ¡Como un dragón! —exclama Connor, sorprendido—. Ha sido genial.

Lizz corre hacia el interior, ocultándose de la luz solar. Veo que todos han recuperado el control de sus cuerpos. Mi pelo se va apagando y vuelve a la normalidad. Estoy muy cansada, no he dormido bien estos últimos días en el barco. Y tengo sed. Mis ojos están secos y duelen al pestañear.

A juzgar por lo ocurrido, en cualquier momento veremos la isla. Tanto las sirenas como los vampiros se alimentan de humanos; además del territorio, tal vez hasta compartan presa. O no, ninguna de las dos especies destacan por su generosidad. Pobre de los marinos y piratas que crucen el lugar.

—¡Tierra a la vista! —Diego confirma mis pensamientos.


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La chica del cabello de fuegoWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu