Capítulo 4

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No podía ser real. No podía ser cierto.

Mi pecho se contrajo de tal forma que dolía y corrompía el enfoque de todo lo que me rodeaba. Experimentaba como me ahogaba con mi propia saliva, y como mis piernas vibraban.

Tras haberme volteado, mi mirada permaneció fija en una esbelta y sombría figura a escasos metros de mí. La insuficiente luminosidad de un pequeño farolillo del muelle daba una pequeña visión de la persona que se ubicaba allí. Me alcé de inmediato, permaneciendo al frente de aquella varonil e intimidante figura. Aclaré mis dudas acerca de quien se trataba. Dominique.

Mis opacos ojos buscaron los suyos claros. Y después de más de dos años, nuestras miradas volvieron a encontrarse como si de polos opuestos se tratase, comprobando que de alguna manera ambos sufrían la necesidad de conectarse y envolverse entre ellos.

Percibía el flujo de sangre correteando por mis venas, a la vez que escuchaba los dinámicos latidos de mi corazón una y otra vez. Tragué saliva diversas veces, aun sin creerme lo que mis propios ojos estaban viendo.

En ese instante, deseé gritarle más que nunca. Deseaba gritarle y poder decirle lo mucho que le había echado de menos. Deseaba gritarle las miles de lágrimas que había derramado por él cuando se marchó de aquel modo tan incógnito. Deseaba gritarle una explicación de cómo de descomunal era el vacío que había experimentado a lo largo de cada día por el simple hecho de no estar junto a la persona que me entendía cuando nadie lo hacía. Sin embargo, lo que más deseaba sin lugar a duda era exigirle una explicación de por qué nunca me escribió tras su estancia en América, por qué jamás se inmutó en responder a mis mensajes de navidad o de inicios de curso o por qué evitaba siempre salir en la cámara con excusas baratas cuando Edmé y yo hacíamos en algunas ocasiones webcam.

Pero no podía. No conseguía que las palabras salieran de mi garganta, puesto que persistía aun sin creer que aquello no era una ilusión.

Ambos nos mantuvimos en un singular y vehemente silencio hasta que, de improviso, alzó la mano en el aire, como si fuera a posarla sobre mi mejilla. Sin embargo, esta descendió con suma lentitud.

Realmente, eres tú habló Dominique con la mandíbula tensa tras aquel silencio que pareció ser infinito.

Claramente algo debía de haber cambiado en él, y ese algo había sido la actitud de su voz, la cual me recordaba a Benjamin. Consistente y gélida.

Do-Dominique —balbuceé con cierta dificultad.

—Sigues siendo... —manifestó de manera neutral, cambiando su rostro de no tener ninguna expresión a fruncir el ceño —... igual — su última palabra sonó tan indiferente, que por unos instantes originó que esta me hiriese.

—Lo sé —murmuré por lo bajo. Sabía que no había cambiado en absoluto. Persistía en mi metro setenta y dos, así como con curvas, lo que originaba algún que otro insulto por parte de las casi esqueléticas amigas de mi prima Olivia, al igual que ella.

Acto seguido, hizo algo que nunca pensé que volvería a hacer. Se aproximó a mi lado, y se situó en el borde del muelle. Con agilidad, se deshizo de sus zapatos y los dejó a un lado. Sin tan siquiera pensarlo, sumergió sus pies en las turbias aguas del lago.

Dominique se volteó hacia mí, volviendo a clavar sus ojos en los míos. Percibía los nervios recorriendo todo mi cuerpo, no obstante, opté por hacer lo mismo que él.

Me situé en el extremo del muelle, y permanecí a unos dos metros de distancia de Dominique, observándole atenta como si acabase de ver un extraterrestre o algo semejante.

Enigmático (VERSIÓN SIN EDITAR) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora