II.- Yes

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II

—¿Seguro de que estás bien, Yes? —me preguntó por tercera vez Mónica Galindo, una joven de veinticinco años, morena, ojos cafés y cabello castaño oscuro, en tanto atendía mi mano herida.

—Sí, estoy bien —le respondí desganado.

A decir verdad, ella era una linda persona; no tenía nada malo que decir con respecto a ella. Era muy trabajadora, dado que estudiaba por las tardes mientras que en las mañanas hacía sus horas prácticas de enfermería aquí en la empresa; eso lo sabía porque ella me lo había contado. De alguna forma, tenía la sospecha de que le caía bien, aunque no entendía por qué; no era que buscara relacionarme con alguien.

—Me resulta raro que hayas roto el espejo —comentó ahora ella, extrañada.

—Es que cuando me acerqué vi una aberración horrible y me asusté.

Ella soltó una risilla, divertida por mi comentario y yo fruncí el ceño, irritado. Mi intención no fue la de causar esa reacción. ¡Genial! Ángel no era el único que disfrutaba mi sufrimiento. La campana volvió a sonar, por lo que me apresuré a seguir con mi trabajo, pues una mísera herida en la mano no me detendría. El resto del día transcurrió normal y para mi alivio, Ángel no se me acercó más. Salí del estacionamiento de la fábrica para adentrarme a mi auto y conduje por las atestadas calles de la ciudad; era la hora pico, así que el tráfico estaba más que abundante. Medité un poco en lo que había pasado durante el día y no me dieron ganas de llegar a casa a tener que cocinar, por lo que opté por ir a un restaurante.

Llegué al establecimiento de comida que a la vez funcionaba como bar, el que solía frecuentar porque fue el primer restaurante que vi en cuanto llegué a la ciudad, precisamente porque se ubicaba frente a la central de autobuses. Entré tomando asiento directamente en la barra, pidiendo una cerveza además de algo ligero para comer. A decir verdad no tenía mucha hambre, aunque sí me urgía beber y debía admitir que el alcohol no me disgustaba. Conversé muy vagamente con el que me atendió, después de todo ya me conocían y sabían que no podían cruzar cierta línea que yo mismo les había impuesto. Terminé de comer y pedí otra cerveza en lo que informaba que iría un momento afuera, como era habitual que hiciera cada vez que había mucha gente en el negocio.

Salí y el aire fresco, dentro de lo que cabe dada la contaminación en el mismo, llenó mis pulmones. A pesar de mi personalidad retraída, no me gustaba estar encerrado; si casi no salía de casa era porque aún no encontraba un lugar al aire libre que fuera pacífico y tranquilo. Observé los autos, a la gente en su apresurado ir y venir, así como los autobuses que salían y entraban a la central ubicada del otro lado de la gran avenida. Fue en ese momento cuando observé a una chica saliendo del edificio de autobuses, caminando hacia el lado contrario de donde yo estaba, por lo que me daba la espalda. Al notar que llevaba una maleta grande con ruedas, supuse que era nueva en la ciudad, o quizás había llegado de un viaje, o tal vez se mudaría aquí, o llanamente estaba de visita. Daba igual, eso era lo de menos; lo importante era que la pobre no tenía idea de adónde había ido a parar.

Esta ciudad no era tan mala como en la que me crié, pero igual que en cualquier otra urbanización grande, existían personas crueles que disfrutaban hacer sufrir a la gente y esta no era la excepción. Había varias calles y zonas con mala fama, e incluso a mí me había tocado presenciar uno que otro asalto, sin contar que a mí mismo un par de veces intentaron atacarme, pero insistía en que era bueno defendiéndome, además de que siempre llevaba conmigo gas pimienta en caso de vérmelas mal. Por eso, al ver que la chica entraría a la primera calle después de la central, que era una de las que tenían esa clase de reputación infame, sentí lástima por ella. Una oveja más al degüello. Ni modo, con las malas experiencias se aprendía a ser precavido y cauteloso; la inocencia e ingenuidad se arrebataban por la fuerza. ¿Qué podía hacer yo?

Justo antes de que la perdiera de vista, la chica giró su rostro hacia mí, quizás sintiendo mi penetrante mirada sobre ella, o por otra cosa que no supe en ese instante; lo que sí sentí al detallar su alejado rostro fue que mi corazón casi se detuvo. Un trémulo me invadió por completo, e inconscientemente retrocedí un paso ante la impresión, al tiempo que sentía que la respiración comenzaba a faltarme. Era ella. ¡Allí estaba ella! Creí que mis ojos se saldrían de sus cuencas de tanto que los abrí. Realmente era ella. Di el paso que retrocedí en vano intento de acercarme para apreciarla mejor, pero de inmediato me quedé quieto, pensativo. Un segundo. Eso no podía ser porque ella estaba lejos, muy lejos; yo la había dejado muy allá, así que no podía estar aquí. Negué con la cabeza antes de enfocar mi vista a donde la había visto, pero ya no estaba; había dado la vuelta en la calle aquella de baja reputación. No, no podía ser.

Entré de nuevo al restaurante, procurando parecer tranquilo. ¡Vamos! ¿Qué posibilidades había de que en verdad fuera ella? Habían pasado más de diez años desde la última vez y seguramente había cambiado... No, por supuesto que había cambiado; las niñas cambiaban, era obvio. Era casi imposible que lograra reconocerla, por mucho que esa expresión serena me resultara tan familiar y esos ojos, a pesar de estar tan retirados de mi campo de visión, desprendieran una concentración tal que simplemente me hicieran perder el sentido de todo a mi alrededor. Mi corazón se aceleró de repente ante un presentimiento terrible; algo no iba bien, absolutamente nada bien. Dejé la cerveza a medias, saqué un billete de gran valor y lo puse en la barra con un sonoro golpe, consiguiendo que todos me miraran extrañados.

—Guárdenme el cambio, ahora regreso.

Y como alma que se lleva el diablo, salí del negocio por demás ansioso, hasta que me encontré con mi siguiente obstáculo: la transitada avenida. Maldije interiormente. Tenía que llegar del otro lado a como diera lugar y lo más pronto posible para entrar a esa calle donde estaba ella, porque si no lo hacía, tal vez... No quise pensar nada, sino que al tener apenas la oportunidad de atravesar la vía automovilística lo hice a gran velocidad. Casi llegaba a la esquina, unos metros y lo conseguiría.

Espera un poco más, rogué con afán y su nombre me vino como una exhalación.

Celeste.


Desastroso Reencuentro [I]Where stories live. Discover now