Capítulo 7

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Los días transcurrieron con presteza y serenidad. No había vuelto a ver a Dominique desde aquella insólita noche de la barbacoa, tan solo a Edmé, quien acudía a mi cafetería todas las mañanas, según él con el fin de desayunar tranquilamente, aunque desde mi perspectiva iba para hablar conmigo. Una parte de mí deseaba preguntarle a Edmé qué le había ocurrido a Dominique y por qué este actuaba con aquella indiferencia que provocaba que la sangre de mis venas se helase.

—Él es así ahora —fue la respuesta de Edmé cuando le pregunté por la actitud de Dominique. No volví a preguntárselo.

Reconocía que la llegada de Dominique había ocasionado un cúmulo de sentimientos muy chocantes en mí interior. Esperé que Dominique retomara la actitud que tenía en el pasado. Sin embargo, no fue así.

Pese a que suponía que Dominique debía de estudiar en casa por medio de internet al igual que Edmé, ni tan siquiera lo veía en la plaza, donde normalmente solía ir por las mañanas.

Extrañaba aquellos afables días en los que Dominique permanecía toda la mañana en una de las cafeterías de la plaza. Siempre acompañado de un libro y de su café. Constantemente bebía de él una vez que este estaba frío, pues solía decir que el café sabía mejor frío que caliente. Supuse que lo hacía apropósito, no obstante, no era así. Disfrutaba tanto leyendo, que se permitía envolverse en el mundo de la lectura y ausentarse de la realidad. En consecuencia, el café se le enfriaba todas las veces.

Me gustaba el antiguo Dominique, con sus extraños e indescifrables hábitos.

— ¿Eli? —escuché decir a una varonil y familiar voz.

Dejé la cafetera encima de la barra, y me volteé sobre mis talones en la misma dirección de la que provenía aquella voz.

—Alaric —mencioné el nombre del chico que tenía al otro lado de la barra.

— ¿Qué tal todo? —me cuestionó removiéndose su cabello color azabache de un lado a otro. Cuando se ponía nervioso hacía extraños movimientos con los dedos en su cabello —. No te volví a ver desde la noche de la barbacoa.

—Lo sé, fue por el pequeño percance con Dominique —murmuré por la bajo, clavando la mirada en los dedos de Alaric que jugaban con unas llaves.

—Eso pareció —una mueca de desagrado se asomó por la comisura de sus labios —. Nunca vi esa faceta de Dominique.

—Ni yo tampoco.

—Ha cambiado —alcé la vista a su rostro —. Han cambiado.

— ¿A qué te refieres con que han cambiado? —le cuestioné, elevando una ceja.

—Edmé también ha cambiado —sentenció Alaric a la vez que echaba un vistazo a la puerta de la cafetería —. No sé, tal vez sea mi imaginación. Pero los hermanos Roche no son los mismos.

—Tal vez la forma de ser de Dominique enfade a Edmé o...

—Esa actitud tan...fría no era habitual en él —frunció el ceño.

—Dicen que las personas cambian con el tiempo —me encogí de hombros.

—Sí, pero no de ese modo —me interrumpió —. ¿No te has parado a pensar cuál ha sido la causa de que Dominique cambiara?

— ¿Qué insinúas? —enarqué una ceja.

—Detrás de todo esto hay algo —ambos nos observamos fijamente —. Dominique no era así antes de marcharse a América. Ni se molestó en saludarme de una manera amigable, se limitó a alzar la cabeza en mi dirección a modo de saludo y al resto ni los saludó.

Enigmático (VERSIÓN SIN EDITAR) Where stories live. Discover now