Sudaderas.

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Las cosas en casa estaban siempre muy tensas desde la última movida. Nada cambió durante el fin de semana y yo cada vez estaba peor.

Javi ya me daba igual, un niñato con unos ojos bonitos y unos pronunciados pectorales no me iba a amargar. Pero, mis padres...

Venía próximo un puente de cuatro días y no me iban a dejar salir. Mis padres pensaban que no me lo merecía y se excusaban con un "tienes que estudiar".

Mi móvil y mi dinero, por supuesto, requisados y la puerta de casa siempre bien cerrada.

Llegaban los exámenes finales, con una media de uno y medio al día. Yo me quería morir. El sábado pasó, estuve estudiando biología sin parar.

Mi cabeza iba a explotar, tenía demasiadas cosas en las que pensar y demasiadas lágrimas por soltar.

Con la excusa de estudiar ayudándome de internet, me metí en el ordenador a chatear en instagram. Tenía un mensaje de alguien que no conocía, lo abrí.

"Hola, Raúl. Me llamo Leyre, voy a la clase de al lado y te he visto en el recreo. Me gustan mucho tus sudaderas."

¿Qué? ¿Le gustaban mis sudaderas? Me extrañó un poco este mensaje, nunca me habían dicho nada así. Me pareció original y ... raro. Respondí en cuanto pude.

"Muchas gracias! nunca me habían dicho nada parecido, si quieres un día hablamos en el insti, y te dejo mis sudaderas cuando te apetezca :)"

Le di solicitud de seguimiento, la cual aceptó a los pocos segundos; y así seguimos hablando hasta que mi padre llegó a mi habitación y me mandó a la cama.

Mi puente se resumió a estudiar mañana y tarde, y por la noche, chatear con Leyre. Empezó a caerme muy bien y nos reíamos un montón a cada palabra que escribíamos. Nunca me había fijado en ella como alguien a quien apreciar, simplemente, sabía que estaba ahí.

LLegó el miércoles, primer día de clase después del puente. Cuando entré en el aula, Dani y Rocío estaban sentadas la una junto a la otra. Yo fui a sentarme detrás.

Les conté con todo detalle lo que había pasado con Leyre y se les iluminó la cara. "¿Y te ha ayudado?" Me preguntaron. Contesté que sí, que había hecho mi puente mucho más ameno. Se alegraron mucho por mí.

A la hora del recreo vi a Leyre a lo lejos. Iba a ir a saludarla, pero, no sé, de repente me entró la vergüenza y me quedé en el sitio, sin atreverme a moverme.

Cuando sonó el timbre para volver a entrar a clase y nos dirijimos hacia la masa de personas que se formaba en la puerta, la vi. Quise parecer amable y cordial, así que me fui acercando a ella poco a poco. Cuando estábamos ya a poca distancia, me tropecé, o alguien me empujó y me choqué con ella.

Genial, qué bien me sale todo. Saludé con un hola de mierda. Ella me devolvió el saludo, también tímida, pero gentil. Sonrío y se perdió entre el mar de personas.

"Qué guay" pensé al principio "la he saludado". Luego me odié a mí mismo por no haber continuado la conversación "qué torpe soy, oh my god ".








Diario de un MariquitaWhere stories live. Discover now